Resumen del pensamiento filosófico de platón
Necesito un resumen o ensayo acerca del pensamiento filosófico de platón en su momento o historia
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Respuesta de kryanstar
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kryanstar, Licenciada en la Vida
Platón
El siglo siguiente a la muerte de Sócrates fue brillante por Platón (427-347 A. de J.C.) y por Aristóteles (385-322 A. de J.C.) los principales filósofos griegos, con quienes alcanzó su cumbre no solamente el pensamiento filosófico de Grecia, sino también su literatura y toda su cultura.
Platón nació en Atenas. Perteneció a una familia noble y antigua cuyos orígenes pretendían remontarse a Salón. Su nacimiento y su vocación lo inclinaba a la política; pero la influencia de Sócrates lo llevó a dedicarse a la Filosofía. Platón fundó en su ciudad natal una escuela, en los jardines de Academos, de donde tomó su nombre: la Academia, que platón dirigió hasta su muerte. La Academia perduró hasta el año 529 de nuestra Era, aunque con algunas alteraciones. La mandó clausurar el emperador Justiniano.
El pensamiento filosófico de Platón abarcó todas las eras del amplio panorama filosófico; pero es tal su profundidad y calidad, que en esta visión de conjunto, que tiene por objeto darnos solamente una idea de lo que es la actividad filosófica y el saber filosófico, no es posible entrar en detalles al respecto, por lo que únicamente abordaremos en forma superficial algunos de los aspectos referentes a los problemas epistemológico y metafísico, que son el contenido principal de la filosofía platónica y el que ejerce mayor influencia en el desarrollo del pensamiento posterior.
Un distinguido contemporáneo nuestro, como lo fue el maestro Manuel García, considera a la filosofía platónica ubicada no en la corriente de la filosofía idealista; sino más bien en la corriente de la filosofía realista, no obstante que a la filosofía platónica se le ha llamado con justicia la Filosofía de la Ideas, por ser las ideas el principal centro de su investigación.
La interpretación del maestro García Morente es válida si se tiene en consideración que las ideas de que nos habla Platón son en verdad entidades exteriores al ser humano cognoscente, que le imponen sus categorías al sujeto en el acto de conocer para producir el conocimiento mismo, que es la tesis de la filosofía realista y no es el sujeto que conoce el que imprime a las ideas sus categorías internas para producir el conocimiento, que es lo que ocurre en todo sistema idealista.
Sin embargo, se puede ubicar válidamente a la filosofía platónica dentro del idealismo si se tiene en consideración que las ideas del mundo utópico de Platón se internan en nuestra alma antes de nacer, según su teoría, en la contemplación de ese mundo perfecto que es la religión de las almas y de los modelos eternos de las cosas; pero si en nuestra vida material podemos conocer qué son las cosas materiales, esos pálidos reflejos, esas sombras vanas de las cosas perfectas del topos uranos, es precisamente porque ya viene equipada nuestra alma de las imágenes de las ideas perfectas que conoció en ese lugar celeste y ese equipamiento de nuestro yo, de nuestra capacidad intelectiva es lo que proyectamos al mundo exterior para conocer, a través del mundo engañoso de las cosas vanas, de las cosas materiales, el mundo perfecto de las cosas auténticas, de las existencias verdaderas y perfectas y así obtener el conocimiento auténtico y verdadero del mundo, de la existencia de los objetos de conocimiento científico.
Que son las cosas y cómo obtenemos el conocimiento de ellas, son los temas principales de la filosofía platónica para Platón, como para Parménides, tenemos dos grados, des categorías de conocimientos: la mera opinión, en griego doxa y el saber auténtico, en griego nus o episteme.
La mera opinión es el conocimiento que nos resulta de las noticias que de la realidad exterior nos proporcionan los sentidos, por éso no es de confiar, porque los sentidos nos dan conocimiento superficiales de una realidad cambiante, como dice Heráclito; en cambio, el saber auténtico aspira a profundizar en la estructura básica de las cosas y darnos de esa manera el conocimiento de lo que es eterno, definitivo e imperecedero, porque para Platón, como para Parménides, no es posible admitir que la verdad sea cambiante, es decir, la verdad auténtica acerca de una cosa determinada acerca de un objeto de conocimiento científico determinado.
Esta concepción inicial plantea graves problemas a Platón para poder determinar cómo es que ocurre el conocimiento substancial, básico, científico, seguro, sin alteraciones, de la realidad exterior y ante la imposibilidad de explicarlo con la precisión, conservadas en su totalidad hasta nosotros, en las que hace gala de facilidad literaria y belleza en la exposición, adoptando el estilo de diálogo y en las que inmortaliza la figura de su maestro Sócrates, como personaje central de sus diálogos, matizados de bellas narraciones en las que nos presenta mitos o alegorías, con los cuales pretende explicar su grandiosa concepción.
Así surge la teoría de las ideas . Sigue el procedimiento Socrático que conocemos con el nombre de mayéutica o parto del espíritu, mediante el cual se pretende obtener el conocimiento del intelocutor forzando el diálogo para hacerlo incurrir en contradicciones, hasta hacer brotar la luz de la verdad.
Platón pone en boca de Sócrates, para citar un ejemplo, un interrogatorio mediante el cual logra obtener de un esclavo iletrado la solución a complicados problemas matemáticos. Eso prueba, piensa Platón, que en realidad el conocimiento de las cosas, tanto el de las cosas materiales como el de los objetos intelectuales, como son, por ejemplo, los números, ya lo traemos los seres humanos en nosotros mismos desde antes de nacer, lo cual implica la existencia en nosotros de una alma racional e inmortal, la cual necesariamente tuvo una existencia previa a nuestra existencia material y que por tanto, conoció en algún lugar diferente a nuestro mundo material, la estructura misma de las cosas, que en este mundo material apenas sí podemos conocer como sombras o reflejos; pero que al alma contempló en su forma perfecta, en su estructura esencial, en el lugar celeste en donde habitó antes de venir al mundo, es decir, en el topos uranos, el cual está poblado por las esencias o formas puras, en griego eidos: imagen, idea.
De allí que los sentidos solo nos proporcionan vagos conocimientos que nos llevan a la simple creencia, conjetura u opinión; mientras que, como en su vida anterior el alma adquirió el conocimiento auténtico de la esencia de esas mismas cosas en el tipos uranos, donde conoció al hombre perfecto, o sea el concepto, a la idea de hombre, al árbol perfecto, o sea a la idea de árbol, a la justicia perfecta, o sea a la justicia más verdadera y auténtica, al amor perfecto, a la belleza perfecta, etcétera, para alcanzar ese saber auténtico solamente tenemos que esforzarnos en recordar, en hacer memoria para hacer presente ese conocimiento que ya traíamos con nosotros desde que nacimos.
Algunos conocimientos los recordamos con mucha facilidad, simplemente los evocamos al ver las cosas materiales; pero para otros, necesitamos el diálogo con un interlocutor más entendido que, como en la mayéutica socrática, nos ayude, mediante un auténtico parto del espíritu, a evocar el recuerdo de los conocimientos olvidados por el alma al momento de nacer.
Del diálogo platónico se originó la dialéctica, sistema de conocimiento que implica el poner nuestras opiniones una frente a otra y aplicar todas las reglas de la Lógica para purgarlas de todo error, hasta quedarnos con la verdad sola.
En ese lugar celestial, el topos uranos, el conocimiento que obtuvo el alma no estuvo exento de dificultades. Platón nos los explica con dos mitos: el tránsito del alma humana en el cielo, anterior a la existencia terrenal, se puede comparar con el viaje que realiza un cochero, que representa a la razón humana, el cual viaja en un coche tirado por dos caballos, uno blanco y otro negro. El blanco, dócil y de buena raza, aspira a elevarse a la región más alta del cielo, el negro, díscolo, representa a los instintos sexuales y a las pasiones. La habilidad del cochero está en saber establecer armonía entre ambos caballos, para conseguir éxito en el viaje que lo lleva a la contemplación de las ideas. En su viaje por el firmamento, haciendo prevalecer al caballo blanco, el cochero logra llegar hasta el lugar donde residen las ideas y al conseguirlo, el cochero contempla la belleza de ese lugar celestial: el amor perfecto, la belleza perfecta, la sabiduría perfecta, las cosas perfectas: pero al quedar deslumbrado por la contemplación de esa perfección, inconscientemente suelta las riendas del coche lo que aprovecha el caballero negro para tirar del carruaje hacia abajo, el cual viene a caer en la tierra con el cochero, nuestra alma, que antes pasa por un lugar en donde se produce el olvido total de lo que había visto en el mundo utópico de las ideas.
La otra alegoría es el Mito de la Caverna. Imaginemos, dice Platón, que exista en un lugar una caverna, en donde se encuentran encadenados, desde que eran niños, unos esclavos que han vivido toda su vida en ese lugar, sin haber conocido jamás el mundo exterior y sin tener posibilidad de imaginar siquiera lo que es nuestro mundo. Las cadenas les impiden moverse y ni tan siquiera pueden mirar a otro lugar que no sea el fondeo de la caverna y el fuego existente un camino por donde diariamente transitan los habitantes de una ciudad cercana, cuyas sombras y de los objetos que llevan consigo, se proyectan en el fondo de la caverna. Los esclavos pueden observar con claridad las sombras, las conocen e identifican una por una y hasta pueden establecer un cierto orden de sucesión en los movimientos, que les permite predecir que sombra va a seguir después de la que acaba de pasar: primero una niña que lleva sobre sus hombros un cántaro, después unos niños que juegan con una rueda y un carrito, posteriormente una mujer con cubos de agua, luego los hombres con sus instrumentos de labranza, más tarde el regreso de cada grupo y así sucesivamente. Cuando los transeúntes hablan, los encadenados oyen sus voces e imaginan que proceden de las sombras que ven, lo cual es para ellos la única realidad que existe, supuesto que es lo único que han visto durante toda su existencia. Imaginemos, sigue diciendo Platón, que uno de los encadenados, por una causa tan desconocida como inexplicable como poder mágico, de pronto se ve libre de las cadenas que lo atan, lo cual lo mueve a observar a los lados, hacia donde nunca había visto, después se anima a ponerse de pié e investigar la caverna y tratar de salir por la abertura hacia el exterior, en donde puede contemplar la realidad del mundo que nosotros conocemos. Seguramente la nueva luz que hiere sus ojos hace que le duelan y apenas puede ver; después el sol lo deslumbra dolorosamente y lo ciega, por lo que apenas de poco en poco pueden lograr habituarse: primero consigue ver las sombras, luego las imágenes de las cosas reflejadas en las aguas y después las cosas mismas, con creciente admiración al darse cuenta de que lo que él imaginaba antes que eran las cosas, no son sino sombras vanas, un pálido reflejo de lo que las cosas son en la realidad. Por la noche verá el cielo estrellado y la luna, al amanecer, vera la imagen reflejada del sol y por último, después de un largo esfuerzo, en griego: gimnasia, podrá llegar a contemplar al mismo sol. Entonces se daría cuenta de que el mundo en que había vivido antes, el mundo de la caverna y de las sombras, era un mundo irreal y desdeñable, por lo que seguramente sentirá un gran deseo de volver a ese lugar; pero para hablar con sus compañeros de esclavitud, para hacerles ver, para decirles, para convencerlos de que esas sombras no son reales; sino el pálido reflejo de un mundo mucho más pleno y hermoso, mucho más perfecto, para llegar a conocer el cual deberán abandonar la caverna, porque las sombras a que están habituados no son si no una mera reproducción, una figura, una silueta de las cosas perfectas que representan. Si así lo hiciera, sus compañeros esclavos no podría creerle, sino al contrario se reirían de él y si él continuará en su empeño de tratar de salvarlos de las tinieblas de su ignorancia y sacarlos a la luz esplendorosa de la verdad del mundo real, seguramente se amotinarían contra él y llegarían a matarlo.
En la alegoría anterior Platón ha simbolizado en la caverna el mundo sensible que nosotros conocemos y en el cual las cosas cuya realidad percibimos únicamente a través de los sentidos, no son sino sombras de las ideas perfectas, paradigmas que existen en el lugar celeste que imaginó, donde el alma, en su estancia anterior a la vida presente, pudo conocer y tratáramos de liberarnos de las cadenas que nos atan al conocimiento superficial, superando los obstáculos que se oponen a que conozcamos la realidad que solamente percibimos mutilada por nuestros sentidos, podríamos transponer los umbrales de la caverna de la ignorancia y poco a poco recordaríamos, primero las imágenes, después las cosas verdaderas en sí, después la realidad exterior plena y finalmente, después de habituar nuestros ojos a la perfección, pasando de las cosas menos perfectas a las más perfectas, mediante un esfuerzo o ejercicio gimnástico de nuestro entendimiento, podríamos alcanzar a comprender la máxima sabiduría que corresponde a la idea del bien; pero el filósofo, el hombre que puede realizar esa proeza y que se ve arrastrado por el anhelo, por la pasión arrolladora de comunicar a sus semejantes el resultado de sus meditaciones y los logros de su sabiduría corre el riesgo, como ocurrió con Sócrates, de morir incomprendido por sus conciudadanos, incapaces de liberarse de la miserable condición de la ignorancia.
En sus diálogos y en sus mitos Platón ha recurrido a la alegoría, al cuento, a la conversación, porque la sabiduría auténtica es de tal naturaleza inaccesible al conocimiento humano, que no es posible comunicarla directamente, o por raciocinios o demostraciones y la actividad misma filosófica no es una labor precisa y determinada, como las restantes ocupaciones habituales en la vida; sino más bien se trata de un modo de ser, de una manera de vivir, de un entregarse apasionado a encontrar un sentido a la existencia.
Es necesario subrayar que la teoría postulada por Platón en la exposición de su filosofía no es ni mucho menos una tesis caprichosa o arbitraria, un mito o una leyenda ni una explicación religiosa, mística o puramente imaginativa.
Lejos de ello, la filosofía de Platón es un esfuerzo sincero, razonable y respetable, por encontrar la solución adecuada a los dos grandes problemas filosóficos de que hemos venido hablando en las páginas anteriores: el problema epistemológico y el problema matafísico, es decir un esfuerzo por encontrar la solución más racional y adecuada al problema que consiste en explicarnos como es posible el conocimiento, si el conocimiento científico de las cosas que integran la realidad exterior universal es o no posible para el entretenimiento humano y en caso de ser afirmativo esa respuesta, que son, en qué consisten, cuál es la estructura de las cosas mismas y en qué consiste éso que les comunica el ser, la existencia, a todos los objetos del cosmos.
El referirse a un lugar celeste en donde existen los paradigmas de toda realidad, imágenes de las cosas que conocemos en el mundo material, de las cuales esta última no son sino meras sombras o reflejos por las cuales podemos ascender hasta comprender las primeras, no es un mito religioso; sino el resultado directo de la exigencia de estricta racionalidad, exigencia planteada primero por los filósofos presocráticos y después por los sofistas y Sócrates, especialmente este último que fue quien hizo notar y subrayó la necesidad de encontrar el concepto de cada objeto de conocimiento en tanto es objeto de conocimiento universal y la necesidad de definir los conceptos precisando su alcance y contenido, necesidad que, unida a la exigencia de universalidad y fijeza del conocimiento científico, frente a la realidad cambiante del devenir del mundo material que descubrió Heráclito, llevan de la mano a Platón a proponer una hipótesis, la primera hipótesis seria, científica, racional, que responde a la pregunta acerca de que es éso que llamamos el concepto universal de las cosas que son objeto del conocimiento científico.
Bajo esa perspectiva, podemos decir que Platón ha sacado provecho de los sistemas filosóficos intentados por los presocritos; pero que se interesa también en el hombre, tanto como los sofistas y no olvida el valor objetivo de la verdad y del bien, siguiendo las enseñanzas de Sócrates, su maestro; que su mundo material tiene la movilidad es inmutable y perfecto, como el ser de Parménides.
Será un discípulo de Platón quien nos ha dejado la enseñanza de la única forma en que puede darse un discipulado digno en el terreno filosófico, Aristóteles quien impregnado de toda la majestad del pensamiento de la filosofía platónica, aprovecha sus logros y los proyecte en un nuevo sistema conceptual, de proporciones monumentales, que habrá de eliminar todo el desarrollo del pensamiento posterior, hasta los albores del Mundo Moderno y cuyos destellos se proyectan fecundos hasta nuestros días.
Un cordial saludo y feliz navidad
El siglo siguiente a la muerte de Sócrates fue brillante por Platón (427-347 A. de J.C.) y por Aristóteles (385-322 A. de J.C.) los principales filósofos griegos, con quienes alcanzó su cumbre no solamente el pensamiento filosófico de Grecia, sino también su literatura y toda su cultura.
Platón nació en Atenas. Perteneció a una familia noble y antigua cuyos orígenes pretendían remontarse a Salón. Su nacimiento y su vocación lo inclinaba a la política; pero la influencia de Sócrates lo llevó a dedicarse a la Filosofía. Platón fundó en su ciudad natal una escuela, en los jardines de Academos, de donde tomó su nombre: la Academia, que platón dirigió hasta su muerte. La Academia perduró hasta el año 529 de nuestra Era, aunque con algunas alteraciones. La mandó clausurar el emperador Justiniano.
El pensamiento filosófico de Platón abarcó todas las eras del amplio panorama filosófico; pero es tal su profundidad y calidad, que en esta visión de conjunto, que tiene por objeto darnos solamente una idea de lo que es la actividad filosófica y el saber filosófico, no es posible entrar en detalles al respecto, por lo que únicamente abordaremos en forma superficial algunos de los aspectos referentes a los problemas epistemológico y metafísico, que son el contenido principal de la filosofía platónica y el que ejerce mayor influencia en el desarrollo del pensamiento posterior.
Un distinguido contemporáneo nuestro, como lo fue el maestro Manuel García, considera a la filosofía platónica ubicada no en la corriente de la filosofía idealista; sino más bien en la corriente de la filosofía realista, no obstante que a la filosofía platónica se le ha llamado con justicia la Filosofía de la Ideas, por ser las ideas el principal centro de su investigación.
La interpretación del maestro García Morente es válida si se tiene en consideración que las ideas de que nos habla Platón son en verdad entidades exteriores al ser humano cognoscente, que le imponen sus categorías al sujeto en el acto de conocer para producir el conocimiento mismo, que es la tesis de la filosofía realista y no es el sujeto que conoce el que imprime a las ideas sus categorías internas para producir el conocimiento, que es lo que ocurre en todo sistema idealista.
Sin embargo, se puede ubicar válidamente a la filosofía platónica dentro del idealismo si se tiene en consideración que las ideas del mundo utópico de Platón se internan en nuestra alma antes de nacer, según su teoría, en la contemplación de ese mundo perfecto que es la religión de las almas y de los modelos eternos de las cosas; pero si en nuestra vida material podemos conocer qué son las cosas materiales, esos pálidos reflejos, esas sombras vanas de las cosas perfectas del topos uranos, es precisamente porque ya viene equipada nuestra alma de las imágenes de las ideas perfectas que conoció en ese lugar celeste y ese equipamiento de nuestro yo, de nuestra capacidad intelectiva es lo que proyectamos al mundo exterior para conocer, a través del mundo engañoso de las cosas vanas, de las cosas materiales, el mundo perfecto de las cosas auténticas, de las existencias verdaderas y perfectas y así obtener el conocimiento auténtico y verdadero del mundo, de la existencia de los objetos de conocimiento científico.
Que son las cosas y cómo obtenemos el conocimiento de ellas, son los temas principales de la filosofía platónica para Platón, como para Parménides, tenemos dos grados, des categorías de conocimientos: la mera opinión, en griego doxa y el saber auténtico, en griego nus o episteme.
La mera opinión es el conocimiento que nos resulta de las noticias que de la realidad exterior nos proporcionan los sentidos, por éso no es de confiar, porque los sentidos nos dan conocimiento superficiales de una realidad cambiante, como dice Heráclito; en cambio, el saber auténtico aspira a profundizar en la estructura básica de las cosas y darnos de esa manera el conocimiento de lo que es eterno, definitivo e imperecedero, porque para Platón, como para Parménides, no es posible admitir que la verdad sea cambiante, es decir, la verdad auténtica acerca de una cosa determinada acerca de un objeto de conocimiento científico determinado.
Esta concepción inicial plantea graves problemas a Platón para poder determinar cómo es que ocurre el conocimiento substancial, básico, científico, seguro, sin alteraciones, de la realidad exterior y ante la imposibilidad de explicarlo con la precisión, conservadas en su totalidad hasta nosotros, en las que hace gala de facilidad literaria y belleza en la exposición, adoptando el estilo de diálogo y en las que inmortaliza la figura de su maestro Sócrates, como personaje central de sus diálogos, matizados de bellas narraciones en las que nos presenta mitos o alegorías, con los cuales pretende explicar su grandiosa concepción.
Así surge la teoría de las ideas . Sigue el procedimiento Socrático que conocemos con el nombre de mayéutica o parto del espíritu, mediante el cual se pretende obtener el conocimiento del intelocutor forzando el diálogo para hacerlo incurrir en contradicciones, hasta hacer brotar la luz de la verdad.
Platón pone en boca de Sócrates, para citar un ejemplo, un interrogatorio mediante el cual logra obtener de un esclavo iletrado la solución a complicados problemas matemáticos. Eso prueba, piensa Platón, que en realidad el conocimiento de las cosas, tanto el de las cosas materiales como el de los objetos intelectuales, como son, por ejemplo, los números, ya lo traemos los seres humanos en nosotros mismos desde antes de nacer, lo cual implica la existencia en nosotros de una alma racional e inmortal, la cual necesariamente tuvo una existencia previa a nuestra existencia material y que por tanto, conoció en algún lugar diferente a nuestro mundo material, la estructura misma de las cosas, que en este mundo material apenas sí podemos conocer como sombras o reflejos; pero que al alma contempló en su forma perfecta, en su estructura esencial, en el lugar celeste en donde habitó antes de venir al mundo, es decir, en el topos uranos, el cual está poblado por las esencias o formas puras, en griego eidos: imagen, idea.
De allí que los sentidos solo nos proporcionan vagos conocimientos que nos llevan a la simple creencia, conjetura u opinión; mientras que, como en su vida anterior el alma adquirió el conocimiento auténtico de la esencia de esas mismas cosas en el tipos uranos, donde conoció al hombre perfecto, o sea el concepto, a la idea de hombre, al árbol perfecto, o sea a la idea de árbol, a la justicia perfecta, o sea a la justicia más verdadera y auténtica, al amor perfecto, a la belleza perfecta, etcétera, para alcanzar ese saber auténtico solamente tenemos que esforzarnos en recordar, en hacer memoria para hacer presente ese conocimiento que ya traíamos con nosotros desde que nacimos.
Algunos conocimientos los recordamos con mucha facilidad, simplemente los evocamos al ver las cosas materiales; pero para otros, necesitamos el diálogo con un interlocutor más entendido que, como en la mayéutica socrática, nos ayude, mediante un auténtico parto del espíritu, a evocar el recuerdo de los conocimientos olvidados por el alma al momento de nacer.
Del diálogo platónico se originó la dialéctica, sistema de conocimiento que implica el poner nuestras opiniones una frente a otra y aplicar todas las reglas de la Lógica para purgarlas de todo error, hasta quedarnos con la verdad sola.
En ese lugar celestial, el topos uranos, el conocimiento que obtuvo el alma no estuvo exento de dificultades. Platón nos los explica con dos mitos: el tránsito del alma humana en el cielo, anterior a la existencia terrenal, se puede comparar con el viaje que realiza un cochero, que representa a la razón humana, el cual viaja en un coche tirado por dos caballos, uno blanco y otro negro. El blanco, dócil y de buena raza, aspira a elevarse a la región más alta del cielo, el negro, díscolo, representa a los instintos sexuales y a las pasiones. La habilidad del cochero está en saber establecer armonía entre ambos caballos, para conseguir éxito en el viaje que lo lleva a la contemplación de las ideas. En su viaje por el firmamento, haciendo prevalecer al caballo blanco, el cochero logra llegar hasta el lugar donde residen las ideas y al conseguirlo, el cochero contempla la belleza de ese lugar celestial: el amor perfecto, la belleza perfecta, la sabiduría perfecta, las cosas perfectas: pero al quedar deslumbrado por la contemplación de esa perfección, inconscientemente suelta las riendas del coche lo que aprovecha el caballero negro para tirar del carruaje hacia abajo, el cual viene a caer en la tierra con el cochero, nuestra alma, que antes pasa por un lugar en donde se produce el olvido total de lo que había visto en el mundo utópico de las ideas.
La otra alegoría es el Mito de la Caverna. Imaginemos, dice Platón, que exista en un lugar una caverna, en donde se encuentran encadenados, desde que eran niños, unos esclavos que han vivido toda su vida en ese lugar, sin haber conocido jamás el mundo exterior y sin tener posibilidad de imaginar siquiera lo que es nuestro mundo. Las cadenas les impiden moverse y ni tan siquiera pueden mirar a otro lugar que no sea el fondeo de la caverna y el fuego existente un camino por donde diariamente transitan los habitantes de una ciudad cercana, cuyas sombras y de los objetos que llevan consigo, se proyectan en el fondo de la caverna. Los esclavos pueden observar con claridad las sombras, las conocen e identifican una por una y hasta pueden establecer un cierto orden de sucesión en los movimientos, que les permite predecir que sombra va a seguir después de la que acaba de pasar: primero una niña que lleva sobre sus hombros un cántaro, después unos niños que juegan con una rueda y un carrito, posteriormente una mujer con cubos de agua, luego los hombres con sus instrumentos de labranza, más tarde el regreso de cada grupo y así sucesivamente. Cuando los transeúntes hablan, los encadenados oyen sus voces e imaginan que proceden de las sombras que ven, lo cual es para ellos la única realidad que existe, supuesto que es lo único que han visto durante toda su existencia. Imaginemos, sigue diciendo Platón, que uno de los encadenados, por una causa tan desconocida como inexplicable como poder mágico, de pronto se ve libre de las cadenas que lo atan, lo cual lo mueve a observar a los lados, hacia donde nunca había visto, después se anima a ponerse de pié e investigar la caverna y tratar de salir por la abertura hacia el exterior, en donde puede contemplar la realidad del mundo que nosotros conocemos. Seguramente la nueva luz que hiere sus ojos hace que le duelan y apenas puede ver; después el sol lo deslumbra dolorosamente y lo ciega, por lo que apenas de poco en poco pueden lograr habituarse: primero consigue ver las sombras, luego las imágenes de las cosas reflejadas en las aguas y después las cosas mismas, con creciente admiración al darse cuenta de que lo que él imaginaba antes que eran las cosas, no son sino sombras vanas, un pálido reflejo de lo que las cosas son en la realidad. Por la noche verá el cielo estrellado y la luna, al amanecer, vera la imagen reflejada del sol y por último, después de un largo esfuerzo, en griego: gimnasia, podrá llegar a contemplar al mismo sol. Entonces se daría cuenta de que el mundo en que había vivido antes, el mundo de la caverna y de las sombras, era un mundo irreal y desdeñable, por lo que seguramente sentirá un gran deseo de volver a ese lugar; pero para hablar con sus compañeros de esclavitud, para hacerles ver, para decirles, para convencerlos de que esas sombras no son reales; sino el pálido reflejo de un mundo mucho más pleno y hermoso, mucho más perfecto, para llegar a conocer el cual deberán abandonar la caverna, porque las sombras a que están habituados no son si no una mera reproducción, una figura, una silueta de las cosas perfectas que representan. Si así lo hiciera, sus compañeros esclavos no podría creerle, sino al contrario se reirían de él y si él continuará en su empeño de tratar de salvarlos de las tinieblas de su ignorancia y sacarlos a la luz esplendorosa de la verdad del mundo real, seguramente se amotinarían contra él y llegarían a matarlo.
En la alegoría anterior Platón ha simbolizado en la caverna el mundo sensible que nosotros conocemos y en el cual las cosas cuya realidad percibimos únicamente a través de los sentidos, no son sino sombras de las ideas perfectas, paradigmas que existen en el lugar celeste que imaginó, donde el alma, en su estancia anterior a la vida presente, pudo conocer y tratáramos de liberarnos de las cadenas que nos atan al conocimiento superficial, superando los obstáculos que se oponen a que conozcamos la realidad que solamente percibimos mutilada por nuestros sentidos, podríamos transponer los umbrales de la caverna de la ignorancia y poco a poco recordaríamos, primero las imágenes, después las cosas verdaderas en sí, después la realidad exterior plena y finalmente, después de habituar nuestros ojos a la perfección, pasando de las cosas menos perfectas a las más perfectas, mediante un esfuerzo o ejercicio gimnástico de nuestro entendimiento, podríamos alcanzar a comprender la máxima sabiduría que corresponde a la idea del bien; pero el filósofo, el hombre que puede realizar esa proeza y que se ve arrastrado por el anhelo, por la pasión arrolladora de comunicar a sus semejantes el resultado de sus meditaciones y los logros de su sabiduría corre el riesgo, como ocurrió con Sócrates, de morir incomprendido por sus conciudadanos, incapaces de liberarse de la miserable condición de la ignorancia.
En sus diálogos y en sus mitos Platón ha recurrido a la alegoría, al cuento, a la conversación, porque la sabiduría auténtica es de tal naturaleza inaccesible al conocimiento humano, que no es posible comunicarla directamente, o por raciocinios o demostraciones y la actividad misma filosófica no es una labor precisa y determinada, como las restantes ocupaciones habituales en la vida; sino más bien se trata de un modo de ser, de una manera de vivir, de un entregarse apasionado a encontrar un sentido a la existencia.
Es necesario subrayar que la teoría postulada por Platón en la exposición de su filosofía no es ni mucho menos una tesis caprichosa o arbitraria, un mito o una leyenda ni una explicación religiosa, mística o puramente imaginativa.
Lejos de ello, la filosofía de Platón es un esfuerzo sincero, razonable y respetable, por encontrar la solución adecuada a los dos grandes problemas filosóficos de que hemos venido hablando en las páginas anteriores: el problema epistemológico y el problema matafísico, es decir un esfuerzo por encontrar la solución más racional y adecuada al problema que consiste en explicarnos como es posible el conocimiento, si el conocimiento científico de las cosas que integran la realidad exterior universal es o no posible para el entretenimiento humano y en caso de ser afirmativo esa respuesta, que son, en qué consisten, cuál es la estructura de las cosas mismas y en qué consiste éso que les comunica el ser, la existencia, a todos los objetos del cosmos.
El referirse a un lugar celeste en donde existen los paradigmas de toda realidad, imágenes de las cosas que conocemos en el mundo material, de las cuales esta última no son sino meras sombras o reflejos por las cuales podemos ascender hasta comprender las primeras, no es un mito religioso; sino el resultado directo de la exigencia de estricta racionalidad, exigencia planteada primero por los filósofos presocráticos y después por los sofistas y Sócrates, especialmente este último que fue quien hizo notar y subrayó la necesidad de encontrar el concepto de cada objeto de conocimiento en tanto es objeto de conocimiento universal y la necesidad de definir los conceptos precisando su alcance y contenido, necesidad que, unida a la exigencia de universalidad y fijeza del conocimiento científico, frente a la realidad cambiante del devenir del mundo material que descubrió Heráclito, llevan de la mano a Platón a proponer una hipótesis, la primera hipótesis seria, científica, racional, que responde a la pregunta acerca de que es éso que llamamos el concepto universal de las cosas que son objeto del conocimiento científico.
Bajo esa perspectiva, podemos decir que Platón ha sacado provecho de los sistemas filosóficos intentados por los presocritos; pero que se interesa también en el hombre, tanto como los sofistas y no olvida el valor objetivo de la verdad y del bien, siguiendo las enseñanzas de Sócrates, su maestro; que su mundo material tiene la movilidad es inmutable y perfecto, como el ser de Parménides.
Será un discípulo de Platón quien nos ha dejado la enseñanza de la única forma en que puede darse un discipulado digno en el terreno filosófico, Aristóteles quien impregnado de toda la majestad del pensamiento de la filosofía platónica, aprovecha sus logros y los proyecte en un nuevo sistema conceptual, de proporciones monumentales, que habrá de eliminar todo el desarrollo del pensamiento posterior, hasta los albores del Mundo Moderno y cuyos destellos se proyectan fecundos hasta nuestros días.
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