Enhorabuena por el diagnóstico que has hecho. Te explicas muy bien!.
A ver lo que te pasa es bastante frecuente hoy en día.
También pasa que los medios de comunicación nos hacen egoístas y solitarios. Los walk-man y los lectores de CD´s y MP3, nos hacen no comunicarnos con los demás. Además la cultura es hedonista, busca el egoísmo y el placer propios por encima de los derechos, las libertades y las necesidades de los demás. Esto nos hace solitarios y no nos importan las necesidades de los demás. Sólo nos comunicamos para obtener algo del otro, no por el placer de hacer a los otros felices de poder comunicarse con nosotros.
Si este hábito de no comunicarse ha sido arraigado en la personalidad del individuo durante años costará de quitar, pero no es ni mucho menos imposible.
A continuación te transcribo dos capítulos sobre la comunicación que he tomado de la web
www.e-cristians.net . Aparecen unos rectángulos y busca uno que pone "Formación para padres". Clica y deja que se cargue el listado. Tarda un poco porque se tienen que bajar unas fotografías. Los que te transcribo son del 29/11/2002 y del 12/12 /2002. Si te interesa el tema, puedes bajarte otros artículos muy interesantes del listado.
Esto te formará bien. Después procura ayudar a las personas que se comuniquen contigo. Háblales poco a poco, pero con constancia de SUS cosas, de temas que les INTERESAN A ELLOS. No les plantees problemas y dificultades. Cuéntales alguna noticia o experiencia que tuviste que les alegre la vida. Sé transparente y comunícate tu bien. No esperes respuesta inmediata ni les exijas que hagan lo mismo contigo. Ten paciencia. Tu siempre igual, comunicándote correctamente con ellos. Poco a poco irán aprendiendo ellos también y les habrás hecho un gran favor pues serán más felices.
Bueno, creo que por ahí va la solución. Lo importante es ir avanzando poco a poco, comprendiendo las recaídas (si las hubiera) y pensando que en el mundo hay mucha gente con problemas más serios que lucha también por sobrevivir. Ánimo, creo que lo vas a conseguir. Yo ya he rezado al Dios Todopoderoso por tus intenciones y lo seguiré haciendo en el futuro.
Que haya suerte. Sé valiente y lista. Si quieres consultarme algo más no dudes en hacerlo.
Un cordial saludo con mis mejores deseos para tu felicidad.
(Lo que sigue es de Victoria Cardona, educadora familiar que colabora en
www.e-cristians.net La mayoría de problemas del día a día de la convivencia familiar se resolverían, si nos esforzáramos por tener una buena comunicación con nuestros hijos. Hay muchas formas de hacerlo. Se puede hacer con un gesto, se puede hacer con una mirada de complicidad, se puede hacer con la palabra, escuchando música, leyendo, haciendo deporte... También nos podemos comunicar silenciosamente. Sólo contemplando unos padres junto a la cama de un hijo enfermo, mimándolo o dándole la mano vemos el máximo de comunicación. El silencio se hace necesario por el reposo de su hijo, pero la comunicación no falta.
Ya se ve que para comunicarse no se necesitan palabras, sino que se necesita afecto y que haya un clima de confianza y, ¿cómo conseguimos este clima?.. Podemos reflexionarlo, puesto que se hace muy difícil recibir la confianza de nuestros hijos si no hacemos un esfuerzo para ser acogedores y estar tranquilos y de buen humor a la hora de comunicarnos. Es imprescindible comprender a nuestros hijos; saber intuir qué les preocupa, qué nos quieren decir o qué necesitan. La base de la comunicación, es amar, interesarse por sus cosas y ayudar a que ellos solos vayan resolviendo sus dificultades. Cuando hay confianza se actúa con calma, no se improvisa y se da paz.
Hay muchas virtudes que pueden ser útiles para ayudar a la comunicación, con el clima de confianza adecuado, que favorece el diálogo, base de la comunicación, pero yo destacaría dos: la sinceridad y la discreción.
1. La palabra sinceridad deriva del latino ''sine cera'' (sin cera) refiriéndose a los ungüentos que utilizaban las mujeres romanas para disimular sus arrugas. Pues bien, para vivir la sinceridad tenemos que recordar a San Pablo que nos dice ''sea el vuestro sí, sí y el vuestro no, no.'' Sinceridad es decir siempre con claridad lo que se hace, lo que se piensa, lo que se vive. Nuestros hijos tienen que ver que nosotros somos sinceros siempre. Por esto debemos reflexionar y preguntarnos: ¿Cuántas veces hemos dejado incompleta una promesa o una reprimenda que habíamos anunciado a nuestros hijos?... ¿Cuántas veces nos han telefoneado y, por comodidad, hemos hecho decir que no estábamos en casa?... ¿Cuántas veces hemos asustado a los pequeños diciendo '' que viene el hombre del saco'' y lógicamente aún lo esperan?... O otras medias verdades, que no dejan de ser mentiras que malogran la confianza.
Nuestra sinceridad tiene que ser ejemplar, la verdad tiene que ser objetiva, clara. Por ejemplo, si nos equivoquemos, pedimos perdón y lo reconocemos; esto es más educativo para el hijo que muchos sermones y consejos repetitivos. A veces los hijos no son lo suficiente sinceros con nosotros por no quedar mal o porque tienen miedo de que tengamos una reacción desmesuradamente enfadada con lo que nos dicen.
Sobre todo en la adolescencia tenemos que ser pacientes y estar preparados para que nos expliquen lo más impensable sin perder los nervios. Lo que es más importante siempre es que los hijos nos digan la verdad, aunque del susto recibido nos quedáramos sin aliento. Con todos los datos reales del problema, no nos equivocaremos a la hora de buscar soluciones juntos y reforzaremos la confianza mutua.
2. La discreción; hoy, más que nunca, se hace evidente que los padres debemos profundizar en esta virtud, que no es frecuente en el ambiente actual. En el Diccionario General de la Lengua Catalana de Pompeu Fabra, encontramos esta definición de discreción: ''reserva en las acciones y en las palabras, reserva del que no hace sino aquello que conviene hacer, de quien no dice sino aquello que conviene decir, que sabe callar aquello que le ha estado confiado. ''
Muchos hijos se quejan de que los padres, o bien para vanagloriarse, o bien para quejarse explican las confidencias que ellos les han hecho. Ya se ve que este sería un defecto que influiría en la confianza que nos habrían dado los hijos; nada más y nada menos sería ''ventilar'' sus emociones; tampoco los hijos entienden las ironías ni bromas sobre sus ''cosas'', por lo tanto no conviene decir lo que nos confían y tenemos que considerar que para ellos aquello es muy importante, aunque a los mayores nos pareciera de poco valor.
Con la virtud de la discreción nace el discernimiento, para saber cuando es prudente preguntar, o cuando hace falta esperar para hacerlo, puesto que hace falta respetar la intimidad del hijo y tener paciencia para recibir la confidencia. También distinguir el momento en que es conveniente dar el consejo oportuno. Pienso que cuando un niño pequeño tiene una pataleta, ¿verdad qué es muy difícil corregirlo sí nos ponemos a gritar como él y perdemos los nervios? Con los hijos mayores tenemos que hacer lo mismo, es sencillamente pasar por alto el momento de ofuscación y buscar el tiempo para dialogar con calma y serenidad. Una persona discreta no impone, no coacciona sino que observa y ayuda a mejorar reconociendo que ella también tiene defectos; por lo tanto, no se sobresalta por nada, y, con esta comprensión anima a su hijo a la sinceridad.
Para concluir, podríamos decir que el objetivo de procurar fijarnos en la sinceridad y la discreción, es ayudar a que haya el clima de confianza adecuada que haga de los padres buenos amigos de los hijos, a quienes los hijos pueden explicar sus ideales, sus problemas, sus alegrías. Empecemos a interesarnos por lo que les preocupa de bien pequeños y así fundamentaremos la franqueza del mañana.
Como que la comunicación es la base de unas buenas relaciones familiares en el próximo capítulo profundizaremos en como hemos de escuchar, en como mantener un buen diálogo y en algunos errores frecuentes que pueden malograr la comunicación entre padres y hijos. Expresamente ilustro siempre estos temas con fotografías con niños pequeños puesto que creo que los padres que se interesan por los hijos menudos, también serán capaces de comprender los cambios de humor y las inquietudes de los hijos adolescentes.
En el capítulo anterior hemos reflexionado sobre dos virtudes fundamentales, la sinceridad y la discreción; ahora estudiaremos la mejor manera de llegar a un buen diálogo, que es la base de una buena convivencia entre padres e hijos.
Es evidente, que para que haya un buen diálogo hay que saber escuchar y, como siempre, no olvidar que debemos dedicar tiempo. Es importante la actitud de pensar que nosotros, los padres, no siempre tenemos toda la razón y que escuchando aprenderemos y conoceremos con profundidad a nuestros hijos, que no nos abrirán su corazón si somos dogmáticos, rígidos y poco flexibles. Ya se ve que, para que haya buena comunicación, es muy importante ir con la sencillez de quién quiere ayudar, nunca imponer.
Podemos caer en el defecto de pensar que ya sabemos lo que nos dirán. Saber ya la respuesta porqué creemos que nuestro hijo es de una determinada manera y no dar posibilidades a nuestro hijo o hija de expresarse ampliamente y totalmente. Si no los dejamos explicarse del todo no les damos la oportunidad de mejorar, puesto que nos faltará la información completa y no sabremos que hacer para aconsejar.
Enumeraremos algunas cualidades convenientes para llegar a establecer un buen diálogo, teniendo en cuenta que la primera de todas será responder a todas las preguntas que nos hagan.
1. No interrumpir y tener mucha paciencia; esto vale por todas las edades, desde el hijo o hija pequeño que casi no sabe hablar, pero nos quiere pedir algo, hasta el adolescente que nos quiere explicar un problema o una alegría y lo hace de una forma acalorada. Por ejemplo, nos están explicando una cosa y nosotros nos preocupamos de la forma gramatical que están empleando, más que del contenido y de los sentimientos del hijo; mal haríamos sí corrigiéramos la gramática a media explicación porque quizás ''cortaríamos'' la espontaneidad.
2. Mirar a los ojos de nuestro hijo y aprobar afirmativamente con el gesto para animar y demostrar que nos interesa lo que nos dice; con la mirada de los padres se puede demostrar interés y afecto y descubrir, en la de los hijos, todo su estado d'ánimo.
3. Saber preguntar. Conviene hacer una pregunta de manera positiva para asegurarnos de que nos enteramos y entendemos lo que nos dicen; también sirve preguntar para captar el nivel que tienen de entendimiento del tema que sea, y por lo tanto, adelantar informaciones sobre sexualidad, diversiones, adicciones, etc..., aprovechando momentos de ocio y tranquilidad para tener estas conversaciones y dar criterio.
4. No mirar el reloj. Para los hijos es muy importante que demostremos un interés real por sus cosas; tenemos buenos momentos para comunicarnos sí los sabemos aprovechar aunque la experiencia nos diga, que el ''momento'' del hijo quizás no coincide con el nuestro. Aquí sí que hay la prueba de amor real: dejar las cosas propias por el bien del hijo, que nos necesita. Escribe André Frossard esta frase que nos puede hacer reflexionar: ''Miramos por la ventana el bullicio la calle y nos olvidamos de alguien que está a nuestro lado y necesita nuestra compañía''.
La auténtica comunicación se fundamenta en cosas pequeñas de esfuerzo personal: no mirar un programa de televisión, saber ''apartar'' el periódico, no hacer una salida por la noche para estar con los hijos... De cara al futuro son más rentables estas renuncias para que siempre nuestros hijos nos digan la verdad con claridad y en la familia se viva el clima de confianza adecuado, que produce serenidad; nunca debe agotarse la paciencia y la ilusión para saber escuchar.
Éstos consejos sobre comunicación, con más intensidad, puesto que nuestros hijos tienen vacaciones y están más receptivos por todo lo que reciben en el hogar; también, el carácter cristiano de estos días, invita a la paz, a la esperanza y a la alegría que se vive en familia.
También es muy interesante que visites
www.interrogantes.net Tiene muchos consejos muy buenos sobre relaciones humanas, etc.