Actividades extraescolares niños

Buenos días

Tengo una hija de 6 años y un hijo de 4 años y medio.Realizan actividades extraescolares y como son dos y tienen diferentes gustos, tengo que llevarlos a dichas actividades diferentes días, por lo que tenemos todas las tardes ocupadas.La niña empezará en septiembre 1º de primaria, con el consiguiente aumento de deberes para casa. Tengo la duda de si es mejor que realicen los deberes antes de ir a las actividades extraescolares o después de éstas, cuando quizá estén mas cansados físicamente.

Muchas gracias

Respuesta
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Cuando planteo en consulta el riesgo de estrés infantil a causa de las actividades extraescolares, muchos me dicen "pero si lo que hacen les gusta, son actividades que ellos mismos piden". Pues bien, aunque les guste y sean actividades lúdicas, los niños necesitan tiempo para aburrirse, para estar en casa y no tener nada que hacer y descansar. Por lo tanto, lo primero advertirte del riesgo de actividades excesivas a esas edades, pues ellos no expresan su estrés igual que los adultos.
Intentando contestar a tu pregunta, sería mejor que hicieran los deberes antes y después tener un buen rato para descansar.

Aquí puedes ver un artículo sobre estrés infantil, que escribí hace tiempo:

Cualquiera puede pensar que el estrés es algo propio de adultos, exclusivo de directivos o profesionales con una agenda apretada, incluso de personas que llevan casa, trabajo y diez cosas a la vez. El estrés en sí no es algo negativo. Bien llevado por un adulto puede proporcionar energía extra en épocas que requieren mayores esfuerzos. Los síntomas conocidos por todos pasan por ansiedad, falta de concentración, pérdida del apetito, sensación continua de falta de tiempo, insomnio, etc., sobre todo en etapas posteriores al estrés. Sin embargo este trastorno no lo relacionamos con los menores. La percepción que tenemos los padres sobre las preocupaciones de los niños, así como de la interpretación de sus gestos y quejas, parece ser equivocada, ya que solemos pensar cosas como “este niño es muy nervioso”, o “no sabe lo que quiere”, o “se pelea porque es agresivo”, etc. El caso es que la respuesta infantil al estrés, suele diferir de la que presentamos los adultos. Un niño estresado no suele llegar del colegio y decir: “mamá, me voy a dar un baño caliente que vengo agotado”; no, lo normal es que se muestre más desafiante, o bien se pelee con un hermano o coja su “play” el sábado y pase horas desconectado de su entorno. Los niños no son conscientes de su estado, ya que eso lo aprendemos con el tiempo. Por contra, suelen manifestar su malestar pagándolo con quienes le rodean. Alternan episodios de mucha actividad, incluso mezclada con ira, y momentos de apatía y estados de ánimo bajos. En ocasiones se vuelven a hacer pipí encima, o en la cama, o sufren terrores nocturnos; otros se vuelven más huraños y reservados, o expresan miedos desproporcionados, incluso a aspectos que parecían superados: a la oscuridad, a separarse de la madre, a dormir solo, etc.
Agenda de Javier, de 7 años.
De lunes a viernes.
- 7.15 de la mañana. Se levanta
- 7.35 después de asearse, se viste y se monta en el coche para ir al colegio.
- 7.50 llega al aula matinal. Desayuno y juega hasta la hora de la primera clase.
- 9.00 comienzan las clases
- 14.00 terminan las clases. Se queda en el cole a comer.
- 16.00 lunes y miercoles: inglés. Martes y jueves: fútbol
- 17.00 Lo recoge su abuela, que se lo lleva a su casa hasta las 19.30
- 19.30 El padre, que ha salido de trabajar, pasa a buscarlo. Ha merendado.
- 19.45 Llega a casa. Rato libre.
- 20.30 Cena y media hora de deberes.
- 21.30 se va a la cama.

Este es un ejemplo que, visto así puede parecer exagerado, pero puedo asegurar que muchos niños en nuestro país tienen agendas similares. Algunos padres, al hacerle ver que su hijo puede estar sufriendo de estrés por llevar una actividad impropia de su edad, argumentan: “en el colegio no todo es estudiar, también juega”, “en algunas actividades como las deportivas también se divierte”, o “con sus abuelos lo pasa bien”. Estos argumentos, que en muchos casos vienen construidos junto al sentimiento de culpa, son los que esgrimimos con la intención de justificar una agenda, que ni siquiera algunos adultos sabríamos soportar.
Además, les inculcamos la necesidad de sobresalir de los demás, sacando buenas notas, siendo los mejores en un deporte o actividad, además de tener que llevar a cabo rutinas propias de un niño de su edad: recoger el cuarto, cepillarse los dientes, etc.
Es evidente que un niño debe llevar una vida ordenada. Debe completar rutinas diarias y acudir a la escuela. Así mismo, debe hacer sus deberes y aprender a ser responsable. Esto es saludable, tanto a nivel físico como psicológico, pero no olvidemos que el estrés aparece como una respuesta del indivíduo a exigencias que sobrepasan la capacidad del propio organismo. Debemos encontrar tiempo para dedicárselo a nuestros hijos, aunque casi siempre ese tiempo lo empleamos regañando, dando instrucciones, etc, es decir, intentando que su educación no se nos vaya de las manos.
Los tres pilares
En la crianza de los niños existen tres pilares importantísimos para su estabilidad emocional: el afecto, el refugio y el sustento.
El afecto parte de padres, hermanos y familiares de crianza. El niño lo manifiesta con ellos y después lo traslada a la escuela y su entorno: compañeros, amigos, etc. Las carencias emocionales en la infancia no tienen fácil reparo en la edad adulta. El afecto que no se demuestra no tiene validez alguna. Los mimos, besos y demás muestras de cariño deben formar parte de su crianza. Además, debemos ser incondicionales en cuanto al afecto y no entrar en chantajes emocionales del tipo: “mami no te va a querer si te portas mal”, o frases similares.
El refugio viene representado por el hogar. Un niño debe pasar tiempo en su casa. Es un escenario único que les proporciona seguridad y bienestar. Un menor que no pasa suficiente tiempo en casa, tiende a estresarse con mayor facilidad. El ambiente debe ser el adecuado, intentando evitar discusiones, o situaciones que supongan alteración del entorno. No es fácil mantener un ambiente agradable siempre, pero es bueno saber que este aspecto es fundamental. Quizás con menos tele y mas diálogo (que no sermones), sería más sencillo.
Los cambios de domicilio (mudanzas) frecuentes, también dificultan la adaptación del niño, aunque en la mayoría de los casos es inevitable ciertos traslados, sobre todo por cuestiones laborales, de separación, etc.
El sustento es el pilar más visible y normalmente asumible, aunque no vendría mal tener ciertos aspectos en cuenta. Un niño bien alimentado está mas preparado para adaptarse a las situaciones. En este apartado incluyo también el cuidado personal, la protección ante enfermedades, etc. Rutinas bien instauradas, la disciplina en el aseo..., en general es positivo hacer que el niño adopte costumbres que los padres entendamos como buenas para su cuidado y manutención.
Lo que nos queda
Una vez asumido el papel que tenemos los padres respecto de los hijos, sólo queda plantearse mejorar. Cada día es un reto y evitar que nuestros hijos se estresen es tarea de todos, pero sobre todo de quienes somos responsables de su crianza. Estas medidas pueden ser un principio:
- Evitar un exceso de actividades extra-escolares.
- La presión sobre su rendimiento debe ser proporcional su edad.
- Intentar que el ambiente dentro de casa sea apropiado.
- No sobre-protegerlos.
- Mostrarles nuestro afecto a diario.
- Instaurar rutinas necesarias.
- Aceptar el carácter de cada niño no significa justificar con éste todas sus reacciones.
- Escucharles con atención (muchas veces sólo les atendemos cuando se portan mal).
En conclusión, si vemos que nuestro hijo o hija muestra señales que creamos tengan que ver con el estrés, no lo dejemos pasar, intentemos aplicar estas medidas, y si finalmente vemos que no estamos en el camino correcto, lo mejor es pedir ayuda a un profesional. Los psicólogos podemos orientar a las familias para conseguir que nuestros hijos se desarrollen con las condiciones propicias, evitando así entrar en procesos que con el tiempo puedan enquistarse.

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