Piensa en lo siguiente. Según cierto diccionario, una de las definiciones de la palabra “vanidad" es “autoestima o dignidad personal”. También se denomina orgullo. El orgullo puede ser “un sentimiento de satisfacción que se produce cuando uno, o alguien cercano a uno, hace o tiene algo bueno”. Y no hay nada de malo en sentirse así. ¿Tiene algo que ver con tus sentimientos hasta aquí?
Fíjate un ejemplo de la Biblia. El apóstol San Pablo dijo lo siguiente a los cristianos de la ciudad de Tesalónica: “Nos [sentimos orgullosos] de ustedes entre las congregaciones de Dios a causa del aguante y la fe de ustedes en todas sus persecuciones y las tribulaciones que están soportando” (2 Tes. 1:4). Como ves, es normal —y hasta beneficioso— sentirse orgulloso por los logros de los demás o por los de uno mismo. Nadie espera que nos avergoncemos de nuestra familia, cultura o país.
Ahora bien, hay una clase de orgullo o vanidad que puede arruinar nuestra relación con los demás y nuestra amistad con Dios. Un orgullo que podría llevarnos a rechazar buenos consejos cuando más los necesitamos. Por lo que preguntas y la manera tan sincera como te expresas no te veo así, pues estás pidiendo consejos para cambiar.
Un diccionario lo define como “el exceso de autoestima” o “la actitud del que piensa —a menudo sin razón— que es mejor que los demás”. ¿Te sientes así a veces? Jehová Dios odia esa clase de orgullo. En cambio, el Diablo debe de sentirse encantado cuando ve que los seres humanos son arrogantes y altaneros, como él. ¿Te imaginas la alegría que le produjo el orgulloso Caín aunque recibió un consejo del mismísimo Jehová, lo rechazó de plano y su terquedad lo llevó directo al desastre? Mató a su hermano Abel.
Entonces, antes de compartir consejo para evitar esa mala actitud, te pregunto: ¿Con cuál de esos casos te identificas?