No! Dios no es una religión, está por encima de toda logica humana.
HABLAR DE DIOS, en el siglo XXI
"Llegará seguramente la hora en que el hombre, en su íntimo y radical fracaso, despierte como de un sueño, hallándose con Dios. Entonces se encontrará religado a Él, no para huir de los demás, del mundo o de sí mismo, sino al contrario, para poder aguantar y sostenerse en el ser.
Dios no se manifiesta primariamente como negación, sino como fundamento, como el que hace posible existir. El hombre no encuentra a Dios primariamente en la dialéctica de las necesidades e indigencias. El hombre encuentra a Dios en la plenitud de su ser y de su vida. El resto es un triste concepto de Dios.
Hay momentos en que, si nos atrevemos a ser absolutamente sinceros, los mismos creyentes podemos tener la sensación de que hablar de Dios en este siglo XXI tiene algo de anacrónico, de cosa "pasada". Cuando la ciencia lo ha investigado ya todo - aunque no haya resuelto todavía los misterios de todo -, ¿podemos seguir hablando de una extraña realidad extracósmica que nunca nadie ha visto y la existencia de la que nadie puede comprobar? ¿Podemos dejar de aferrarnos a un mundo que cada día ofrece nuevas posibilidades y refugiarnos en un Dios escurridizo, de quien nadie puede garantizar que aporte realmente nada positivo a los que dicen creer en él? Empeñarse en seguir hablando de Dios, ¿no es sencillamente querer mantener una reliquia de un pasado que ya no es nuestro? Y además, creer o no creer en Dios, ¿hace aún ninguna diferencia en la vida de los humanos?
Pero seguramente hay también momentos en que entrevemos bastante claro que prescindir totalmente de Dios significa cortar drásticamente con algo importante sobre el sentido de nosotros mismos y del mundo. Nos podemos dar cuenta que creer en Dios no es simplemente admitir la existencia de un extraño ser extracósmico e incontrolable a modo de super OVNI-, la negación del que no afectaría mucho nuestra existencia.
Cuando me pregunto si he de creer en Dios intuyo que se trata de admitir o no un principio último de inteligibilidad, de sentido y de valor de todo, incluida la propia vida, a modo de clave de comprensión y de valoración del que yo soy y hago y de todo lo que me rodea. Creer en Dios significa, en definitiva, confesar que no me puedo convencer que todo lo que sucede, lo que yo vivo, lo que yo conozco y amo sea sólo un resultado accidental de "azar o la necesidad". Significa no poderme resignar a que todo lo que sucede es sólo "una historia estúpida -o fatal- contada por un idiota". Significa postular, desde la exigencia íntima de mi percepción y valoración de las cosas. Que hay una última y global razón de ser y de valor y que todo no puede ser sólo un montón de cosas y de acontecimientos fortuitos y, en definitiva, insignificantes.
Intuyo que negar a Dios sería volcarme a lo absurdo, a la fatuidad o la fatalidad, a lo inteligible radical. Bien es verdad que hay suficientes cosas inteligibles para mí y aparentemente absurdas: pero creer en Dios es declarar que no puedo resignarme a considerarlas radicalmente absurdas en sí mismas. En medio de tantos enigmas y dolores, hay demasiadas cosas buenas y bellas en este mundo para condenar todo a la obscura tiniebla del inconsistente y caótico.
O es que tal vez puedo atreverme a mantener -con todos los positivistas de todos los tiempos- que no hay más realidad y más verdad que la que yo pueda ver y tocar? ¿Y quién puede asegurar el principio idealista que la mente humana es la medida adecuada de toda realidad? ¿No puede haber más realidad que la que yo pueda ver y tocar? ¿No tengo quizás la obligación de sospechar que la profundidad y grandeza de la realidad es más de lo que yo puedo inmediatamente abarcar?
La fe en Dios surge de la capacidad de apertura a una última profundidad y consistencia de la verdad y del bien, más allá de lo que yo capto inmediatamente. Al contrario, como decia Ortega y Gasset, la actitud irreligiosa "es falta de respeto hacia lo que hay encima de nosotros, a nuestro lado, y más abajo". O, como bien decía muy profundamente nuestro Maurici Serrahima:
"La aceptación de una Causa y de un Origen misteriosos resulta para mí más razonable y me satisface más que la admisión de una misteriosa ausencia de causa y de origen, o que la afirmación, igualmente misteriosa, de una necesaria insuperable ignorancia de cualquier causa y de cualquier origen ... Viene a ser el que afirmaba E.Mounier: "el absurdo es absurdo". Para decirlo con palabras de J. M. Capdevila, me siento inclinado a preferir los Misterios de la Luz a los misterios de Tinieblas.
Es, por tanto, la Razón misma, yno la Fe sola, la que, puesto a decidir sobre el fundamento de la Realidad, me decide a admitir una misteriosa pero positiva Existencia absoluta, y rehuir la admisión de un vacío caótico que sería, al menos, igualmente misterioso.
En el fondo, creer significa amar. Amar tanto el mundo y las cosas, que el hombre no las puede declarar fútiles y absurdas. Amar tanto la razón, que el hombre no puede declararla fatalmente frustrante y frustrada. Amar tanto a los hombres, que el hombre no puede admitir que sean sólo un juguete huidizo de un azar inconsistente.