amaliucha, Profesora de Psicología Profesora de Letras Madre de tres jóvenes...
Acá estamos! Todos los seres humanos somos personas. Seres personales, dotados de autoconciencia, de libertad, de capacidad para conocer y amar (todas estas características, dadas en mayor o menor grado según las peculiaridades o la situación físico-psíquico-biológica de cada uno). Y, sin embargo, la persona es un misterio. Lo que constituye en cada ser humano ese rasgo que lo convierte en ser personal resulta ser algo sumamente escurridizo y difícil de atrapar conceptualmente. La dificultad para captar lo que encierra la palabra 'persona' radica en que nuestro conocimiento es por abstracción. La naturaleza humana, aquello que todos los hombres tenemos en común, aquello por lo que somos seres humanos y no otra realidad, puede ser objetivada al abstraerla de los hombres comunes existentes: es lo que suele denominarse como la 'esencia humana' Pero la persona es precisamente aquello que no es común, que es único e irrepetible en cada uno. ¿Cómo objetivar y abstraer pues a la persona? La persona se define como sujeto, no como objeto, no hay ciencia de las personas, ya que la ciencia se ocupa de objetos. Esto ya nos da una pista de que nos encontramos ante una realidad especial: ¿Cómo es posible que, siendo algo común a todos los hombres, sea tan único en cada uno que no permita establecer generalizaciones aparte del hecho común de que somos personas? ¿Habrá qué negar todo posible discurso universal sobre la persona? No parece que sea lo ideal, porque, por otra parte, nuestra experiencia diaria nos habla de la existencia de nuestro "yo" como el fondo de nuestra subjetividad, algo distinto y peculiar. Aunque no podamos captar, de entrada, su núcleo, algo podremos decir de ella. El intento es tratar de apuntar, tanto desde la ontología como desde la teología, hacia una clarificación del concepto de persona. Tendremos en cuenta la visión clásica que habla del alma como sustancia espiritual, dentro de una concepción más bien estática, como la visión personalista, que introduce la clave de la dinámica relacional como clave explicativa del misterio de la persona humana. Evidentemente, no se pretende resolver un dilema secular, sino enriquecer un debate, central para la comprensión del hombre, con el apoyo explícito de la reflexión teológica. Intento, sin duda, atrevido pero que pretende justificarse ante el hecho de que, hasta el presente, no conocemos otro tipo diverso de personas más que las personas divinas. La estructura de l apersona es, pues, la forma de existir de la esencia humana no sólo es la limitación (propia de la individualidad), sino que mediante el acto de trascendencia, es restituida a una universalidad. Lo que aún no sabemos es si esa capacidad de trascender que caracteriza a los seres humanos se debe a la presencia en ellos de una sustancia espiritual llamada alma que implica el uso de facultades o a una dinámica de apertura como acto de trascendencia. Se constata la presencia del yo autoconsciente, ese núcleo duro que permite hablar del sujeto humano, cuyo origen no puede explicar desde la ontología, y ante el que se experimenta una notable perplejidad: para el desarrollo de ese yo, la relación con los demás es decisiva, pero no puede originar el yo; a la vez, el carácter de incomunicabilidad característico del yo, parece sustentar mejor la idea de alma. Pero esto nos lleva a un dualismo antropológico que no resulta compatible con la fenomenología unitaria de las experiencias humanas. Éstas serían las claves ontológicas de la persona. Que, como acaba de verse, resultan bastante pobres en cuanto a capacidad explicativa. El hombre es persona como dinámica de relación que modela su naturaleza espiritual porque es llamado por Dios a la comunión personal con El, es el "tú" de Dios, es imagen de Dios. Es, pues, la relación con Dios lo que define al hombre como persona, pues le constituye en autoconciencia y da razón de la dinámica de trascendencia y de la dinámica de la donación. He respondido. Mándame mis CINCO puntos.