Ayuda sobre temas del libro
Hola, me gustaría pedirle su ayuda en un trabajo en el cual estoy trabajando, estoy en primero de carrera de filosofía, y tengo que entregar un trabajo sobre el libro "El corazón de las tinieblas", de Josep Conrrad, debo sacar 6 temas del libro para luego explicarlos en 4 hojas cada tema, pero no me veo capaz de sacar 6 temas del libro, el trabajo es para la asignatura de antropología y debo entregarlo sobre el día martes 10 de junio, si puede ayudarme se lo agradecería mucho.
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Respuesta de vascogaru
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vascogaru, filosofia y diseño
Odio la sonrisa satisfecha de los bobalicones que confían. Leer a Conrad me hace
odiar aún más esa sonrisa, la de los que confían en la protección de nuestra
sociedad, protección chapoteante en líquido amniótico.
La literatura no nace de la seguridad, o al menos de la creencia en que tenemos
derecho a esa seguridad o en que esa seguridad es positiva para el humano. De
esa creencia nacerán cosas buenas como el progreso o el bienestar, más no la
literatura, el arte.
Conrad sacó su literatura de algo tan inestable como un cascarón sobre el mar,
de algo tan inestable como el verdadero infierno de cada ser humano, con sus
culpas, sus traiciones, su codicia.
Thomas Mann no tiene exactamente una literatura opuesta a la de Conrad. Quizá
una literatura opuesta sería una no-literatura. Pero sí es cierto que los
personajes de Mann viven inmersos en esa seguridad burguesa, si bien hay un
momento en sus vidas en que explota y se convierte en lo inesperado, se
convierte en culpa o traición. Von Aschenbach o Adrian Leverkühn, personajes de
sus últimas novelas, son paradigmas de ello. Con todo, los personajes de Mann
viven en un mundo limpio, un mundo donde se necesita algo externo, algo
diabólico y ajeno a la voluntad del personaje para que ese mundo cambie. Lo cual
no impide los deseos: al principio de Muerte en Venecia, von Aschenbach desea un
paisaje cenagoso bajo un cielo ardiente, una comarca tropical. ¡Y lo más
semejante que encuentra a ese deseo es Venecia y el engolado servilismo de los
camareros del Lido! La aventura buscada es lo opuesto, esto sí, a la seguridad
burguesa. Melville y su Ismael, Conrad y su Marlow, cuando ambos deciden buscar
como sea el mar, la aventura, rompen ese bienestar de la botella de leche en la
puerta, bienestar que está muy bien cuando uno se adapta a la rutina, cuando uno
quiere la rutina, pero que se opone a la literatura, a la vida plena. Lo decía
Ernst Jünger cuando aseguraba que el colmo de esa urgencia burguesa de confianza
es el seguro de vida.
Se ha considerado el mensaje de El corazón de las tinieblas como un alegato
contra la colonización de África. Y lo es. Pero es un alegato más lúcido y
pesimista que cuantos hayan podido hablar o juzgar sobre él. Conrad nos escupe a
la cara su desprecio por todo lo roussoniano que tiene nuestra civilización.
Toda esa estúpida idea del buen salvaje se vuelve cagarruta de antílope en sus
manos. Conrad no nos dice, nos demuestra que ellos, los salvajes, no son mejores
que nosotros, lo cual no justifica, por supuesto, la colonización. Habla de
hábitos, de certidumbres en las ciudades civilizadas, como Londres (la "ciudad
sepulcral"), y habla cuando Marlow, el narrador, se dirige directamente a su
auditorio, es decir, al lector. ¿Acaso creéis que alguna costumbre es buena?,
nos dice. No nos moraliza afirmando que somos un atajo de hijos de perra porque
los hemos civilizado, sino muy al contrario, nos dice, ellos merecían ser
civilizados porque sus costumbres eran mucho peores que las nuestras, pero las
nuestras son mucho peores que las suyas. ¿De veras creemos que hay costumbres
humanas buenas?, ¿Se os ha ocurrido mirar a vuestro alrededor? No a lugares
exóticos sino simplemente a nuestro alrededor. Es mejor un demócrata que un
tirano, nos dice, es mejor la ley occidental, civilizada, que la ley salvaje,
cierto, pero ni el demócrata ni la ley civilizada se salvan del honesto
escupitajo humano porque por mucho que nos disfracen la realidad, tanto el
demócrata como la ley occidental bregan por su interés. Acabamos de pasar la
Navidad. Vale. ¿De veras nos creemos, infantilmente nos creemos, que hay épocas,
lugares, momentos en los cuales pueda haber una sonrisa generalizada si no es la
de la muerte que precede a la gusanera?, ¿De veras se nos quita el sentimiento
de culpa cuando damos limosna a un mendigo o, lo que es igual, colaboramos con
una ONG? Tal vez eso sea así en la vida real, en esa vida que tan bien organiza
el psiquiatra, el gurú político de un partido o el sacerdote, igual que el
guardia de tráfico ordena el caos callejero, pero no es así para la literatura,
para la lucidez.
En la magistral traducción de El corazón de las tinieblas que hace Sergio Pitol
en editorial Lumen se lee refiriéndose a aquellos colonizadores belgas del Congo
(Aunque en ningún momento se hable con precisión de dicho río o de belgas,
ingleses u holandeses): "Eran conquistadores, y eso lo único que requiere es
fuerza bruta, nada de lo que pueda uno vanagloriarse cuando se posee, ya que la
fuerza no es sino una casualidad nacida de la debilidad de los otros". Vargas
Llosa nos recuerda (en un artículo en la revista Letras Libres nº 3), citando el
libro de Hochschild, King Leopold's Ghost, cuál fue la verdadera actitud de
aquel Leopoldo II de Bélgica en el Congo, la de aquellos colonizadores sólo
interesados en la explotación comercial de la zona, esclavizando a los nativos,
no ya cuando fue necesario sino siempre; por si acaso. Conrad no es en ese
sentido especialmente moralista. Lo hemos sido los otros, quienes le hemos leído
más tarde. A él no le hizo falta: no moralizó, sólo señaló. Poco más tarde de
ese párrafo citado arriba, Conrad nos asegura que lo único que redime a la
conquista de la tierra es la idea, "la creencia generosa en esa idea... ante la
que uno pueda postrarse y ofrecerse en sacrificio". Pero esa idea, y él nos lo
muestra veladamente, es un simulacro, un fiasco. Las grandes ideas de Kurtz
sobre la colonización se convierten en poder, los nativos lo idolatran no porque
haga el bien con ellos sino porque tiene poder, y no sólo el poder de las armas
sino un poder espiritual, mágico, simbolizado por el pánico de aquellos ante el
pitido del patético vapor en el que viaja Marlow río arriba en busca de Kurtz.
El propio apellido de este agente (magistralmente interpretado por Brando en la
adaptación, traducción, interpretación, llámesele como se quiera, que hizo Ford
Coppola en su Apocalypse now), que Conrad traduce como pequeño, es una farsa: en
alemán, kurz no es pequeño (pequeño es klein) sino breve, sucinto, y breve y
sucinta es la última exclamación del agonizante agente antes de expirar: ¡Ah, el
horror, el horror! Pero, rebuscando, hay una palabra alemana, ¿kurzgefa?t, que
quiere decir cifradamente. Y esto viene a cuento porque todo el mensaje de El
corazón de las tinieblas, es un mensaje cifrado. Un mensaje encriptado en el
cual se nos dice que todo el "rollo", como hoy se diría, de la colonización, de
la civilización, no es más que una excusa para lo otro, y esa excusa la denunció
más tarde, de forma historiográfica, Hochschild en su libro. No me invento eso
del encriptamiento sino que el mismo Conrad nos lo pone en bandeja al hablarnos
del libro de Towson, propiedad del ruso amigo de Kurtz, y que Marlow recupera de
una de las estaciones arrasada; el libro está lleno de apuntes en los márgenes y
Marlow, desconocedor del alfabeto cirílico, los confunde con anotaciones
cifradas.
Con todo, repito que Conrad no demuestra sino sólo muestra, no hace valoraciones
morales sobre la colonización porque para él no existen los pecados comunes, no
existe la barbarie social sino nada más la personal. La compañía (así llama a la
empresa que envía a Marlow a África para solucionar el "problema" Kurtz) es lo
que es gracias a los individuos que la integran; el mismo Kurtz no es un
ejemplo, una muestra de lo que fue aquella caterva de sinvergüenzas explotadores
que colonizaron el África, como antes se colonizó América: Kurtz es Kurtz. ¿Será
esa una manera de decirnos que el problema en el antiguo Congo belga fue el rey
¿Leopoldo II? Quizá. ¿Será una manera de decirnos que la colonización, el
imperialismo, la explotación de los otros, el aprovechamiento de esa debilidad
ajena y de la fuerza bruta propia, es inherente al ser humano? Quizá.
Prueba de ello es la traición que el mismo Marlow hace a la memoria de Kurtz.
Dos mujeres tan solo aparecen a lo largo de la novela. No sé si Conrad era o no
un misógino, pero su mundo, el de la mar, era un mundo de hombres (no digo que
lo sea, ni tampoco digo que sea bueno o malo que lo haya sido; sólo digo que lo
era). Las dos mujeres tienen que ver con Kurtz: de una se nos deja entrever que
podía ser su amante nativa en la estación del río, la otra es su prometida en
Londres. La primera no abre la boca: su actitud es puro gesto o grito, es la
actitud de una reina mitológica, la de una diosa. La segunda hace una defensa a
ultranza de las ideas y la personalidad de Kurtz cuando Marlow la visita tras la
muerte de aquél. Pues bien, Marlow, que poco antes ha dicho que deberíamos
mantener al margen a las mujeres de todos esos sucios avatares de las
colonizaciones y las guerras, traiciona la memoria de Kurtz diciéndole a ella
que la última palabra del agente fue su nombre, ocultándole cuáles fueron las
verdaderas últimas palabras, las célebres ¡Ah, el horror, el horror! ¡Pero es
que ella representa todo ese mundo limpio y ordenado!, no por ser mujer, porque
también lo es la amante negra de Kurtz, sino por vivir en esa "ciudad
sepulcral", como viven los oyentes de Marlow, es decir, usted y yo que hemos
leído el libro. También nosotros, por mucho que alcancemos a odiarlo,
pertenecemos a ese mundo seguro, confiado. También pertenecían a ese mundo
confiado los judíos del ghetto de Varsovia, o los de Amsterdam, o los húngaros o
de la Bucovina. Conrad no llegó a saber de Auschwitz, pero Mann, el prototipo de
ese mundo limpio y ordenado, sí llegó a conocerlo. ¿Nos enfrentaremos nosotros,
en un futuro, al salvajismo o a la barbarie de una civilización demasiado
perfecta, tan organizada que fue (y puede que sea) capaz de calcular cuánto gas
se necesitaba para asesinar a un judío?
Y todo esto nos lo cuenta Conrad en un estilo esculpido a hachazos, a
martillazos, adornado de unos diálogos entrecortados que recuerdan las obras de
Rodin, como si todo el mundo, menos el propio Marlow, trasunto del autor,
tuviera claro lo que decir pero no se atreviese o no supiera cómo expresarlo.
Muy adecuado, ¿no?
odiar aún más esa sonrisa, la de los que confían en la protección de nuestra
sociedad, protección chapoteante en líquido amniótico.
La literatura no nace de la seguridad, o al menos de la creencia en que tenemos
derecho a esa seguridad o en que esa seguridad es positiva para el humano. De
esa creencia nacerán cosas buenas como el progreso o el bienestar, más no la
literatura, el arte.
Conrad sacó su literatura de algo tan inestable como un cascarón sobre el mar,
de algo tan inestable como el verdadero infierno de cada ser humano, con sus
culpas, sus traiciones, su codicia.
Thomas Mann no tiene exactamente una literatura opuesta a la de Conrad. Quizá
una literatura opuesta sería una no-literatura. Pero sí es cierto que los
personajes de Mann viven inmersos en esa seguridad burguesa, si bien hay un
momento en sus vidas en que explota y se convierte en lo inesperado, se
convierte en culpa o traición. Von Aschenbach o Adrian Leverkühn, personajes de
sus últimas novelas, son paradigmas de ello. Con todo, los personajes de Mann
viven en un mundo limpio, un mundo donde se necesita algo externo, algo
diabólico y ajeno a la voluntad del personaje para que ese mundo cambie. Lo cual
no impide los deseos: al principio de Muerte en Venecia, von Aschenbach desea un
paisaje cenagoso bajo un cielo ardiente, una comarca tropical. ¡Y lo más
semejante que encuentra a ese deseo es Venecia y el engolado servilismo de los
camareros del Lido! La aventura buscada es lo opuesto, esto sí, a la seguridad
burguesa. Melville y su Ismael, Conrad y su Marlow, cuando ambos deciden buscar
como sea el mar, la aventura, rompen ese bienestar de la botella de leche en la
puerta, bienestar que está muy bien cuando uno se adapta a la rutina, cuando uno
quiere la rutina, pero que se opone a la literatura, a la vida plena. Lo decía
Ernst Jünger cuando aseguraba que el colmo de esa urgencia burguesa de confianza
es el seguro de vida.
Se ha considerado el mensaje de El corazón de las tinieblas como un alegato
contra la colonización de África. Y lo es. Pero es un alegato más lúcido y
pesimista que cuantos hayan podido hablar o juzgar sobre él. Conrad nos escupe a
la cara su desprecio por todo lo roussoniano que tiene nuestra civilización.
Toda esa estúpida idea del buen salvaje se vuelve cagarruta de antílope en sus
manos. Conrad no nos dice, nos demuestra que ellos, los salvajes, no son mejores
que nosotros, lo cual no justifica, por supuesto, la colonización. Habla de
hábitos, de certidumbres en las ciudades civilizadas, como Londres (la "ciudad
sepulcral"), y habla cuando Marlow, el narrador, se dirige directamente a su
auditorio, es decir, al lector. ¿Acaso creéis que alguna costumbre es buena?,
nos dice. No nos moraliza afirmando que somos un atajo de hijos de perra porque
los hemos civilizado, sino muy al contrario, nos dice, ellos merecían ser
civilizados porque sus costumbres eran mucho peores que las nuestras, pero las
nuestras son mucho peores que las suyas. ¿De veras creemos que hay costumbres
humanas buenas?, ¿Se os ha ocurrido mirar a vuestro alrededor? No a lugares
exóticos sino simplemente a nuestro alrededor. Es mejor un demócrata que un
tirano, nos dice, es mejor la ley occidental, civilizada, que la ley salvaje,
cierto, pero ni el demócrata ni la ley civilizada se salvan del honesto
escupitajo humano porque por mucho que nos disfracen la realidad, tanto el
demócrata como la ley occidental bregan por su interés. Acabamos de pasar la
Navidad. Vale. ¿De veras nos creemos, infantilmente nos creemos, que hay épocas,
lugares, momentos en los cuales pueda haber una sonrisa generalizada si no es la
de la muerte que precede a la gusanera?, ¿De veras se nos quita el sentimiento
de culpa cuando damos limosna a un mendigo o, lo que es igual, colaboramos con
una ONG? Tal vez eso sea así en la vida real, en esa vida que tan bien organiza
el psiquiatra, el gurú político de un partido o el sacerdote, igual que el
guardia de tráfico ordena el caos callejero, pero no es así para la literatura,
para la lucidez.
En la magistral traducción de El corazón de las tinieblas que hace Sergio Pitol
en editorial Lumen se lee refiriéndose a aquellos colonizadores belgas del Congo
(Aunque en ningún momento se hable con precisión de dicho río o de belgas,
ingleses u holandeses): "Eran conquistadores, y eso lo único que requiere es
fuerza bruta, nada de lo que pueda uno vanagloriarse cuando se posee, ya que la
fuerza no es sino una casualidad nacida de la debilidad de los otros". Vargas
Llosa nos recuerda (en un artículo en la revista Letras Libres nº 3), citando el
libro de Hochschild, King Leopold's Ghost, cuál fue la verdadera actitud de
aquel Leopoldo II de Bélgica en el Congo, la de aquellos colonizadores sólo
interesados en la explotación comercial de la zona, esclavizando a los nativos,
no ya cuando fue necesario sino siempre; por si acaso. Conrad no es en ese
sentido especialmente moralista. Lo hemos sido los otros, quienes le hemos leído
más tarde. A él no le hizo falta: no moralizó, sólo señaló. Poco más tarde de
ese párrafo citado arriba, Conrad nos asegura que lo único que redime a la
conquista de la tierra es la idea, "la creencia generosa en esa idea... ante la
que uno pueda postrarse y ofrecerse en sacrificio". Pero esa idea, y él nos lo
muestra veladamente, es un simulacro, un fiasco. Las grandes ideas de Kurtz
sobre la colonización se convierten en poder, los nativos lo idolatran no porque
haga el bien con ellos sino porque tiene poder, y no sólo el poder de las armas
sino un poder espiritual, mágico, simbolizado por el pánico de aquellos ante el
pitido del patético vapor en el que viaja Marlow río arriba en busca de Kurtz.
El propio apellido de este agente (magistralmente interpretado por Brando en la
adaptación, traducción, interpretación, llámesele como se quiera, que hizo Ford
Coppola en su Apocalypse now), que Conrad traduce como pequeño, es una farsa: en
alemán, kurz no es pequeño (pequeño es klein) sino breve, sucinto, y breve y
sucinta es la última exclamación del agonizante agente antes de expirar: ¡Ah, el
horror, el horror! Pero, rebuscando, hay una palabra alemana, ¿kurzgefa?t, que
quiere decir cifradamente. Y esto viene a cuento porque todo el mensaje de El
corazón de las tinieblas, es un mensaje cifrado. Un mensaje encriptado en el
cual se nos dice que todo el "rollo", como hoy se diría, de la colonización, de
la civilización, no es más que una excusa para lo otro, y esa excusa la denunció
más tarde, de forma historiográfica, Hochschild en su libro. No me invento eso
del encriptamiento sino que el mismo Conrad nos lo pone en bandeja al hablarnos
del libro de Towson, propiedad del ruso amigo de Kurtz, y que Marlow recupera de
una de las estaciones arrasada; el libro está lleno de apuntes en los márgenes y
Marlow, desconocedor del alfabeto cirílico, los confunde con anotaciones
cifradas.
Con todo, repito que Conrad no demuestra sino sólo muestra, no hace valoraciones
morales sobre la colonización porque para él no existen los pecados comunes, no
existe la barbarie social sino nada más la personal. La compañía (así llama a la
empresa que envía a Marlow a África para solucionar el "problema" Kurtz) es lo
que es gracias a los individuos que la integran; el mismo Kurtz no es un
ejemplo, una muestra de lo que fue aquella caterva de sinvergüenzas explotadores
que colonizaron el África, como antes se colonizó América: Kurtz es Kurtz. ¿Será
esa una manera de decirnos que el problema en el antiguo Congo belga fue el rey
¿Leopoldo II? Quizá. ¿Será una manera de decirnos que la colonización, el
imperialismo, la explotación de los otros, el aprovechamiento de esa debilidad
ajena y de la fuerza bruta propia, es inherente al ser humano? Quizá.
Prueba de ello es la traición que el mismo Marlow hace a la memoria de Kurtz.
Dos mujeres tan solo aparecen a lo largo de la novela. No sé si Conrad era o no
un misógino, pero su mundo, el de la mar, era un mundo de hombres (no digo que
lo sea, ni tampoco digo que sea bueno o malo que lo haya sido; sólo digo que lo
era). Las dos mujeres tienen que ver con Kurtz: de una se nos deja entrever que
podía ser su amante nativa en la estación del río, la otra es su prometida en
Londres. La primera no abre la boca: su actitud es puro gesto o grito, es la
actitud de una reina mitológica, la de una diosa. La segunda hace una defensa a
ultranza de las ideas y la personalidad de Kurtz cuando Marlow la visita tras la
muerte de aquél. Pues bien, Marlow, que poco antes ha dicho que deberíamos
mantener al margen a las mujeres de todos esos sucios avatares de las
colonizaciones y las guerras, traiciona la memoria de Kurtz diciéndole a ella
que la última palabra del agente fue su nombre, ocultándole cuáles fueron las
verdaderas últimas palabras, las célebres ¡Ah, el horror, el horror! ¡Pero es
que ella representa todo ese mundo limpio y ordenado!, no por ser mujer, porque
también lo es la amante negra de Kurtz, sino por vivir en esa "ciudad
sepulcral", como viven los oyentes de Marlow, es decir, usted y yo que hemos
leído el libro. También nosotros, por mucho que alcancemos a odiarlo,
pertenecemos a ese mundo seguro, confiado. También pertenecían a ese mundo
confiado los judíos del ghetto de Varsovia, o los de Amsterdam, o los húngaros o
de la Bucovina. Conrad no llegó a saber de Auschwitz, pero Mann, el prototipo de
ese mundo limpio y ordenado, sí llegó a conocerlo. ¿Nos enfrentaremos nosotros,
en un futuro, al salvajismo o a la barbarie de una civilización demasiado
perfecta, tan organizada que fue (y puede que sea) capaz de calcular cuánto gas
se necesitaba para asesinar a un judío?
Y todo esto nos lo cuenta Conrad en un estilo esculpido a hachazos, a
martillazos, adornado de unos diálogos entrecortados que recuerdan las obras de
Rodin, como si todo el mundo, menos el propio Marlow, trasunto del autor,
tuviera claro lo que decir pero no se atreviese o no supiera cómo expresarlo.
Muy adecuado, ¿no?
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Respuesta de subw00fer
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No he leído nada de Conrad, pero por lo que leo por ahí debe ser muy bueno.
Temas que debes/puedes tratar sin duda son:
El colonialismo, la historia de la explotación y opresión de las culturas de Africa, América y Asia por parte de los europeos. Referencia a Apocaypsis Now de Coppola, que traslada la historia a Vietnam.
El racismo, enlazando con el imperio colonial, el aprovechamiento de la supuesta superioridad de la raza blanca sobre las demás como escusa para exclavizar y explotar a otros pueblos.
El río como metáfora de la vida (desde Jorge Manrique en la Edad Media).
La locura, cuando se ha sido testigo del horror. Esto puede dar pie a reflexiones sobre la capacidad del ser humano para actuar de formas sublimes u horrendas.
La ecología, el hecho de que Kurtz sea traficante de marfil te puede llevar a reflexiones acerca de la reclación de el hombre con la naturaleza, siendo capaz de embellecerla o destruirla.
La civilización, desde el concepto del buen salvaje de Rousseu hasta las violentas costumbres de las tribus "salvajes".
Los orígenes del capitalismo, un poco mezcla de todos los temas anteriores.
Bueno, suerte con lo tuyo, yo voy a seguir preparando mis oposiciones
Temas que debes/puedes tratar sin duda son:
El colonialismo, la historia de la explotación y opresión de las culturas de Africa, América y Asia por parte de los europeos. Referencia a Apocaypsis Now de Coppola, que traslada la historia a Vietnam.
El racismo, enlazando con el imperio colonial, el aprovechamiento de la supuesta superioridad de la raza blanca sobre las demás como escusa para exclavizar y explotar a otros pueblos.
El río como metáfora de la vida (desde Jorge Manrique en la Edad Media).
La locura, cuando se ha sido testigo del horror. Esto puede dar pie a reflexiones sobre la capacidad del ser humano para actuar de formas sublimes u horrendas.
La ecología, el hecho de que Kurtz sea traficante de marfil te puede llevar a reflexiones acerca de la reclación de el hombre con la naturaleza, siendo capaz de embellecerla o destruirla.
La civilización, desde el concepto del buen salvaje de Rousseu hasta las violentas costumbres de las tribus "salvajes".
Los orígenes del capitalismo, un poco mezcla de todos los temas anteriores.
Bueno, suerte con lo tuyo, yo voy a seguir preparando mis oposiciones
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