Las personas somos iguales en lo fundamental, en poder alcanzar el fin para el que hemos sido creados.
No le llamo sumisión a la recta obediencia. Ya que a quien hay que obedecer, en definitiva, es a Dios, a la Verdad. Y no hay indignidad alguna, sino que al contrario, en obedecer a Dios.
No hay nada malo en la legítima autoridad, ni en la recta autoridad, siendo ya el primer mandamiento de Dios referido al prójimo, el honrar al padre y a la madre, con obligación de obedecerles, mientras se dependa de ellos, en todo lo bueno que manden para el bien de la persona, o de la familia. Y obedeciendo rectamente a los padres, en esta situación, se obedece a Dios. Por supuesto que uno tiene siempre la obligación de actuar según su conciencia cierta (en la que tiene certeza, sin ningún género de dudas; por supuesto que no hay certeza para lo malo), y entonces solo podría no hacer lo que se le manda, si tiene que oponer un motivo de conciencia cierta, como te dije, ya que la obediencia no es ciega, aunque uno pueda aceptar la autoridad de otras personas, precisamente por Dios.
Por otro lado, hacia cualquier lado que se te ocurra mirar, siempre habrá (o al menos casi siempre, ya que ahora no se me ocurre ningún ejemplo en el que no lo haya), una cierta organización, generalmente ya existiendo alguien que dirige en algún aspecto; si te vas a una panadería tampoco querrás que el pan haya sido hecho habiendo dirigido el proceso el que llegó en último lugar, etc.
Lo malo es la perversión del poder, el poder torcido y traicionero, que sirve a intereses creados. Pero no se puede confundir una recta autoridad con una traicionera autoridad.
Puedes leer la historia del profeta Samuel, último juez de Israel.