Discurso del método, descartes
Hola necesito saber cual es el concepto, personaje conceptual, plano de inmanencia y geofilosofia del discurso del método de descartes, y lados mismos items del libro investigación de la verdad a la luz de la naturaleza del mismo autor, gracias.
Respuesta de kryanstar
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kryanstar, Licenciada en la Vida
Discurso del método
Rene Descartes
Primera parte
El buen sentido' es la cosa mejor repartida del mundo: pues cada uno piensa estar tan bien provisto de él que incluso los que son más difíciles de contentar con cualquier otra cosa no están acostumbrados a desear más del que tienen. En lo que no es verosímil que todos se engañen, pero esto testimonia más bien que el poder de juzgar bien y distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que se denomina el buen sentido o la razón, es naturalmente igual en todos los hombres; y así como la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros sino solamente de que conducimos nuestros pensamientos por diversas vías y no consideramos las mismas cosas. Pues no es suficiente tener buen ingenio2, sino lo principal es aplicarlo bien.
1 Expresión que hay que entender como la facultad de distinguir lo verdadero de lo falso: es la razón o facultad de juzgar. Se liga también con la expresión luz natural, o luz natural de la inteligencia humana, para distinguirla de la otra luz, la Revelación, recibida de Dios. Un segundo sentido en otros contextos es el de sabiduría, equivalente al bona mens de los estoicos romanos. Y, "sentido" hace referencia a los órganos para recibir los objetos exteriores (vista, oído, olfato, etc.). Gilson, Commentaire. 81-82.
2 Esprít bon. Esprit no se puede traducir automáticamente todas las veces por espíritu. Descartes la traduce del latín ingenwm que significa: cualidades naturales, temperamento, carácter, inteligencia, talento, genio- Entre los varios usos, se destaca principalmente el de espíritu opuesto a materia, a sustancia extensa, y en este sentido es equivalente a pensamiento.
Las más grandes almas son capaces de los mayores vicios lo mismo que de las mayores virtudes; y los que sólo andan muy lentamente pueden avanzar mucho más si siguen siempre el camino recto, que los que corren y se alejan de él. Por mi parte, jamás he presumido que mi espíritu3 fuese más perfecto que los del común; incluso he deseado frecuentemente tener el pensamiento tan rápido, o la imaginación tan nítida y distinta o la memoria tan amplia, o tan presente, como algunos otros. Y no conozco otras cualidades sino éstas que sirvan a la perfección del espíritu; pues en relación con la razón, o el sentido, dado que ella es la única que nos hace hombres y nos distingue de los animales, quiero creer que está toda entera en cada uno, y seguir en esto la opinión común de los filósofos que dicen que sólo hay más y menos entre los accidentes, y no entre las formas4, o naturalezas de los individuos de una misma especie5.
Pero no temeré decir que pienso haber sido muy afortunado por haberme encontrado, desde mi juventud, en ciertos caminos que me han conducido a consideraciones y máximas con las que he formado un método por el cual me parece que tengo medios para aumentar gradualmente mi conocimiento y elevarlo poco a poco al más alto punto que la mediocridad de mi espíritu y la corta duración de mi vida le permitan alcanzar.
3 Espíritu en un sentido más amplio que el de razón, provisto de memoria, voluntad e imaginación.
4 Formas, esto es, formas sustanciales. Para la escolástica, la forma es aquello que es común a todos los individuos de una especie.
5 La especie es un atributo universal predicable. Y es la forma la que define la especie numéricamente compuesta de individuos. El accidente es una cualidad que puede estar o no en un individuo.
Pues ya he recogido de él tales frutos que aún con los juicios que hago de mí mismo trato siempre de inclinarme hacia el lado de la desconfianza más bien que hacia el de la presunción; y aunque mirando con ojo de filósofo las diversas acciones y empresas de todos los hombres, casi ninguna hay que no me parezca vana e inútil, no dejo de sentir una extrema satisfacción por el progreso que pienso haber hecho ya en la búsqueda de la verdad, y concebir tales esperanzas para el futuro que, sí entre las ocupaciones de los hombres puramente hombres hay alguna que sea sólidamente buena e importante, me atrevo a creer que es la que he escogido.
Sin embargo, puede suceder que me equivoque, y lo que quizá no es más que un poco de cobre y de vidrio lo tome como de oro y diamantes. Sé cuánto estamos sujetos a equivocarnos en lo que nos concierne y cuánto también deben sernos sospechosos los juicios de nuestros amigos cuando lo son a nuestro favor. Pero me gustaría mucho hacer ver, en este discurso, cuáles son los caminos que he seguido, y representar en él mi vida como en un cuadro para que cada cual pueda juzgarla y conociendo por el rumor público las opiniones que haya, sea éste un nuevo medio de instruirme, que agregaré a los que ya acostumbro utilizar.
Así, pues, mi propósito no es enseñar aquí el método que cada uno debe seguir para conducir bien su razón, sino solamente hacer ver de qué manera he tratado de conducir la mía. Los que tratan de dar preceptos deben estimarse más hábiles que aquellos a quienes los dan; y si fallan en la menor cosa son por ello censurables.
Pero al proponer este escrito sólo como una historia o, si lo prefieren mejor, como una fábula en la cual, entre algunos ejemplos que se pueden imitar, se encontrarán acaso también muchos otros que con razón no deben seguirse, espero que será útil para algunos, sin ser nocivo para nadie, y que todos agradecerán mi franqueza.
Desde mi infancia fui educado en las letras6, y puesto que me persuadían de que por medio de ellas se podía adquirir un conocimiento claro y seguro de todo lo que es útil para la vida, tenía un gran deseo de aprenderlas. Pero tan pronto acabé todo ese curso de estudios, al cabo del cual se acostumbra ser recibido en el rango de los doctos, cambié enteramente de opinión. Pues yo me encontraba confundido con tantas dudas y errores que me parecía no haber obtenido otro provecho, al tratar de instruirme, que el de descubrir cada vez más mi ignorancia.
Y sin embargo yo estaba en una de las más célebres escuelas de Europa7 en donde pensaba que debía haber hombres sabios, si los había en algún lugar de la Tierra. Allí había aprendido todo lo que los otros aprendían; y no estando contento aún con las ciencias que nos enseñaban, había recorrido todos los libros que tratan de las que se consideran las [cosas] más curiosas y más raras que habían podido caer en mis manos8.
6 Litterae humaniores. El conjunto de estudios humanísticos estaba integrado por la retórica, la gramática, ia historia y la poesía. Descartes iniciaría sus estudios a la edad de diez años.
7 El colegio Henri IV, de La Fleche, fundado en 1604 junto al Loira, era dirigido por los jesuitas.
8 Se trata aquí de la alquimia, la magia y la astrología.
Con esto, conocía los juicios que los otros hacían de mí; y no veía que se me considerara inferior a mis condiscípulos, aunque ya hubiera entre ellos algunos destinados a ocupar los puestos de nuestros maestros. Y por último, nuestro siglo me parecía tan floreciente y tan fértil en buenos espíritus como cualquiera de los precedentes. Lo que me permitía tomar la libertad de juzgar por mí mismo a todos los demás y pensar que no había ninguna doctrina en el mundo que fuese tal como la que antes se me había prometido esperar.
No dejaba, sin embargo, de apreciar los ejercicios de los que nos ocupamos en las escuelas. Sabía que las lenguas que allí se aprenden son necesarias para la comprensión de los libros antiguos; que el encanto de las fábulas despierta el espíritu; que las acciones memorables de las historias lo elevan y que leídas con discreción ayudan a formar el juicio; que la lectura de todos los buenos libros es como una conversación con las personas más íntegras de los siglos pasados, quienes han sido sus autores, e incluso una conversación estudiada en la cual sólo nos descubren lo mejor de sus pensamientos; que la elocuencia posee fuerzas y bellezas incomparables; que la poesía tiene delicadezas y dulzuras bien encantadoras; que las matemáticas tienen inventos muy sutiles y que pueden servir tanto para satisfacer a los curiosos como para facilitar todas las artes9 y disminuir el trabajo de los hombres; que los escritos que tratan de las costumbres contienen muchas enseñanzas y muchas exhortaciones a la virtud que son muy útiles; que la teología enseña a ganar el cielo; que la filosofía proporciona medios para hablar con verosimilitud de todas las cosas y hacerse admirar de los menos sabios10; que la jurisprudencia, la medicina y las otras ciencias aportan honores y riquezas a los que las cultivan; y, en fin, que es bueno haberlas examinado todas, incluso las más supersticiosas y las más falsas, con el fin de conocer su justo valor y cuidarse de ser engañado por ellas.
9 Alusión a las matemáticas aplicadas, en particular la mecánica. "Artes"
En el sentido de trabajo manual y en general de técnica. Por el contra-
Rio, las artes liberales requerían de un mayor ejercicio del espíritu.
Creía, no obstante, haber dedicado ya suficiente tiempo a las lenguas e incluso también a la lectura de los libros antiguos, a sus historias y a sus fábulas. Pues es casi lo mismo conversar con los de otros siglos como viajar. Es bueno saber algo de las costumbres de los diversos pueblos para juzgar las nuestras con mayor sensatez y para que no pensemos que todo lo que está en contra de nuestras maneras de actuar sea ridículo y opuesto a la razón, así como tienen la costumbre de hacer los que no han visto nada. Pero cuando se emplea demasiado tiempo en viajar uno se vuelve finalmente extraño en su país; y cuando se es demasiado curioso de las cosas que se practicaban en los siglos pasados se queda uno por lo común muy ignorante de las que se practican en el presente.
Además de que las fábulas hacen imaginar como posibles muchos acontecimientos que de ningún modo lo son y que incluso las historias más fieles, si no cambian ni aumentan el valor de las cosas para hacerlas más dignas de ser leídas, por lo menos omiten casi siempre las circunstancias más bajas y menos ilustres: de donde proviene que lo demás no parezca tal como es, y que los que regulan sus costumbres por los ejemplos sacados de ellas estén expuestos a caer en las extravagancias de los paladines de nuestras novelas y a concebir propósitos que superan sus fuerzas.
10 Es una ironía contra la filosofía escolástica. Lo que entiende por filosofía y la utilidad de ésta, así como las condiciones del filosofar, se ve claramente en la Cana al abad Claude Picot o Prefacio a los Principios de la filosofía.
Apreciaba mucho la elocuencia y estaba enamorado de la poesía, pero pensaba que una y otra eran dones del espíritu antes que frutos del estudio.
Los que poseen un razonamiento más fuerte y digieren mejor sus pensamientos, a fin de hacerlos claros e inteligibles, pueden siempre persuadir mejor de lo que se proponen, aunque sólo hablaran el bajo bretón y nunca hubiesen aprendido retórica. Y los que tienen las invenciones más agradables y las saben expresar con el máximo adorno y suavidad no dejarían de ser los mejores poetas aunque el arte poético les fuera desconocido.
Me agradaban sobre todo las matemáticas por la certeza y evidencia de sus razones, pero no advertía todavía su verdadero uso y, pensando que servían sólo a las artes mecánicas, me asombraba de que siendo sus fundamentos tan firmes y tan sólidos no se hubiera construido encima de ellos nada más elevado. Y al contrario, comparaba los escritos de los antiguos paganos que tratan de las costumbres, con palacios muy soberbios y magníficos, construidos sólo sobre arena y barro. Ellos elevan bien alto las virtudes y las hacen aparecer como estimables por encima de todas las cosas que hay en el mundo, pero no enseñan suficientemente a conocerlas, y frecuentemente lo que llaman con un nombre tan hermoso no es más que insensibilidad u orgullo, o desesperación o parricidio11.
Reverenciaba nuestra teología y pretendía como cualquier otro ganar el cielo; pero habiendo aprendido como cosa bien segura que el camino no está menos abierto a los más ignorantes que a los más doctos y que las verdades reveladas que conducen a él están por encima de nuestra inteligencia, no me había atrevido a someterlas a la debilidad de mis razonamientos, y pensaba que para intentar examinarlas y lograrlo era necesario tener alguna asistencia extraordinaria del cielo y ser más que hombre.
No diré nada de la filosofía sino que viendo que ha sido cultivada por los más excelentes espíritus que hayan vivido desde hace muchos siglos, y que sin embargo no se encuentra nada en ella que no sea objeto de discusión, y que por consiguiente no sea dudoso, no tenía bastante presunción como para esperar encontrar algo mejor que los demás; y considerando cuántas opiniones diversas puede haber respecto a una misma materia, sostenidas por gentes doctas, aun cuando jamás pueda existir más de una sola que sea verdadera, yo daba casi por falso todo lo que era más que verosímil.
11 Pasaje inspirado en los principios morales del estoicismo. El sabio estoico vive de acuerdo con la naturaleza o sea de acuerdo con la razón pues todo en la naturaleza está impregnado de razón; "Usa la razón en los casos difíciles" aconsejaba Séneca. La insensibilidad o imperturbabilidad (ataraxia) hace que ei sabio no le tema a la muerte, al sufrimiento y al dolor; su felicidad es idenlificable con la de los dioses {orgullo). La desesperación es algo censurable y se liga con el suicidio, concretamente de Catón enUtica cuando ganó César (Cf. Séneca, Cartas morales II). Con el parricidio se evoca posiblemente el asesinato de César, padre adoptivo de Bruto. W. Shakespeare, en su obra dramática Julio César(1600), toma algunas de las preocupaciones de los estoicos como censura del suicidio, los presagios, obediencia de la naturaleza.
Luego, para las otras ciencias12, en tanto toman sus principios de la filosofía, juzgaba que no se podía haber edificado nada que fuese sólido sobre cimientos tan poco firmes. Y ni el honor ni la ganancia que ellas prometen eran suficientes para convidarme a aprenderlas; pues no me sentía, gracias a Dios, en la condición que me obligaba a hacer de la ciencia un oficio para alivio de mi fortuna; y aunque no hiciese profesión de despreciar la gloria como un cínico13 sin embargo tenía en poca estima aquella que se adquiere sólo con falsos títulos. Y por último, respecto a las malas doctrinas creía conocer ya bastante lo que ellas valían como para no ser engañado, ni por las promesas de un alquimista, ni por las predicciones de un astrólogo, ni por las imposturas de un mago, ni por los artificios o la jactancia de alguno de quienes hacen alarde de saber más de lo que saben.
Por lo cual, tan pronto como la edad me permitió salir de la sujeción de mis preceptores, abandoné enteramente el estudio de las letras. Y decidiéndome a no buscar otra ciencia que la que se podría encontrar en mí mismo, o bien en el gran libro del mundo, empleé el resto de mi juventud en viajar, en ver cortes y ejércitos14, en frecuentar personas de diversos caracteres y condiciones, en recoger diversas experiencias, en probarme a mí mismo en las ocasiones que la fortuna me deparaba, y en hacer siempre tal reflexión sobre las cosas que se presentaban que pudiese sacar algún provecho de ellas.
12 Se refiere a la jurisprudencia y a la medicina, que estudia en Poitiers
1615-1616.
13 "Cínico" toma el nombre de kynós = perro. En cuanto seguidores de
Antístenes y Diógenes de Sínope consideraba poco imponanles o más
Bien indiferentes para la vida las riquezas, la belleza, la gloria-
14 Pertenecería al ejército del príncipe Mauricio de Nassau y al de
Maximiliano de Baviera. En 1619 estuvo en la coronación del empera-
Dor Femando II,
Pues me parecía que podría encontrar mucha más verdad en los razonamientos que cada uno hace acerca de los asuntos que le interesan y cuyo desenlace será su castigo en seguida si ha juzgado mal, como en los que lleva a cabo un hombre de letras en su gabinete acerca de las especulaciones que no producen ningún efecto, y que no tienen otra consecuencia para él, sino que quizás sacará de esto más vanidad cuanto más alejadas estén del sentido común, porque habrá tenido que emplear tanto más el ingenio y la astucia para tratar de hacerlas verosímiles. Y siempre tenía un gran deseo de aprender a distinguir lo verdadero de lo falso para ver claramente en mis acciones y caminar con seguridad en esta vida.
Es cierto que mientras sólo consideraba las costumbres de los demás hombres casi no hallaba en qué afirmarme, y advertía casi tanta diversidad como antes entre las opiniones de los filósofos. De manera que el mayor provecho que obtenía de ellas era que, viendo muchas cosas que aunque nos parezcan muy extravagantes y ridículas no dejan de ser comúnmente admitidas y aprobadas por otros grandes pueblos, yo aprendía a no creer muy firmemente en nada de lo que hubiera sido persuadido sólo por el ejemplo y la costumbre; y así me liberaba poco a poco de muchos errores que pueden ofuscar nuestra luz natural15 y hacemos menos capaces de en tender la razón. Pero después de que dediqué algunos años a estudiar así en el libro del mundo y a tratar de adquirir alguna experiencia, tomé un día la resolución de estudiar también en mí mismo y de emplear todas las fuerzas de mi espíritu en elegir los caminos que debía seguir. Lo que logré mucho mejor, me parece, que si no me hubiese alejado de mi país y de mis libros.
15 Cfr. Supra, nota 1.
Segunda parte
Estaba entonces en Alemania en donde la circunstancia de unas guerras que todavía no han terminado16 me había llamado; y como volvía de la coronación del Emperador17 al ejército, el comienzo del invierno me detuvo en un cuartel donde no encontraba conversación alguna que me divirtiera y, por otra parte, no teniendo, por suerte, preocupaciones ni pasiones que me perturbaran permanecía solo, encerrado todo el día, junto a una estufa donde tenía todo el tiempo libre para dedicarme a mis pensamientos. Entre los cuales uno de los primeros fue que se me ocurriera considerar que a menudo no hay tanta perfección en las obras compuestas de muchas piezas y hechas con la mano de varios maestros, como en aquellas en las que uno solo ha trabajado.
Así vemos que los edificios que un mismo arquitecto ha iniciado y acabado suelen ser más bellos y mejor ordenados que los que varios han tratado de recomponer, haciendo servir viejos muros que habían sido construidos para otros fines. Así como esas antiguas ciudades que al comienzo sólo fueron aldeas y se han convertido con el tiempo en grandes ciudades son por lo común tan mal acompasadas18, en comparación con esas plazas regulares, que un ingeniero traza en su fantasía en una llanura, y que, aunque considerando sus edificios por separado encontramos en ellos frecuentemente tanto o más arte que en los de las otras ciudades; sin embargo, al ver cómo están dispuestos, uno grande aquí, allá uno pequeño, y cómo se vuelven las calles curvas y desniveladas, se diría que es más bien la fortuna que la voluntad de algunos hombres que usan la razón la que los ha dispuesto de esa manera. Y si consideramos que aunque ha habido en todo tiempo personas encargadas de la función de cuidar los edificios de los particulares, para que sirvan al ornato público, se advertirá que es incómodo realizar cosas bien acabadas trabajando únicamente sobre las obras de los demás.
16 Se refiere a la guerra de los Treinta Años que terminó con la paz de Wesífalia en 1648.
17 Fernando II fue coronado en Francfort en 1619, tras haber recibido en años anteriores las coronas de Bohemia y Hungría. El ejército al que debía regresar Descartes era el de Maximiliano de Baviera.
Así también imaginaba que los pueblos que eran antes semisalvajes y se han ido civilizando poco a poco hicieron sus leyes sólo a medida que la incomodidad de los crímenes y de las querellas los presionaban a ello, no podían estar tan bien ordenados como los que han observado las constituciones de algún prudente legislador desde el mismo momento en que se congregaron. Como es también cierto que el estado de la verdadera religión, cuyas ordenanzas Dios ha instituido, debe estar incomparablemente mejor dirigido que todos los demás.
Y para hablar de cosas humanas, creo que si Esparta fue en el pasado muy floreciente no ha sido por la bondad de cada una de sus leyes en particular, dado que por lo común tan mal acompasadas18, en comparación con esas plazas regulares, que un ingeniero traza en su fantasía en una llanura, y que, aunque considerando sus edificios por separado encontramos en ellos frecuentemente tanto o más arte que en los de las otras ciudades; sin embargo, al ver cómo están dispuestos, uno grande aquí, allá uno pequeño, y cómo se vuelven las calles curvas y desniveladas, se diría que es más bien la fortuna que la voluntad de algunos hombres que usan la razón la que los ha dispuesto de esa manera. Y si consideramos que aunque ha habido en todo tiempo personas encargadas de la función de cuidar los edificios de los particulares, para que sirvan al ornato público, se advertirá que es incómodo realizar cosas bien acabadas trabajando únicamente sobre las obras de los demás.
18 En contraste con las nuevas ciudades del XVI y comienzos del XV11
Con calles anchas y rectas trazadas con regla y compás (compassées).
Y aún más pensaba que como todos hemos sido niños antes de ser hombres, y hemos tenido que ser gobernados mucho tiempo por nuestros apetitos y nuestros preceptores, que con frecuencia eran contrarios unos a otros y, que quizá ni los unos ni los otros nos aconsejaban siempre lo mejor, es casi imposible que nuestros juicios sean tan puros y tan sólidos como lo serían si hubiéramos utilizado enteramente nuestra razón desde nuestro nacimiento y no hubiésemos sido guiados jamás sino por ella.
Es verdad que no vemos que se derriben todas las casas de una ciudad con el solo propósito de reconstruirlas de otra manera y hacer las calles más bellas; pero vemos que muchos derriban las suyas para reedificarlas e incluso a veces son obligados a ello cuando están en peligro de caerse y los cimientos no son tan firmes. Con este ejemplo me convencí de que no sería en verdad razonable que un particular se propusiera reformar un Estado, cambiando todo desde los cimientos y derribándolo para enderezarlo; ni tampoco reformar el cuerpo de las ciencias o el orden establecido en las escuelas para enseñarlas; pero en cuanto a las opiniones que había admitido hasta entonces en mi creencia no podía hacer nada mejor que emprender, de una vez por todas, suprimirlas a fin de sustituirlas después o colocar otras mejores, o bien las mismas cuando las hubiera ajustado al nivel de la razón. Y creí firmemente que por este medio lograría conducir mi vida mucho mejor que si yo construyese sobre viejos cimientos y me apoyase sobre los principios con que me había dejado persuadir en mi juventud sin haber examinado jamás si eran verdaderos. Pues aunque notase en esto diversas dificultades, sin embargo no eran irremediables ni comparables con las que se encuentran en la reforma de cosas menores referidas a lo público.
Estos grandes cuerpos son muy difíciles de volver a levantar una vez derribados, o incluso de impedir que caigan una vez han tambaleado, y sus caídas siempre son muy duras. Por otra parte, en cuanto a sus imperfecciones, si las tienen, y como la sola diversidad entre ellos basta para asegurar que muchos las tienen, el uso las ha suavizado, sin lugar a dudas; e incluso ha evitado o corregido insensiblemente muchas que no podrían remediarse de igual manera por la prudencia. Y por último, son casi siempre más soportables que lo que sería su cambio: de la misma manera que los grandes caminos que serpentean entre montañas se vuelven poco a poco tan llanos y tan cómodos a fuerza de ser frecuentados, es mucho mejor seguirlos que intentar acortar el camino saltando por encima de las rocas y descendiendo hasta el fondo de los precipicios.
Por eso no podría de ninguna manera aprobar esos caracteres desordenados e inquietos que no siendo llamados ni por nacimiento ni fortuna al manejo de los asuntos públicos, no dejan siempre de idear una nueva reforma. Y si pensara que hubo la menor cosa en este escrito por la que se pudiera sospechar semejante locura, me habría arrepentido de permitir que se hubiera publicado. Nunca mi propósito ha ido más allá de tratar de reformar mis propios pensamientos y de construir sobre un terreno completamente mío. Si al haberme gustado tanto mi obra les muestro aquí el modelo, esto no significa que quiera aconsejarle a alguien que la imite.
Aquellos a quienes Dios favoreció con mejores dotes tendrán tal vez propósitos más elevados; pero mucho me temo que este propósito mío no resulte para muchos demasiado audaz. La sola resolución de deshacerse de todas las opiniones que uno ha recibido anteriormente en su creencia no es un ejemplo que cada uno deba seguir. Y el mundo está compuesto de dos clases de espíritus a los que esto no conviene en modo alguno. A saber, los que creyéndose más hábiles de lo que son no pueden impedir la precipitación de sus juicios, ni tener suficiente paciencia para conducir ordenadamente todos sus pensamientos: de donde proviene
Que si una vez hubieran tenido la libertad de dudar de los principios recibidos y apartarse del camino común, nunca podrían mantenerse en el sendero que es necesario tomar para avanzar más rectamente y permanecerían extraviados toda su vida. Y, de otros, que teniendo bastante razón o modestia para juzgar que son menos capaces de distinguir lo verdadero de lo falso que algunos otros, por quienes pueden ser instruidos, deben más bien contentarse con seguir las opiniones de éstos antes que buscar por ellos mismos otras mejores.
Y por mí, habría estado sin duda en el número de estos últimos si no hubiera tenido más que un solo maestro, o si no hubiese conocido las diferencias que siempre han existido entre las opiniones de los más doctos. Pero habiendo aprendido desde el colegio que no se podía imaginar nada tan extraño y tan poco creíble que no hubiera sido dicho por alguno de los filósofos; y habiendo reconocido luego de viajar que todos los que tienen opiniones bien contrarias a las nuestras no son por esto bárbaros ni salvajes19, sino que muchos hacen uso, tanto o más que nosotros, de la razón; y habiendo considerado que un mismo hombre, con un espíritu idéntico, siendo criado desde su infancia entre franceses o alemanes, llega a ser diferente de lo que sería si hubiera vivido siempre entre chinos o caníbales20; y que hasta en las modas de nuestros vestidos, la misma cosa que nos gustó hace diez años y nos gustará quizá todavía dentro de diez, nos parece ahora extravagante y ridícula: de manera que es más la costumbre y el ejemplo los que nos persuaden, que un conocimiento cierto, y que sin embargo la pluralidad de voces no es una prueba que valga para las verdades un poco difíciles de descubrir, ya que es más verosímil que un hombre solo las haya encontrado que todo un pueblo: no podía yo elegir a alguien cuyas opiniones me parecieran preferibles a las de otros, y me encontré como constreñido a emprender por mí mismo la manera de conducirme.
Pero, como un hombre que anda solo y en tinieblas, me resolví a caminar tan lentamente y a utilizar tanta circunspección en todo, que si yo avanzaba muy poco me cuidaría, al menos, de caer. Incluso no quise comenzar por rechazar completamente ninguna de las opiniones que en el pasado se habían podido deslizar
En mi creencia sin haber sido introducidas allí por la razón, sin que antes hubiera empleado bastante tiempo en hacer el proyecto de la obra que emprendía y en buscar el verdadero método para llegar al conocimiento de todas las cosas de las que fuera capaz mi espíritu.
19 Se anuncia ya la oposición entre salvaje y civilizado que será posterior-
Mente desarrollada en Occidente.
20 Descanes utiliza en su traducción latina la palabra americanos.
Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica, entre las partes de la filosofía, el análisis de los geómetras y el álgebra entre las matemáticas, tres artes o ciencias que parecían tener que contribuir en algo a mi proyecto. Pero al examinarlas me previne en cuanto a la lógica, que sus silogismos y la mayoría de sus instrucciones sirven más bien para explicar a otro las cosas que uno conoce o, incluso, como el arte de Lulio21, para hablar sin juicio de las que se ignora que para aprenderlas. Y aunque en efecto contenga muchos preceptos muy verdaderos y muy buenos hay no obstante otros tantos, mezclados con ellos, que son tan dañinos o superficiales, que es casi tan difícil separarlos como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol que todavía no está esbozado.
21 Raimundo Lulio, mallorquín (1235-1309). Su arte consistía en combi-
Nar los nombres que expresaran las ideas más abstractas y más genera-
Les con el fin de juzgar la exactitud de las proposiciones y descubrir
Nuevas verdades. Autor del Ar5 magna, dividido en trece partes: el
Alfabeto, las figuras, las definiciones, las reglas, etc. A su vez, el alfabe-
To comprendía nueve letras y cada una admitía seis significados dife-
Rentes según representara un principio absoluto, uno relativo, una
Pregunta, un sujeto, una virtud, un vicio.
Luego, en cuanto al análisis de los antiguos y el álgebra de los modernos, además de que no se extienden sino a materias muy abstractas y que no parecen de
Alguna utilidad, el primero está siempre tan restringido a la consideración de las figuras que no puede ejercitar el entendimiento sin fatigar mucho la imaginación; y en
El álgebra está uno tan sometido a ciertas reglas y cifras que se ha hecho de ella un arte confuso y oscuro que enreda el espíritu en lugar de ser una ciencia que lo cultive. Eso hizo que yo pensara que era necesario buscar algún otro método que, reuniendo las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multitud de leyes proporciona con frecuencia excusas a los vicios, de manera que un Estado está mucho mejor regido cuando teniendo muy pocas ellas son rigurosamente bien observadas; así, en lugar de ese gran número de preceptos de los que se compone la lógica, creía que eran suficientes los cuatro siguientes, con tal que tomara una firme y constante resolución de no dejar de observarlos una sola vez.
El primero era no aceptar jamás ninguna cosa por verdadera que yo no conociese evidentemente como tal: es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención; y no incluir en mis juicios nada más que lo que se presentara a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese ocasión alguna de ponerlo en duda.
El segundo, en dividir cada una de las dificultades que examinara en tantas partes como se pudiera y se requiriera para resolverlas mejor.
El tercero, en conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos; e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente unos de otros.
Y el último, en hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que estuviese seguro de no omitir nada.
Estas largas cadenas de razones muy simples y fáciles, de las que suelen servirse los geómetras para llegar a sus más difíciles demostraciones, me habían dado la ocasión para imaginar que todas las cosas que pueden caer bajo el conocimiento de los hombres se siguen unas a otras de igual manera, y que solamente con tal de que uno se abstenga de recibir por verdadera alguna que no lo sea, y se guarde siempre el orden necesario para deducirlas unas de otras, no puede haber algunas tan alejadas que finalmente no lleguemos a ellas ni tan ocultas que no las descubramos.
Y no hubo mucha dificultad en buscar por cuáles era necesario comenzar, pues sabía ya que era por las más simples y las más fáciles de conocer; y considerando que entre todos los que han buscado hasta ahora la verdad en las ciencias, sólo los matemáticos han podido encontrar algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba de que debía empezar por las mismas que ellos han examinado; aunque no esperase ninguna otra utilidad sino que acostumbra rían mi espíritu a saciarse de verdades y a no contentarse con falsas razones.
Pero no por esto tuve el propósito de intentar aprender todas esas ciencias particulares que comúnmente se llaman matemáticas; y viendo que aunque sus objetos sean diferentes, no dejan de concordar todas en que no consideran más que las diversas relaciones o proporciones que en ellos se encuentran, pensaba que más valía examinar solamente esas proporciones en general y suponiéndolas sólo en aquellos asuntos que servirían para hacerme más fácil el conocimiento, incluso también sin restringirlas de ningún modo, a fin de poder después aplicarlas tanto mejor a todos los demás a los cuales convendrían.
Luego advertí que para conocerlas tendría a veces necesidad de considerarlas a cada una en particular, y otras veces sólo retenerlas en la memoria o comprender muchas a la vez, pensaba que para considerarlas mejor en particular debía suponerlas como líneas porque no encontraba nada más simple ni que pudiese representar más distintamente a mi imaginación y a mis sentidos; pero para recordarlas o para comprender varias a la vez era necesario que las explicase por medio de algunas cifras lo más breves que fuera posible; y por este medio tomaría todo lo mejor del análisis geométrico y del álgebra y corregiría todos los defectos de una por medio del otro.
Y en efecto, me atrevo a decir que la exacta observación de los pocos preceptos que había escogido me proporcionó tanta facilidad para desenredar todas las cuestiones a las que se extienden estas dos ciencias que, en dos o tres meses que empleé en examinarlas, habiendo comenzado por las más simples y más generales, y siendo cada verdad que encontraba una regla que me servía después para encontrar otras, no sólo resolví muchas que antes había juzgado muy difíciles sino también me pareció, hacia el final, que podía determinar, incluso en las que ignoraba, por qué medios y hasta dónde era posible resolverlas. En lo cual no os pareciera quizá muy vanidoso, si consideráis que habiendo sólo una verdad en cada cosa, el que la encuentra sabe todo lo que se puede saber de ella; y que por ejemplo, un niño instruido en aritmética habiendo hecho una suma según sus reglas, se puede estar seguro que encontró, sobre la suma que examinaba, todo lo que el espíritu humano podría encontrar. Pues finalmente el método que enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar exactamente todas las circunstancias de lo que se busca contiene todo lo que da certeza a las reglas de la aritmética.
Pero lo que más me agradaba de este método era que por él estaba seguro de utilizar en todo mi razón, si bien no perfectamente, al menos lo mejor que estuviera en mi poder; además de que sentía, al practicarlo, que mi espíritu se acostumbraba poco a poco a concebir los objetos más claramente y con mayor distinción, y que, no habiéndolo sometido a ninguna materia particular, me prometía aplicarlo tan útilmente a las dificultades de las demás ciencias como había hecho con las del álgebra. No es que por esto me atreviera a emprender primeramente el examen de todas las que se me presentaran, pues esto mismo hubiera sido contrario al orden que el método prescribe. Pero habiendo advertido que todos sus principios debían ser tomados de la filosofía, en la cual no encontraba todavía ninguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que tratase de establecerlos en ella; y que siendo esto lo más importante del mundo y donde eran más de temer todavía la precipitación y la prevención, yo no debía intentar llevarlo a cabo antes de haber alcanzado una edad más madura que la de veintitrés años, que tenía entonces, y antes de que hubiera dedicado mucho más tiempo en prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas opiniones recibidas hasta entonces, como juntando varias experiencias que fueran después materia de mis razonamientos, y ejercitándome siempre en el método que me había prescrito para afirmarme en él cada vez más.
Tercera parte
En fin, como no es suficiente antes de comenzar a reconstruir la casa en que se habita derribarla y aprovisionarse de materiales y arquitectos, o ejercitarse uno mismo en la arquitectura y además de esto haber trazado cuidadosamente su plano, sino que también es necesario proveerse de alguna otra habitación en la que uno pueda estar alojado cómodamente durante el tiempo que dure el trabajo; así pues, para no permanecer indeciso en mis acciones, mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios, y no dejar de vivir desde entonces lo más felizmente que pudiera, me formé una moral provisional que no consistía más que en tres o cuatro máximas que les quiero comunicar.
La primera, era obedecer las leyes y las costumbres de mi país, manteniendo con constancia y firmeza la religión en la que Dios me concedió la gracia de ser instruido desde mi infancia, y gobernándome en todo lo demás según las opiniones más moderadas y más alejadas del exceso, que fuesen comúnmente admitidas en la
Práctica por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir. Comenzando, pues, a partir de ese momento, a no contar en nada con las mías propias, porque quería someterlas todas a examen, estaba seguro de no poder hacer algo mejor que seguir las de los más sensatos. Y aunque hay acaso entre los persas y los chinos también sensatos como nosotros, me parecía que lo más útil era regirme según aquellos con quienes tendría que vivir, y que para saber cuáles eran en verdad sus opiniones debía prestar atención más bien a lo que ellos practicaban que a lo que decían; pues no solamente porque en la corrupción de nuestras costumbres hay pocas personas que quieran decir todo lo que creen sino también porque muchos lo ignoran ellos mismos; ya que siendo diferente la acción del pensamiento por la cual se cree una cosa de aquella por la que se conoce que se la cree, con frecuencia se dan la una sin la otra.
Y entre muchas opiniones igualmente recibidas solo escogía las más moderadas, Lanío porque son siempre las más cómodas para la práctica y verosímilmente las mejores, pues todo exceso suele ser malo, como también con el fin de apartarme menos del verdadero camino en caso de equivocarme, sí, al haber escogido uno de los extremos era el otro el que hubiera sido necesario seguir. Y particularmente entre los excesos colocaba todas las promesas por las cuales se recorta algo de la propia libertad. No es que desaprobase las leyes que, para remediar la inconstancia de los espíritus débiles, permiten cuando se tiene algún buen propósito, o incluso, para la seguridad del comercio o algún propósito indiferente, que se hagan votos o contratos que obligan a perseverar en ellos. Pero como no veía en el mundo ninguna cosa que permaneciera siempre en el mismo estado y. como en mí caso particular, me prometía perfeccionar cada vez más mis juicios y no volverlos peores, hubiera pensado estar cometiendo una gran falta contra el buen sentido si, por aprobar entonces alguna cosa, me hubiese obligado a tomarla por buena aún después quizás de haber dejado de serlo o que yo hubiera dejado de juzgarla como tal.
Mi segunda máxima era ser lo más firme y lo más resuelto que pudiera en mis acciones, y no seguir con menos constancia las opiniones más dudosas, una vez me hubiera determinado a ellas como si hubiesen sido muy seguras. Imitando en esto a los viajeros que encontrándose extraviados en algún bosque no deben errar dando vueltas de un lado para otro, ni menos todavía detenerse en un lugar, sino caminar siempre lo más recto posible hacia un mismo lado y no cambiarlo por débiles razones, aun cuando haya sido quizás al comienzo solo el azar el que les haya determinado ha elegido: pues por este medio si no van exactamente a donde desean, llegarán por lo menos, finalmente, a alguna parte en donde de manera verosímil estarán mejor que en medio de un bosque. Y como las acciones de la vida no admiten con frecuencia ninguna demora, es una verdad muy cierta que cuando no está en nuestro poder discernir las opiniones más verdaderas debemos seguir las más probables; e incluso, aun cuando no advirtamos más probabilidad en unas que en otras debemos sin embargo decidimos por algunas, y considerarlas después no ya como dudosas en tanto se relacionan con la práctica sino como muy verdaderas y muy ciertas porque la razón que nos ha determinado a ello lo es.
Y esto fue suficiente desde entonces para librarme de todos los arrepentimientos y remordimientos que suelen agitar las conciencias de esos espíritus débiles y vacilantes, que se dejan llevar con inconstancia a practicar como buenas las cosas que juzgan después que son malas.
Mi tercera máxima era tratar siempre de vencerme a mí mismo más bien que a la fortuna, y de cambiar mis deseos más que el orden del mundo22; y en general, acostumbrarme a creer que no hay nada que esté absolutamente en nuestro poder como nuestros pensamientos, de suerte que después de haber hecho lo mejor respecto de las cosas que nos son exteriores, todo lo que nos falta por lograr es absolutamente imposible. Y esto solo me parecía suficiente para impedirme desear nada en el futuro que no pudiese alcanzar, y de esta manera sentirme contento.
Porque como nuestra voluntad se inclina naturalmente a desear sólo las cosas que nuestro entendimiento le representa de alguna manera como posibles, es cierto que si consideramos todos los bienes que están fuera de nosotros como igualmente alejados de nuestro poder, no tendremos que lamentarnos de carecer de los que parecen deberse a nuestro nacimiento, cuando estemos privados de ellos sin culpa nuestra como no la tenemos por no poseer los reinos de la China o de México; y haciendo, como se dice, de la necesidad una virtud, ya no desearemos más estar sanos, cuando estemos enfermos, o ser libres estando en prisión, como ahora no deseamos tener cuerpos de una materia tan poco corruptible como los diamantes o alas para volar como los pájaros.
22 Lus ecos de moral estoica son evidentes, Epicteto, en el Enquiridion
(Cap. VIII), recomendaba "aceptar de buen grado cuanto suceda", y en
La Diatriba 11,14,7 "debe uno acomodar su voluntad a los aconteci-
Mientos". Por otra parte, era un principio fundamental para la libertad
Y la felicidad la distinción "entre lo que está en nuestro poder y lo que
No" (cap. I) o la aclilud "ante las cosas que no están en nuestro poder o
Que no dependen de nosotros". (Diatriba I, 22,18).
Pero confieso que se requiere un largo ejercicio y una meditación frecuentemente reiterada para acostumbrarse a mirar desde este sesgo todas las cosas; y creo que en esto consistía principalmente el secreto de esos filósofos23 que pudieron en otro tiempo sustraerse al imperio de la fortuna y, a pesar de los dolores y la pobreza, disputar la felicidad con sus dioses. Pues ocupándose sin cesar de considerar los límites que les eran prescritos por la naturaleza se convencían tan perfectamente de que nada estaba en su poder más que sus propios pensamientos, que esto sólo bastaba para impedirles tener afecto por otras cosas; y disponían de sus pensamientos tan absolutamente, que tenían en esto alguna razón de estimarse más ricos, más poderosos, más libres y más felices que ninguno de los demás hombres que, no poseyendo esta filosofía, por muy favorecidos que puedan estar por la naturaleza y la fortuna, nunca disponen de esta manera de todo lo que quieren.
Finalmente, como conclusión de esta moral, se me ocurrió pasar revista a las diversas ocupaciones que tienen los hombres en esta vida para intentar elegir la mejor; y sin que nada quiera decir de las de los otros, pensaba que no podía hacer nada mejor que continuar en la misma en que me encontraba, es decir, emplear toda mi vida en cultivar mi razón y progresar cuanto pudiera en el conocimiento de la verdad, según el método que me había prescrito. Había experimentado satisfacciones tan extremas desde que comencé a servirme de este método, que no creía que se pudieran recibir otras más suaves e inocentes en esta vida; y descubriendo cada día por medio de él algunas verdades que me " Se refiere a los filósofos estoicos parecían bastante importantes, y comúnmente ignoradas por los demás hombres, la satisfacción que sentía por ello llenaba de tal manera mi espíritu que todo el resto no me importaba.
23 Se refiere a los filósofos estoicos.
Además, las tres máximas precedentes sólo estaban fundadas en el propósito que tenía de continuar instruyéndome, pues habiendo dado Dios a cada uno alguna luz para distinguir lo verdadero de lo falso, no hubiera creído tener que contentarme un solo momento con las opiniones de los demás, si no me hubiese propuesto emplear mi propio juicio en examinarlas a su debido tiempo; y siguiéndolas, no hubiese podido liberarme de escrúpulos si no hubiera esperado aprovechar toda ocasión para encontrar otras mejores, en el caso de que las hubiera. Y por último no hubiera podido limitar mis deseos ni estar satisfecho si no hubiese seguido un camino por el cual, pensando estar seguro de la adquisición de todos los conocimientos de que fuera capaz, y pensaba, estarlo, por el mismo medio, también de la adquisición de todos los verdaderos bienes que estuviesen en mi poder; puesto que nuestra voluntad no se inclina a seguir ni a huir de algo sino cuando nuestro entendimiento se lo representa como bueno o malo, basta con juzgar bien para actuar bien y juzgar lo mejor que se pueda para hacer también lo mejor, es decir, para adquirir todas las virtudes y conjuntamente todos los otros bienes que se puedan adquirir; y cuando se tiene la certeza de que eso es así no puede uno menos que estar contento.
Después de haberme asegurado de estas máximas y ponerlas apañe de las verdades de la fe que siempre han sido las primeras en mi creencia, juzgué, con respecto al resto de mis opiniones, que podía libremente empezar a deshacerme de ellas. Y como esperaba poder conseguirlo mejor tanto hablando con los hombres como permaneciendo más tiempo encerrado en el cuarto donde había tenido todos esos pensamientos, aunque no había terminado el invierno me puse a viajar.
Y en los nueve años siguientes no hice otra cosa que rodar por el mundo aquí y allá tratando de ser espectador más bien que actor en todas las comedias que en él sé representan24; y reflexionando particularmente en cada materia sobre aquello que pudiera hacerla sospechosa y damos ocasión para engañamos, arrancaba de raíz de mi espíritu, durante ese tiempo, todos los errores que antes se hubieran podido deslizar. No es que con esto imitase a los escépticos que sólo dudan por dudar y fingen estar siempre indecisos: pues, al contrario, todo mi propósito sólo tendía a afirmarme y descartar la tierra movediza y la arena para encontrar la roca o la arcilla. Lo que me parece que lograba bastante bien puesto que tratando de descubrir la falsedad o la incertidumbre de las proposiciones que examinaba, no por medio de débiles conjeturas sino por razonamientos claros y seguros, no hallaba nunca ninguna tan dudosa que no pudiese sacar siempre de ella alguna conclusión bastante más cierta como sólo fuese la de que no contenía nada cierto.
Y así como cuando al derribar un viejo edificio se reservan ordinariamente las demoliciones para que sirvan en la edificación de uno nuevo, así al destruir todas aquellas opiniones mías que juzgaba mal fundadas, hacía diversas observaciones y adquiría muchas experiencias que después me han servido para establecer otras opiniones más ciertas aquellas opiniones mías que juzgaba mal fundadas, hacía diversas observaciones y adquiría muchas experiencias que después me han servido para establecer otras opiniones más ciertas.
24 Para Epicieío "la vida es un drama en el que el hombre ha de represen-
tar bien el papel que se le asigne", (Enquiridion, XV11); "acuérdate de
Que eres actor de un drama", insistía.
Y también continuaba ejercitándome en el método que me había prescrito; pues además de que me preocupaba por conducir generalmente todos mis pensamientos según sus reglas, de vez en cuando reservaba algunas horas para practicarlo en las dificultades matemáticas o incluso también en algunas otras que yo podía hacer casi semejantes a las de las matemáticas, desligándolas de lodos los principios de las otras ciencias" que no encontraba suficientemente firmes, como verán que he hecho en muchas que se explican en este volumen.
Y así, sin vivir, aparentemente, de manera diferente de los que no teniendo ninguna ocupación que la de pasar una vida suave e inocente se dedican a separar los placeres de los vicios, y que, para disfrutar de su tiempo libre sin aburrirse, utilizan todas las diversiones que son honestas, no dejaba de continuar en mi propósito y aprovechar en el conocimiento de la verdad, acaso más que si no hubiera hecho sino leer libros o frecuentar personas de letras.
Sin embargo, esos nueve años se pasaron antes de que hubiese tomado algún partido sobre las dificultades que suelen ser discutidas entre los doctos, ni comenzado a buscar los fundamentos de alguna filosofía más cierta que la vulgar26. Y el ejemplo de muchos excelentes espíritus que habiendo tenido antes el mismo propósito no lo habían logrado, me hacía imaginar tantas dificultades que quizás no me hubiese atrevido a emprenderlo tan pronto si no hubiese visto que algunos hacían circular el rumor de que yo lo había llevado a término.
25 A saber, los Meteoros, la Dióptrica y la Geometría que eran precedidos
En el volumen por el Discurso del método, especie de introducción o
Prefacio.
26 O sea la escolástica comúnmente enseñada,
No podría decir sobre qué fundaban esa opinión; y si contribuía a ello en algo por mis discursos, debe haber sido por confesar con más ingenuidad lo que ignoraba, lo que no suelen hacer aquellos que han estudiado un poco, y quizá también por hacer ver las razones que tenía de dudar de muchas cosas que los demás estiman ciertas más que vanagloriarme de poseer alguna doctrina.
Pero como tengo un corazón bastante orgulloso como para no querer que se me tome por otro del que soy, pensaba que era necesario tratar por todos los medios de hacerme digno de la reputación que me daban; y hace justamente ocho años que ese deseo hizo que me resolviera a alejarme de todos los lugares en donde podía tener conocimientos y a retirarme aquí en un país27 donde la larga duración de la guerra ha hecho que se establezcan tales reglamentos, que los ejércitos que se mantienen no parecen servir sino para hacer que se gocen los frutos de la paz con mayor seguridad, y donde entre la multitud de un gran pueblo bien activo, y más cuidadoso de sus propios asuntos que curioso de los de los demás, sin que me falte ninguna de las comodidades que están en las ciudades más frecuentadas, he podido
Vivir tan solitario y retirado como en los desiertos más apartados.
27 Descartes hizo residencia en Holanda en el otoño de 1628 cuando co-
Mienza a escribir las Meditaciones metafísicas.
Cuarta parte
No sé si debo hablarles de las primeras meditaciones que hice allí pues son tan metafísicas28 y tan poco comunes que no serán quizá del agrado de todo el mundo. Y sin embargo, para que se pueda juzgar si los fundamentos que tomé son bastante firmes, me encuentro de alguna manera obligado a hablar de ellas.
Desde hace mucho tiempo había observado, en relación con las costumbres, que es necesario a veces seguir las opiniones que sabemos son muy inciertas, como
Si fueran indudables, tal como se ha dicho antes; pero puesto que entonces deseaba dedicarme solamente a la búsqueda de la verdad, pensaba que era necesario hacer todo lo contrario y rechazar como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda para ver si después de esto quedaba algo en mi creencia que fuera enteramente indudable.
Así, pues, como nuestros sentidos nos engañan a veces, quise suponer que no había ninguna cosa que fuese tal como ellos nos la hacen imaginar. Y puesto que hay hombres que se equivocan al razonar, incluso sobre los más simples temas de geometría y cometen paralogismos29, juzgando que estaba sujeto a equivocarme tanto como otro cualquiera, rechazaba como falsas todas las razones Y, en fin, considerando que los mismos pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos nos pueden sobrevenir también cuando dormimos, sin que haya ninguno, por tanto, que sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que habían entrado hasta entonces en mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños.
28 Se refiere e! Autor a metafísica en el sentido de abstracto, apartado de
Lo que tiene que ver con e! Mundo sensible.
29 Razonamientos falsos cuya falsedad se consideraba de buena fe, y en
Este sentido, se oponía al sofisma.
Pero inmediatamente después advertí que mientras quería pensar de este modo que todo era falso, era preciso necesariamente que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y notando que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura, que todas las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de modificarla, juzgaba que podía aceptarla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba.
Luego, examinando con atención lo que yo era y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo alguno y que no había mundo ni lugar alguno donde yo estuviese, pero que por esto no podía fingir que yo no era; y que al contrario, por lo mismo que pensaba en dudar de la verdad de las otras cosas se seguía muy evidentemente y muy ciertamente que yo era; mientras que si solo hubiese dejado de pensar, aunque fuera verdadero todo lo demás que había imaginado, no tenía ninguna razón para creer que hubiese existido; conocí por esto que yo era una sustancia cuya esencia toda o naturaleza consiste sólo en pensar, y que para ser no necesita de ningún lugar ni depende de ninguna cosa material. De manera que este yo, es decir, el alma30 por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo e incluso ella es más fácil de conocer que éste, y...
Rene Descartes
Primera parte
El buen sentido' es la cosa mejor repartida del mundo: pues cada uno piensa estar tan bien provisto de él que incluso los que son más difíciles de contentar con cualquier otra cosa no están acostumbrados a desear más del que tienen. En lo que no es verosímil que todos se engañen, pero esto testimonia más bien que el poder de juzgar bien y distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que se denomina el buen sentido o la razón, es naturalmente igual en todos los hombres; y así como la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más razonables que otros sino solamente de que conducimos nuestros pensamientos por diversas vías y no consideramos las mismas cosas. Pues no es suficiente tener buen ingenio2, sino lo principal es aplicarlo bien.
1 Expresión que hay que entender como la facultad de distinguir lo verdadero de lo falso: es la razón o facultad de juzgar. Se liga también con la expresión luz natural, o luz natural de la inteligencia humana, para distinguirla de la otra luz, la Revelación, recibida de Dios. Un segundo sentido en otros contextos es el de sabiduría, equivalente al bona mens de los estoicos romanos. Y, "sentido" hace referencia a los órganos para recibir los objetos exteriores (vista, oído, olfato, etc.). Gilson, Commentaire. 81-82.
2 Esprít bon. Esprit no se puede traducir automáticamente todas las veces por espíritu. Descartes la traduce del latín ingenwm que significa: cualidades naturales, temperamento, carácter, inteligencia, talento, genio- Entre los varios usos, se destaca principalmente el de espíritu opuesto a materia, a sustancia extensa, y en este sentido es equivalente a pensamiento.
Las más grandes almas son capaces de los mayores vicios lo mismo que de las mayores virtudes; y los que sólo andan muy lentamente pueden avanzar mucho más si siguen siempre el camino recto, que los que corren y se alejan de él. Por mi parte, jamás he presumido que mi espíritu3 fuese más perfecto que los del común; incluso he deseado frecuentemente tener el pensamiento tan rápido, o la imaginación tan nítida y distinta o la memoria tan amplia, o tan presente, como algunos otros. Y no conozco otras cualidades sino éstas que sirvan a la perfección del espíritu; pues en relación con la razón, o el sentido, dado que ella es la única que nos hace hombres y nos distingue de los animales, quiero creer que está toda entera en cada uno, y seguir en esto la opinión común de los filósofos que dicen que sólo hay más y menos entre los accidentes, y no entre las formas4, o naturalezas de los individuos de una misma especie5.
Pero no temeré decir que pienso haber sido muy afortunado por haberme encontrado, desde mi juventud, en ciertos caminos que me han conducido a consideraciones y máximas con las que he formado un método por el cual me parece que tengo medios para aumentar gradualmente mi conocimiento y elevarlo poco a poco al más alto punto que la mediocridad de mi espíritu y la corta duración de mi vida le permitan alcanzar.
3 Espíritu en un sentido más amplio que el de razón, provisto de memoria, voluntad e imaginación.
4 Formas, esto es, formas sustanciales. Para la escolástica, la forma es aquello que es común a todos los individuos de una especie.
5 La especie es un atributo universal predicable. Y es la forma la que define la especie numéricamente compuesta de individuos. El accidente es una cualidad que puede estar o no en un individuo.
Pues ya he recogido de él tales frutos que aún con los juicios que hago de mí mismo trato siempre de inclinarme hacia el lado de la desconfianza más bien que hacia el de la presunción; y aunque mirando con ojo de filósofo las diversas acciones y empresas de todos los hombres, casi ninguna hay que no me parezca vana e inútil, no dejo de sentir una extrema satisfacción por el progreso que pienso haber hecho ya en la búsqueda de la verdad, y concebir tales esperanzas para el futuro que, sí entre las ocupaciones de los hombres puramente hombres hay alguna que sea sólidamente buena e importante, me atrevo a creer que es la que he escogido.
Sin embargo, puede suceder que me equivoque, y lo que quizá no es más que un poco de cobre y de vidrio lo tome como de oro y diamantes. Sé cuánto estamos sujetos a equivocarnos en lo que nos concierne y cuánto también deben sernos sospechosos los juicios de nuestros amigos cuando lo son a nuestro favor. Pero me gustaría mucho hacer ver, en este discurso, cuáles son los caminos que he seguido, y representar en él mi vida como en un cuadro para que cada cual pueda juzgarla y conociendo por el rumor público las opiniones que haya, sea éste un nuevo medio de instruirme, que agregaré a los que ya acostumbro utilizar.
Así, pues, mi propósito no es enseñar aquí el método que cada uno debe seguir para conducir bien su razón, sino solamente hacer ver de qué manera he tratado de conducir la mía. Los que tratan de dar preceptos deben estimarse más hábiles que aquellos a quienes los dan; y si fallan en la menor cosa son por ello censurables.
Pero al proponer este escrito sólo como una historia o, si lo prefieren mejor, como una fábula en la cual, entre algunos ejemplos que se pueden imitar, se encontrarán acaso también muchos otros que con razón no deben seguirse, espero que será útil para algunos, sin ser nocivo para nadie, y que todos agradecerán mi franqueza.
Desde mi infancia fui educado en las letras6, y puesto que me persuadían de que por medio de ellas se podía adquirir un conocimiento claro y seguro de todo lo que es útil para la vida, tenía un gran deseo de aprenderlas. Pero tan pronto acabé todo ese curso de estudios, al cabo del cual se acostumbra ser recibido en el rango de los doctos, cambié enteramente de opinión. Pues yo me encontraba confundido con tantas dudas y errores que me parecía no haber obtenido otro provecho, al tratar de instruirme, que el de descubrir cada vez más mi ignorancia.
Y sin embargo yo estaba en una de las más célebres escuelas de Europa7 en donde pensaba que debía haber hombres sabios, si los había en algún lugar de la Tierra. Allí había aprendido todo lo que los otros aprendían; y no estando contento aún con las ciencias que nos enseñaban, había recorrido todos los libros que tratan de las que se consideran las [cosas] más curiosas y más raras que habían podido caer en mis manos8.
6 Litterae humaniores. El conjunto de estudios humanísticos estaba integrado por la retórica, la gramática, ia historia y la poesía. Descartes iniciaría sus estudios a la edad de diez años.
7 El colegio Henri IV, de La Fleche, fundado en 1604 junto al Loira, era dirigido por los jesuitas.
8 Se trata aquí de la alquimia, la magia y la astrología.
Con esto, conocía los juicios que los otros hacían de mí; y no veía que se me considerara inferior a mis condiscípulos, aunque ya hubiera entre ellos algunos destinados a ocupar los puestos de nuestros maestros. Y por último, nuestro siglo me parecía tan floreciente y tan fértil en buenos espíritus como cualquiera de los precedentes. Lo que me permitía tomar la libertad de juzgar por mí mismo a todos los demás y pensar que no había ninguna doctrina en el mundo que fuese tal como la que antes se me había prometido esperar.
No dejaba, sin embargo, de apreciar los ejercicios de los que nos ocupamos en las escuelas. Sabía que las lenguas que allí se aprenden son necesarias para la comprensión de los libros antiguos; que el encanto de las fábulas despierta el espíritu; que las acciones memorables de las historias lo elevan y que leídas con discreción ayudan a formar el juicio; que la lectura de todos los buenos libros es como una conversación con las personas más íntegras de los siglos pasados, quienes han sido sus autores, e incluso una conversación estudiada en la cual sólo nos descubren lo mejor de sus pensamientos; que la elocuencia posee fuerzas y bellezas incomparables; que la poesía tiene delicadezas y dulzuras bien encantadoras; que las matemáticas tienen inventos muy sutiles y que pueden servir tanto para satisfacer a los curiosos como para facilitar todas las artes9 y disminuir el trabajo de los hombres; que los escritos que tratan de las costumbres contienen muchas enseñanzas y muchas exhortaciones a la virtud que son muy útiles; que la teología enseña a ganar el cielo; que la filosofía proporciona medios para hablar con verosimilitud de todas las cosas y hacerse admirar de los menos sabios10; que la jurisprudencia, la medicina y las otras ciencias aportan honores y riquezas a los que las cultivan; y, en fin, que es bueno haberlas examinado todas, incluso las más supersticiosas y las más falsas, con el fin de conocer su justo valor y cuidarse de ser engañado por ellas.
9 Alusión a las matemáticas aplicadas, en particular la mecánica. "Artes"
En el sentido de trabajo manual y en general de técnica. Por el contra-
Rio, las artes liberales requerían de un mayor ejercicio del espíritu.
Creía, no obstante, haber dedicado ya suficiente tiempo a las lenguas e incluso también a la lectura de los libros antiguos, a sus historias y a sus fábulas. Pues es casi lo mismo conversar con los de otros siglos como viajar. Es bueno saber algo de las costumbres de los diversos pueblos para juzgar las nuestras con mayor sensatez y para que no pensemos que todo lo que está en contra de nuestras maneras de actuar sea ridículo y opuesto a la razón, así como tienen la costumbre de hacer los que no han visto nada. Pero cuando se emplea demasiado tiempo en viajar uno se vuelve finalmente extraño en su país; y cuando se es demasiado curioso de las cosas que se practicaban en los siglos pasados se queda uno por lo común muy ignorante de las que se practican en el presente.
Además de que las fábulas hacen imaginar como posibles muchos acontecimientos que de ningún modo lo son y que incluso las historias más fieles, si no cambian ni aumentan el valor de las cosas para hacerlas más dignas de ser leídas, por lo menos omiten casi siempre las circunstancias más bajas y menos ilustres: de donde proviene que lo demás no parezca tal como es, y que los que regulan sus costumbres por los ejemplos sacados de ellas estén expuestos a caer en las extravagancias de los paladines de nuestras novelas y a concebir propósitos que superan sus fuerzas.
10 Es una ironía contra la filosofía escolástica. Lo que entiende por filosofía y la utilidad de ésta, así como las condiciones del filosofar, se ve claramente en la Cana al abad Claude Picot o Prefacio a los Principios de la filosofía.
Apreciaba mucho la elocuencia y estaba enamorado de la poesía, pero pensaba que una y otra eran dones del espíritu antes que frutos del estudio.
Los que poseen un razonamiento más fuerte y digieren mejor sus pensamientos, a fin de hacerlos claros e inteligibles, pueden siempre persuadir mejor de lo que se proponen, aunque sólo hablaran el bajo bretón y nunca hubiesen aprendido retórica. Y los que tienen las invenciones más agradables y las saben expresar con el máximo adorno y suavidad no dejarían de ser los mejores poetas aunque el arte poético les fuera desconocido.
Me agradaban sobre todo las matemáticas por la certeza y evidencia de sus razones, pero no advertía todavía su verdadero uso y, pensando que servían sólo a las artes mecánicas, me asombraba de que siendo sus fundamentos tan firmes y tan sólidos no se hubiera construido encima de ellos nada más elevado. Y al contrario, comparaba los escritos de los antiguos paganos que tratan de las costumbres, con palacios muy soberbios y magníficos, construidos sólo sobre arena y barro. Ellos elevan bien alto las virtudes y las hacen aparecer como estimables por encima de todas las cosas que hay en el mundo, pero no enseñan suficientemente a conocerlas, y frecuentemente lo que llaman con un nombre tan hermoso no es más que insensibilidad u orgullo, o desesperación o parricidio11.
Reverenciaba nuestra teología y pretendía como cualquier otro ganar el cielo; pero habiendo aprendido como cosa bien segura que el camino no está menos abierto a los más ignorantes que a los más doctos y que las verdades reveladas que conducen a él están por encima de nuestra inteligencia, no me había atrevido a someterlas a la debilidad de mis razonamientos, y pensaba que para intentar examinarlas y lograrlo era necesario tener alguna asistencia extraordinaria del cielo y ser más que hombre.
No diré nada de la filosofía sino que viendo que ha sido cultivada por los más excelentes espíritus que hayan vivido desde hace muchos siglos, y que sin embargo no se encuentra nada en ella que no sea objeto de discusión, y que por consiguiente no sea dudoso, no tenía bastante presunción como para esperar encontrar algo mejor que los demás; y considerando cuántas opiniones diversas puede haber respecto a una misma materia, sostenidas por gentes doctas, aun cuando jamás pueda existir más de una sola que sea verdadera, yo daba casi por falso todo lo que era más que verosímil.
11 Pasaje inspirado en los principios morales del estoicismo. El sabio estoico vive de acuerdo con la naturaleza o sea de acuerdo con la razón pues todo en la naturaleza está impregnado de razón; "Usa la razón en los casos difíciles" aconsejaba Séneca. La insensibilidad o imperturbabilidad (ataraxia) hace que ei sabio no le tema a la muerte, al sufrimiento y al dolor; su felicidad es idenlificable con la de los dioses {orgullo). La desesperación es algo censurable y se liga con el suicidio, concretamente de Catón enUtica cuando ganó César (Cf. Séneca, Cartas morales II). Con el parricidio se evoca posiblemente el asesinato de César, padre adoptivo de Bruto. W. Shakespeare, en su obra dramática Julio César(1600), toma algunas de las preocupaciones de los estoicos como censura del suicidio, los presagios, obediencia de la naturaleza.
Luego, para las otras ciencias12, en tanto toman sus principios de la filosofía, juzgaba que no se podía haber edificado nada que fuese sólido sobre cimientos tan poco firmes. Y ni el honor ni la ganancia que ellas prometen eran suficientes para convidarme a aprenderlas; pues no me sentía, gracias a Dios, en la condición que me obligaba a hacer de la ciencia un oficio para alivio de mi fortuna; y aunque no hiciese profesión de despreciar la gloria como un cínico13 sin embargo tenía en poca estima aquella que se adquiere sólo con falsos títulos. Y por último, respecto a las malas doctrinas creía conocer ya bastante lo que ellas valían como para no ser engañado, ni por las promesas de un alquimista, ni por las predicciones de un astrólogo, ni por las imposturas de un mago, ni por los artificios o la jactancia de alguno de quienes hacen alarde de saber más de lo que saben.
Por lo cual, tan pronto como la edad me permitió salir de la sujeción de mis preceptores, abandoné enteramente el estudio de las letras. Y decidiéndome a no buscar otra ciencia que la que se podría encontrar en mí mismo, o bien en el gran libro del mundo, empleé el resto de mi juventud en viajar, en ver cortes y ejércitos14, en frecuentar personas de diversos caracteres y condiciones, en recoger diversas experiencias, en probarme a mí mismo en las ocasiones que la fortuna me deparaba, y en hacer siempre tal reflexión sobre las cosas que se presentaban que pudiese sacar algún provecho de ellas.
12 Se refiere a la jurisprudencia y a la medicina, que estudia en Poitiers
1615-1616.
13 "Cínico" toma el nombre de kynós = perro. En cuanto seguidores de
Antístenes y Diógenes de Sínope consideraba poco imponanles o más
Bien indiferentes para la vida las riquezas, la belleza, la gloria-
14 Pertenecería al ejército del príncipe Mauricio de Nassau y al de
Maximiliano de Baviera. En 1619 estuvo en la coronación del empera-
Dor Femando II,
Pues me parecía que podría encontrar mucha más verdad en los razonamientos que cada uno hace acerca de los asuntos que le interesan y cuyo desenlace será su castigo en seguida si ha juzgado mal, como en los que lleva a cabo un hombre de letras en su gabinete acerca de las especulaciones que no producen ningún efecto, y que no tienen otra consecuencia para él, sino que quizás sacará de esto más vanidad cuanto más alejadas estén del sentido común, porque habrá tenido que emplear tanto más el ingenio y la astucia para tratar de hacerlas verosímiles. Y siempre tenía un gran deseo de aprender a distinguir lo verdadero de lo falso para ver claramente en mis acciones y caminar con seguridad en esta vida.
Es cierto que mientras sólo consideraba las costumbres de los demás hombres casi no hallaba en qué afirmarme, y advertía casi tanta diversidad como antes entre las opiniones de los filósofos. De manera que el mayor provecho que obtenía de ellas era que, viendo muchas cosas que aunque nos parezcan muy extravagantes y ridículas no dejan de ser comúnmente admitidas y aprobadas por otros grandes pueblos, yo aprendía a no creer muy firmemente en nada de lo que hubiera sido persuadido sólo por el ejemplo y la costumbre; y así me liberaba poco a poco de muchos errores que pueden ofuscar nuestra luz natural15 y hacemos menos capaces de en tender la razón. Pero después de que dediqué algunos años a estudiar así en el libro del mundo y a tratar de adquirir alguna experiencia, tomé un día la resolución de estudiar también en mí mismo y de emplear todas las fuerzas de mi espíritu en elegir los caminos que debía seguir. Lo que logré mucho mejor, me parece, que si no me hubiese alejado de mi país y de mis libros.
15 Cfr. Supra, nota 1.
Segunda parte
Estaba entonces en Alemania en donde la circunstancia de unas guerras que todavía no han terminado16 me había llamado; y como volvía de la coronación del Emperador17 al ejército, el comienzo del invierno me detuvo en un cuartel donde no encontraba conversación alguna que me divirtiera y, por otra parte, no teniendo, por suerte, preocupaciones ni pasiones que me perturbaran permanecía solo, encerrado todo el día, junto a una estufa donde tenía todo el tiempo libre para dedicarme a mis pensamientos. Entre los cuales uno de los primeros fue que se me ocurriera considerar que a menudo no hay tanta perfección en las obras compuestas de muchas piezas y hechas con la mano de varios maestros, como en aquellas en las que uno solo ha trabajado.
Así vemos que los edificios que un mismo arquitecto ha iniciado y acabado suelen ser más bellos y mejor ordenados que los que varios han tratado de recomponer, haciendo servir viejos muros que habían sido construidos para otros fines. Así como esas antiguas ciudades que al comienzo sólo fueron aldeas y se han convertido con el tiempo en grandes ciudades son por lo común tan mal acompasadas18, en comparación con esas plazas regulares, que un ingeniero traza en su fantasía en una llanura, y que, aunque considerando sus edificios por separado encontramos en ellos frecuentemente tanto o más arte que en los de las otras ciudades; sin embargo, al ver cómo están dispuestos, uno grande aquí, allá uno pequeño, y cómo se vuelven las calles curvas y desniveladas, se diría que es más bien la fortuna que la voluntad de algunos hombres que usan la razón la que los ha dispuesto de esa manera. Y si consideramos que aunque ha habido en todo tiempo personas encargadas de la función de cuidar los edificios de los particulares, para que sirvan al ornato público, se advertirá que es incómodo realizar cosas bien acabadas trabajando únicamente sobre las obras de los demás.
16 Se refiere a la guerra de los Treinta Años que terminó con la paz de Wesífalia en 1648.
17 Fernando II fue coronado en Francfort en 1619, tras haber recibido en años anteriores las coronas de Bohemia y Hungría. El ejército al que debía regresar Descartes era el de Maximiliano de Baviera.
Así también imaginaba que los pueblos que eran antes semisalvajes y se han ido civilizando poco a poco hicieron sus leyes sólo a medida que la incomodidad de los crímenes y de las querellas los presionaban a ello, no podían estar tan bien ordenados como los que han observado las constituciones de algún prudente legislador desde el mismo momento en que se congregaron. Como es también cierto que el estado de la verdadera religión, cuyas ordenanzas Dios ha instituido, debe estar incomparablemente mejor dirigido que todos los demás.
Y para hablar de cosas humanas, creo que si Esparta fue en el pasado muy floreciente no ha sido por la bondad de cada una de sus leyes en particular, dado que por lo común tan mal acompasadas18, en comparación con esas plazas regulares, que un ingeniero traza en su fantasía en una llanura, y que, aunque considerando sus edificios por separado encontramos en ellos frecuentemente tanto o más arte que en los de las otras ciudades; sin embargo, al ver cómo están dispuestos, uno grande aquí, allá uno pequeño, y cómo se vuelven las calles curvas y desniveladas, se diría que es más bien la fortuna que la voluntad de algunos hombres que usan la razón la que los ha dispuesto de esa manera. Y si consideramos que aunque ha habido en todo tiempo personas encargadas de la función de cuidar los edificios de los particulares, para que sirvan al ornato público, se advertirá que es incómodo realizar cosas bien acabadas trabajando únicamente sobre las obras de los demás.
18 En contraste con las nuevas ciudades del XVI y comienzos del XV11
Con calles anchas y rectas trazadas con regla y compás (compassées).
Y aún más pensaba que como todos hemos sido niños antes de ser hombres, y hemos tenido que ser gobernados mucho tiempo por nuestros apetitos y nuestros preceptores, que con frecuencia eran contrarios unos a otros y, que quizá ni los unos ni los otros nos aconsejaban siempre lo mejor, es casi imposible que nuestros juicios sean tan puros y tan sólidos como lo serían si hubiéramos utilizado enteramente nuestra razón desde nuestro nacimiento y no hubiésemos sido guiados jamás sino por ella.
Es verdad que no vemos que se derriben todas las casas de una ciudad con el solo propósito de reconstruirlas de otra manera y hacer las calles más bellas; pero vemos que muchos derriban las suyas para reedificarlas e incluso a veces son obligados a ello cuando están en peligro de caerse y los cimientos no son tan firmes. Con este ejemplo me convencí de que no sería en verdad razonable que un particular se propusiera reformar un Estado, cambiando todo desde los cimientos y derribándolo para enderezarlo; ni tampoco reformar el cuerpo de las ciencias o el orden establecido en las escuelas para enseñarlas; pero en cuanto a las opiniones que había admitido hasta entonces en mi creencia no podía hacer nada mejor que emprender, de una vez por todas, suprimirlas a fin de sustituirlas después o colocar otras mejores, o bien las mismas cuando las hubiera ajustado al nivel de la razón. Y creí firmemente que por este medio lograría conducir mi vida mucho mejor que si yo construyese sobre viejos cimientos y me apoyase sobre los principios con que me había dejado persuadir en mi juventud sin haber examinado jamás si eran verdaderos. Pues aunque notase en esto diversas dificultades, sin embargo no eran irremediables ni comparables con las que se encuentran en la reforma de cosas menores referidas a lo público.
Estos grandes cuerpos son muy difíciles de volver a levantar una vez derribados, o incluso de impedir que caigan una vez han tambaleado, y sus caídas siempre son muy duras. Por otra parte, en cuanto a sus imperfecciones, si las tienen, y como la sola diversidad entre ellos basta para asegurar que muchos las tienen, el uso las ha suavizado, sin lugar a dudas; e incluso ha evitado o corregido insensiblemente muchas que no podrían remediarse de igual manera por la prudencia. Y por último, son casi siempre más soportables que lo que sería su cambio: de la misma manera que los grandes caminos que serpentean entre montañas se vuelven poco a poco tan llanos y tan cómodos a fuerza de ser frecuentados, es mucho mejor seguirlos que intentar acortar el camino saltando por encima de las rocas y descendiendo hasta el fondo de los precipicios.
Por eso no podría de ninguna manera aprobar esos caracteres desordenados e inquietos que no siendo llamados ni por nacimiento ni fortuna al manejo de los asuntos públicos, no dejan siempre de idear una nueva reforma. Y si pensara que hubo la menor cosa en este escrito por la que se pudiera sospechar semejante locura, me habría arrepentido de permitir que se hubiera publicado. Nunca mi propósito ha ido más allá de tratar de reformar mis propios pensamientos y de construir sobre un terreno completamente mío. Si al haberme gustado tanto mi obra les muestro aquí el modelo, esto no significa que quiera aconsejarle a alguien que la imite.
Aquellos a quienes Dios favoreció con mejores dotes tendrán tal vez propósitos más elevados; pero mucho me temo que este propósito mío no resulte para muchos demasiado audaz. La sola resolución de deshacerse de todas las opiniones que uno ha recibido anteriormente en su creencia no es un ejemplo que cada uno deba seguir. Y el mundo está compuesto de dos clases de espíritus a los que esto no conviene en modo alguno. A saber, los que creyéndose más hábiles de lo que son no pueden impedir la precipitación de sus juicios, ni tener suficiente paciencia para conducir ordenadamente todos sus pensamientos: de donde proviene
Que si una vez hubieran tenido la libertad de dudar de los principios recibidos y apartarse del camino común, nunca podrían mantenerse en el sendero que es necesario tomar para avanzar más rectamente y permanecerían extraviados toda su vida. Y, de otros, que teniendo bastante razón o modestia para juzgar que son menos capaces de distinguir lo verdadero de lo falso que algunos otros, por quienes pueden ser instruidos, deben más bien contentarse con seguir las opiniones de éstos antes que buscar por ellos mismos otras mejores.
Y por mí, habría estado sin duda en el número de estos últimos si no hubiera tenido más que un solo maestro, o si no hubiese conocido las diferencias que siempre han existido entre las opiniones de los más doctos. Pero habiendo aprendido desde el colegio que no se podía imaginar nada tan extraño y tan poco creíble que no hubiera sido dicho por alguno de los filósofos; y habiendo reconocido luego de viajar que todos los que tienen opiniones bien contrarias a las nuestras no son por esto bárbaros ni salvajes19, sino que muchos hacen uso, tanto o más que nosotros, de la razón; y habiendo considerado que un mismo hombre, con un espíritu idéntico, siendo criado desde su infancia entre franceses o alemanes, llega a ser diferente de lo que sería si hubiera vivido siempre entre chinos o caníbales20; y que hasta en las modas de nuestros vestidos, la misma cosa que nos gustó hace diez años y nos gustará quizá todavía dentro de diez, nos parece ahora extravagante y ridícula: de manera que es más la costumbre y el ejemplo los que nos persuaden, que un conocimiento cierto, y que sin embargo la pluralidad de voces no es una prueba que valga para las verdades un poco difíciles de descubrir, ya que es más verosímil que un hombre solo las haya encontrado que todo un pueblo: no podía yo elegir a alguien cuyas opiniones me parecieran preferibles a las de otros, y me encontré como constreñido a emprender por mí mismo la manera de conducirme.
Pero, como un hombre que anda solo y en tinieblas, me resolví a caminar tan lentamente y a utilizar tanta circunspección en todo, que si yo avanzaba muy poco me cuidaría, al menos, de caer. Incluso no quise comenzar por rechazar completamente ninguna de las opiniones que en el pasado se habían podido deslizar
En mi creencia sin haber sido introducidas allí por la razón, sin que antes hubiera empleado bastante tiempo en hacer el proyecto de la obra que emprendía y en buscar el verdadero método para llegar al conocimiento de todas las cosas de las que fuera capaz mi espíritu.
19 Se anuncia ya la oposición entre salvaje y civilizado que será posterior-
Mente desarrollada en Occidente.
20 Descanes utiliza en su traducción latina la palabra americanos.
Había estudiado un poco, siendo más joven, la lógica, entre las partes de la filosofía, el análisis de los geómetras y el álgebra entre las matemáticas, tres artes o ciencias que parecían tener que contribuir en algo a mi proyecto. Pero al examinarlas me previne en cuanto a la lógica, que sus silogismos y la mayoría de sus instrucciones sirven más bien para explicar a otro las cosas que uno conoce o, incluso, como el arte de Lulio21, para hablar sin juicio de las que se ignora que para aprenderlas. Y aunque en efecto contenga muchos preceptos muy verdaderos y muy buenos hay no obstante otros tantos, mezclados con ellos, que son tan dañinos o superficiales, que es casi tan difícil separarlos como sacar una Diana o una Minerva de un bloque de mármol que todavía no está esbozado.
21 Raimundo Lulio, mallorquín (1235-1309). Su arte consistía en combi-
Nar los nombres que expresaran las ideas más abstractas y más genera-
Les con el fin de juzgar la exactitud de las proposiciones y descubrir
Nuevas verdades. Autor del Ar5 magna, dividido en trece partes: el
Alfabeto, las figuras, las definiciones, las reglas, etc. A su vez, el alfabe-
To comprendía nueve letras y cada una admitía seis significados dife-
Rentes según representara un principio absoluto, uno relativo, una
Pregunta, un sujeto, una virtud, un vicio.
Luego, en cuanto al análisis de los antiguos y el álgebra de los modernos, además de que no se extienden sino a materias muy abstractas y que no parecen de
Alguna utilidad, el primero está siempre tan restringido a la consideración de las figuras que no puede ejercitar el entendimiento sin fatigar mucho la imaginación; y en
El álgebra está uno tan sometido a ciertas reglas y cifras que se ha hecho de ella un arte confuso y oscuro que enreda el espíritu en lugar de ser una ciencia que lo cultive. Eso hizo que yo pensara que era necesario buscar algún otro método que, reuniendo las ventajas de estos tres, estuviera exento de sus defectos. Y como la multitud de leyes proporciona con frecuencia excusas a los vicios, de manera que un Estado está mucho mejor regido cuando teniendo muy pocas ellas son rigurosamente bien observadas; así, en lugar de ese gran número de preceptos de los que se compone la lógica, creía que eran suficientes los cuatro siguientes, con tal que tomara una firme y constante resolución de no dejar de observarlos una sola vez.
El primero era no aceptar jamás ninguna cosa por verdadera que yo no conociese evidentemente como tal: es decir, evitar cuidadosamente la precipitación y la prevención; y no incluir en mis juicios nada más que lo que se presentara a mi espíritu tan clara y distintamente que no tuviese ocasión alguna de ponerlo en duda.
El segundo, en dividir cada una de las dificultades que examinara en tantas partes como se pudiera y se requiriera para resolverlas mejor.
El tercero, en conducir ordenadamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más fáciles de conocer, para ascender poco a poco, como por grados, hasta el conocimiento de los más compuestos; e incluso suponiendo un orden entre los que no se preceden naturalmente unos de otros.
Y el último, en hacer en todo enumeraciones tan completas y revisiones tan generales que estuviese seguro de no omitir nada.
Estas largas cadenas de razones muy simples y fáciles, de las que suelen servirse los geómetras para llegar a sus más difíciles demostraciones, me habían dado la ocasión para imaginar que todas las cosas que pueden caer bajo el conocimiento de los hombres se siguen unas a otras de igual manera, y que solamente con tal de que uno se abstenga de recibir por verdadera alguna que no lo sea, y se guarde siempre el orden necesario para deducirlas unas de otras, no puede haber algunas tan alejadas que finalmente no lleguemos a ellas ni tan ocultas que no las descubramos.
Y no hubo mucha dificultad en buscar por cuáles era necesario comenzar, pues sabía ya que era por las más simples y las más fáciles de conocer; y considerando que entre todos los que han buscado hasta ahora la verdad en las ciencias, sólo los matemáticos han podido encontrar algunas demostraciones, es decir, algunas razones ciertas y evidentes, no dudaba de que debía empezar por las mismas que ellos han examinado; aunque no esperase ninguna otra utilidad sino que acostumbra rían mi espíritu a saciarse de verdades y a no contentarse con falsas razones.
Pero no por esto tuve el propósito de intentar aprender todas esas ciencias particulares que comúnmente se llaman matemáticas; y viendo que aunque sus objetos sean diferentes, no dejan de concordar todas en que no consideran más que las diversas relaciones o proporciones que en ellos se encuentran, pensaba que más valía examinar solamente esas proporciones en general y suponiéndolas sólo en aquellos asuntos que servirían para hacerme más fácil el conocimiento, incluso también sin restringirlas de ningún modo, a fin de poder después aplicarlas tanto mejor a todos los demás a los cuales convendrían.
Luego advertí que para conocerlas tendría a veces necesidad de considerarlas a cada una en particular, y otras veces sólo retenerlas en la memoria o comprender muchas a la vez, pensaba que para considerarlas mejor en particular debía suponerlas como líneas porque no encontraba nada más simple ni que pudiese representar más distintamente a mi imaginación y a mis sentidos; pero para recordarlas o para comprender varias a la vez era necesario que las explicase por medio de algunas cifras lo más breves que fuera posible; y por este medio tomaría todo lo mejor del análisis geométrico y del álgebra y corregiría todos los defectos de una por medio del otro.
Y en efecto, me atrevo a decir que la exacta observación de los pocos preceptos que había escogido me proporcionó tanta facilidad para desenredar todas las cuestiones a las que se extienden estas dos ciencias que, en dos o tres meses que empleé en examinarlas, habiendo comenzado por las más simples y más generales, y siendo cada verdad que encontraba una regla que me servía después para encontrar otras, no sólo resolví muchas que antes había juzgado muy difíciles sino también me pareció, hacia el final, que podía determinar, incluso en las que ignoraba, por qué medios y hasta dónde era posible resolverlas. En lo cual no os pareciera quizá muy vanidoso, si consideráis que habiendo sólo una verdad en cada cosa, el que la encuentra sabe todo lo que se puede saber de ella; y que por ejemplo, un niño instruido en aritmética habiendo hecho una suma según sus reglas, se puede estar seguro que encontró, sobre la suma que examinaba, todo lo que el espíritu humano podría encontrar. Pues finalmente el método que enseña a seguir el verdadero orden y a enumerar exactamente todas las circunstancias de lo que se busca contiene todo lo que da certeza a las reglas de la aritmética.
Pero lo que más me agradaba de este método era que por él estaba seguro de utilizar en todo mi razón, si bien no perfectamente, al menos lo mejor que estuviera en mi poder; además de que sentía, al practicarlo, que mi espíritu se acostumbraba poco a poco a concebir los objetos más claramente y con mayor distinción, y que, no habiéndolo sometido a ninguna materia particular, me prometía aplicarlo tan útilmente a las dificultades de las demás ciencias como había hecho con las del álgebra. No es que por esto me atreviera a emprender primeramente el examen de todas las que se me presentaran, pues esto mismo hubiera sido contrario al orden que el método prescribe. Pero habiendo advertido que todos sus principios debían ser tomados de la filosofía, en la cual no encontraba todavía ninguno cierto, pensaba que era necesario ante todo que tratase de establecerlos en ella; y que siendo esto lo más importante del mundo y donde eran más de temer todavía la precipitación y la prevención, yo no debía intentar llevarlo a cabo antes de haber alcanzado una edad más madura que la de veintitrés años, que tenía entonces, y antes de que hubiera dedicado mucho más tiempo en prepararme, tanto desarraigando de mi espíritu todas las malas opiniones recibidas hasta entonces, como juntando varias experiencias que fueran después materia de mis razonamientos, y ejercitándome siempre en el método que me había prescrito para afirmarme en él cada vez más.
Tercera parte
En fin, como no es suficiente antes de comenzar a reconstruir la casa en que se habita derribarla y aprovisionarse de materiales y arquitectos, o ejercitarse uno mismo en la arquitectura y además de esto haber trazado cuidadosamente su plano, sino que también es necesario proveerse de alguna otra habitación en la que uno pueda estar alojado cómodamente durante el tiempo que dure el trabajo; así pues, para no permanecer indeciso en mis acciones, mientras la razón me obligaba a serlo en mis juicios, y no dejar de vivir desde entonces lo más felizmente que pudiera, me formé una moral provisional que no consistía más que en tres o cuatro máximas que les quiero comunicar.
La primera, era obedecer las leyes y las costumbres de mi país, manteniendo con constancia y firmeza la religión en la que Dios me concedió la gracia de ser instruido desde mi infancia, y gobernándome en todo lo demás según las opiniones más moderadas y más alejadas del exceso, que fuesen comúnmente admitidas en la
Práctica por los más sensatos de aquellos con quienes tendría que vivir. Comenzando, pues, a partir de ese momento, a no contar en nada con las mías propias, porque quería someterlas todas a examen, estaba seguro de no poder hacer algo mejor que seguir las de los más sensatos. Y aunque hay acaso entre los persas y los chinos también sensatos como nosotros, me parecía que lo más útil era regirme según aquellos con quienes tendría que vivir, y que para saber cuáles eran en verdad sus opiniones debía prestar atención más bien a lo que ellos practicaban que a lo que decían; pues no solamente porque en la corrupción de nuestras costumbres hay pocas personas que quieran decir todo lo que creen sino también porque muchos lo ignoran ellos mismos; ya que siendo diferente la acción del pensamiento por la cual se cree una cosa de aquella por la que se conoce que se la cree, con frecuencia se dan la una sin la otra.
Y entre muchas opiniones igualmente recibidas solo escogía las más moderadas, Lanío porque son siempre las más cómodas para la práctica y verosímilmente las mejores, pues todo exceso suele ser malo, como también con el fin de apartarme menos del verdadero camino en caso de equivocarme, sí, al haber escogido uno de los extremos era el otro el que hubiera sido necesario seguir. Y particularmente entre los excesos colocaba todas las promesas por las cuales se recorta algo de la propia libertad. No es que desaprobase las leyes que, para remediar la inconstancia de los espíritus débiles, permiten cuando se tiene algún buen propósito, o incluso, para la seguridad del comercio o algún propósito indiferente, que se hagan votos o contratos que obligan a perseverar en ellos. Pero como no veía en el mundo ninguna cosa que permaneciera siempre en el mismo estado y. como en mí caso particular, me prometía perfeccionar cada vez más mis juicios y no volverlos peores, hubiera pensado estar cometiendo una gran falta contra el buen sentido si, por aprobar entonces alguna cosa, me hubiese obligado a tomarla por buena aún después quizás de haber dejado de serlo o que yo hubiera dejado de juzgarla como tal.
Mi segunda máxima era ser lo más firme y lo más resuelto que pudiera en mis acciones, y no seguir con menos constancia las opiniones más dudosas, una vez me hubiera determinado a ellas como si hubiesen sido muy seguras. Imitando en esto a los viajeros que encontrándose extraviados en algún bosque no deben errar dando vueltas de un lado para otro, ni menos todavía detenerse en un lugar, sino caminar siempre lo más recto posible hacia un mismo lado y no cambiarlo por débiles razones, aun cuando haya sido quizás al comienzo solo el azar el que les haya determinado ha elegido: pues por este medio si no van exactamente a donde desean, llegarán por lo menos, finalmente, a alguna parte en donde de manera verosímil estarán mejor que en medio de un bosque. Y como las acciones de la vida no admiten con frecuencia ninguna demora, es una verdad muy cierta que cuando no está en nuestro poder discernir las opiniones más verdaderas debemos seguir las más probables; e incluso, aun cuando no advirtamos más probabilidad en unas que en otras debemos sin embargo decidimos por algunas, y considerarlas después no ya como dudosas en tanto se relacionan con la práctica sino como muy verdaderas y muy ciertas porque la razón que nos ha determinado a ello lo es.
Y esto fue suficiente desde entonces para librarme de todos los arrepentimientos y remordimientos que suelen agitar las conciencias de esos espíritus débiles y vacilantes, que se dejan llevar con inconstancia a practicar como buenas las cosas que juzgan después que son malas.
Mi tercera máxima era tratar siempre de vencerme a mí mismo más bien que a la fortuna, y de cambiar mis deseos más que el orden del mundo22; y en general, acostumbrarme a creer que no hay nada que esté absolutamente en nuestro poder como nuestros pensamientos, de suerte que después de haber hecho lo mejor respecto de las cosas que nos son exteriores, todo lo que nos falta por lograr es absolutamente imposible. Y esto solo me parecía suficiente para impedirme desear nada en el futuro que no pudiese alcanzar, y de esta manera sentirme contento.
Porque como nuestra voluntad se inclina naturalmente a desear sólo las cosas que nuestro entendimiento le representa de alguna manera como posibles, es cierto que si consideramos todos los bienes que están fuera de nosotros como igualmente alejados de nuestro poder, no tendremos que lamentarnos de carecer de los que parecen deberse a nuestro nacimiento, cuando estemos privados de ellos sin culpa nuestra como no la tenemos por no poseer los reinos de la China o de México; y haciendo, como se dice, de la necesidad una virtud, ya no desearemos más estar sanos, cuando estemos enfermos, o ser libres estando en prisión, como ahora no deseamos tener cuerpos de una materia tan poco corruptible como los diamantes o alas para volar como los pájaros.
22 Lus ecos de moral estoica son evidentes, Epicteto, en el Enquiridion
(Cap. VIII), recomendaba "aceptar de buen grado cuanto suceda", y en
La Diatriba 11,14,7 "debe uno acomodar su voluntad a los aconteci-
Mientos". Por otra parte, era un principio fundamental para la libertad
Y la felicidad la distinción "entre lo que está en nuestro poder y lo que
No" (cap. I) o la aclilud "ante las cosas que no están en nuestro poder o
Que no dependen de nosotros". (Diatriba I, 22,18).
Pero confieso que se requiere un largo ejercicio y una meditación frecuentemente reiterada para acostumbrarse a mirar desde este sesgo todas las cosas; y creo que en esto consistía principalmente el secreto de esos filósofos23 que pudieron en otro tiempo sustraerse al imperio de la fortuna y, a pesar de los dolores y la pobreza, disputar la felicidad con sus dioses. Pues ocupándose sin cesar de considerar los límites que les eran prescritos por la naturaleza se convencían tan perfectamente de que nada estaba en su poder más que sus propios pensamientos, que esto sólo bastaba para impedirles tener afecto por otras cosas; y disponían de sus pensamientos tan absolutamente, que tenían en esto alguna razón de estimarse más ricos, más poderosos, más libres y más felices que ninguno de los demás hombres que, no poseyendo esta filosofía, por muy favorecidos que puedan estar por la naturaleza y la fortuna, nunca disponen de esta manera de todo lo que quieren.
Finalmente, como conclusión de esta moral, se me ocurrió pasar revista a las diversas ocupaciones que tienen los hombres en esta vida para intentar elegir la mejor; y sin que nada quiera decir de las de los otros, pensaba que no podía hacer nada mejor que continuar en la misma en que me encontraba, es decir, emplear toda mi vida en cultivar mi razón y progresar cuanto pudiera en el conocimiento de la verdad, según el método que me había prescrito. Había experimentado satisfacciones tan extremas desde que comencé a servirme de este método, que no creía que se pudieran recibir otras más suaves e inocentes en esta vida; y descubriendo cada día por medio de él algunas verdades que me " Se refiere a los filósofos estoicos parecían bastante importantes, y comúnmente ignoradas por los demás hombres, la satisfacción que sentía por ello llenaba de tal manera mi espíritu que todo el resto no me importaba.
23 Se refiere a los filósofos estoicos.
Además, las tres máximas precedentes sólo estaban fundadas en el propósito que tenía de continuar instruyéndome, pues habiendo dado Dios a cada uno alguna luz para distinguir lo verdadero de lo falso, no hubiera creído tener que contentarme un solo momento con las opiniones de los demás, si no me hubiese propuesto emplear mi propio juicio en examinarlas a su debido tiempo; y siguiéndolas, no hubiese podido liberarme de escrúpulos si no hubiera esperado aprovechar toda ocasión para encontrar otras mejores, en el caso de que las hubiera. Y por último no hubiera podido limitar mis deseos ni estar satisfecho si no hubiese seguido un camino por el cual, pensando estar seguro de la adquisición de todos los conocimientos de que fuera capaz, y pensaba, estarlo, por el mismo medio, también de la adquisición de todos los verdaderos bienes que estuviesen en mi poder; puesto que nuestra voluntad no se inclina a seguir ni a huir de algo sino cuando nuestro entendimiento se lo representa como bueno o malo, basta con juzgar bien para actuar bien y juzgar lo mejor que se pueda para hacer también lo mejor, es decir, para adquirir todas las virtudes y conjuntamente todos los otros bienes que se puedan adquirir; y cuando se tiene la certeza de que eso es así no puede uno menos que estar contento.
Después de haberme asegurado de estas máximas y ponerlas apañe de las verdades de la fe que siempre han sido las primeras en mi creencia, juzgué, con respecto al resto de mis opiniones, que podía libremente empezar a deshacerme de ellas. Y como esperaba poder conseguirlo mejor tanto hablando con los hombres como permaneciendo más tiempo encerrado en el cuarto donde había tenido todos esos pensamientos, aunque no había terminado el invierno me puse a viajar.
Y en los nueve años siguientes no hice otra cosa que rodar por el mundo aquí y allá tratando de ser espectador más bien que actor en todas las comedias que en él sé representan24; y reflexionando particularmente en cada materia sobre aquello que pudiera hacerla sospechosa y damos ocasión para engañamos, arrancaba de raíz de mi espíritu, durante ese tiempo, todos los errores que antes se hubieran podido deslizar. No es que con esto imitase a los escépticos que sólo dudan por dudar y fingen estar siempre indecisos: pues, al contrario, todo mi propósito sólo tendía a afirmarme y descartar la tierra movediza y la arena para encontrar la roca o la arcilla. Lo que me parece que lograba bastante bien puesto que tratando de descubrir la falsedad o la incertidumbre de las proposiciones que examinaba, no por medio de débiles conjeturas sino por razonamientos claros y seguros, no hallaba nunca ninguna tan dudosa que no pudiese sacar siempre de ella alguna conclusión bastante más cierta como sólo fuese la de que no contenía nada cierto.
Y así como cuando al derribar un viejo edificio se reservan ordinariamente las demoliciones para que sirvan en la edificación de uno nuevo, así al destruir todas aquellas opiniones mías que juzgaba mal fundadas, hacía diversas observaciones y adquiría muchas experiencias que después me han servido para establecer otras opiniones más ciertas aquellas opiniones mías que juzgaba mal fundadas, hacía diversas observaciones y adquiría muchas experiencias que después me han servido para establecer otras opiniones más ciertas.
24 Para Epicieío "la vida es un drama en el que el hombre ha de represen-
tar bien el papel que se le asigne", (Enquiridion, XV11); "acuérdate de
Que eres actor de un drama", insistía.
Y también continuaba ejercitándome en el método que me había prescrito; pues además de que me preocupaba por conducir generalmente todos mis pensamientos según sus reglas, de vez en cuando reservaba algunas horas para practicarlo en las dificultades matemáticas o incluso también en algunas otras que yo podía hacer casi semejantes a las de las matemáticas, desligándolas de lodos los principios de las otras ciencias" que no encontraba suficientemente firmes, como verán que he hecho en muchas que se explican en este volumen.
Y así, sin vivir, aparentemente, de manera diferente de los que no teniendo ninguna ocupación que la de pasar una vida suave e inocente se dedican a separar los placeres de los vicios, y que, para disfrutar de su tiempo libre sin aburrirse, utilizan todas las diversiones que son honestas, no dejaba de continuar en mi propósito y aprovechar en el conocimiento de la verdad, acaso más que si no hubiera hecho sino leer libros o frecuentar personas de letras.
Sin embargo, esos nueve años se pasaron antes de que hubiese tomado algún partido sobre las dificultades que suelen ser discutidas entre los doctos, ni comenzado a buscar los fundamentos de alguna filosofía más cierta que la vulgar26. Y el ejemplo de muchos excelentes espíritus que habiendo tenido antes el mismo propósito no lo habían logrado, me hacía imaginar tantas dificultades que quizás no me hubiese atrevido a emprenderlo tan pronto si no hubiese visto que algunos hacían circular el rumor de que yo lo había llevado a término.
25 A saber, los Meteoros, la Dióptrica y la Geometría que eran precedidos
En el volumen por el Discurso del método, especie de introducción o
Prefacio.
26 O sea la escolástica comúnmente enseñada,
No podría decir sobre qué fundaban esa opinión; y si contribuía a ello en algo por mis discursos, debe haber sido por confesar con más ingenuidad lo que ignoraba, lo que no suelen hacer aquellos que han estudiado un poco, y quizá también por hacer ver las razones que tenía de dudar de muchas cosas que los demás estiman ciertas más que vanagloriarme de poseer alguna doctrina.
Pero como tengo un corazón bastante orgulloso como para no querer que se me tome por otro del que soy, pensaba que era necesario tratar por todos los medios de hacerme digno de la reputación que me daban; y hace justamente ocho años que ese deseo hizo que me resolviera a alejarme de todos los lugares en donde podía tener conocimientos y a retirarme aquí en un país27 donde la larga duración de la guerra ha hecho que se establezcan tales reglamentos, que los ejércitos que se mantienen no parecen servir sino para hacer que se gocen los frutos de la paz con mayor seguridad, y donde entre la multitud de un gran pueblo bien activo, y más cuidadoso de sus propios asuntos que curioso de los de los demás, sin que me falte ninguna de las comodidades que están en las ciudades más frecuentadas, he podido
Vivir tan solitario y retirado como en los desiertos más apartados.
27 Descartes hizo residencia en Holanda en el otoño de 1628 cuando co-
Mienza a escribir las Meditaciones metafísicas.
Cuarta parte
No sé si debo hablarles de las primeras meditaciones que hice allí pues son tan metafísicas28 y tan poco comunes que no serán quizá del agrado de todo el mundo. Y sin embargo, para que se pueda juzgar si los fundamentos que tomé son bastante firmes, me encuentro de alguna manera obligado a hablar de ellas.
Desde hace mucho tiempo había observado, en relación con las costumbres, que es necesario a veces seguir las opiniones que sabemos son muy inciertas, como
Si fueran indudables, tal como se ha dicho antes; pero puesto que entonces deseaba dedicarme solamente a la búsqueda de la verdad, pensaba que era necesario hacer todo lo contrario y rechazar como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda para ver si después de esto quedaba algo en mi creencia que fuera enteramente indudable.
Así, pues, como nuestros sentidos nos engañan a veces, quise suponer que no había ninguna cosa que fuese tal como ellos nos la hacen imaginar. Y puesto que hay hombres que se equivocan al razonar, incluso sobre los más simples temas de geometría y cometen paralogismos29, juzgando que estaba sujeto a equivocarme tanto como otro cualquiera, rechazaba como falsas todas las razones Y, en fin, considerando que los mismos pensamientos que tenemos cuando estamos despiertos nos pueden sobrevenir también cuando dormimos, sin que haya ninguno, por tanto, que sea verdadero, me resolví a fingir que todas las cosas que habían entrado hasta entonces en mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños.
28 Se refiere e! Autor a metafísica en el sentido de abstracto, apartado de
Lo que tiene que ver con e! Mundo sensible.
29 Razonamientos falsos cuya falsedad se consideraba de buena fe, y en
Este sentido, se oponía al sofisma.
Pero inmediatamente después advertí que mientras quería pensar de este modo que todo era falso, era preciso necesariamente que yo, que lo pensaba, fuese alguna cosa. Y notando que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura, que todas las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de modificarla, juzgaba que podía aceptarla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba.
Luego, examinando con atención lo que yo era y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo alguno y que no había mundo ni lugar alguno donde yo estuviese, pero que por esto no podía fingir que yo no era; y que al contrario, por lo mismo que pensaba en dudar de la verdad de las otras cosas se seguía muy evidentemente y muy ciertamente que yo era; mientras que si solo hubiese dejado de pensar, aunque fuera verdadero todo lo demás que había imaginado, no tenía ninguna razón para creer que hubiese existido; conocí por esto que yo era una sustancia cuya esencia toda o naturaleza consiste sólo en pensar, y que para ser no necesita de ningún lugar ni depende de ninguna cosa material. De manera que este yo, es decir, el alma30 por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo e incluso ella es más fácil de conocer que éste, y...
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