¿Trauma de niño?

Hola que tal gracias por leer mi pregunta,
Mi situación es la siguiente:
suelo ser una persona muy diferente con mi entorno a como me siento en realidad.
hay algo que me paso de niño, cuando era niño me consideraba muy feliz , era extrovertido y sociable estaba muy acostumbrado a mi entorno.
después tube que mudarme de casa, me deprimió mucho como niño , estaba tan acostumbrado a mis amigos y mi entorno que me deprimí demasiado.
después de ese acontecimiento, mi personalidad cambio bruscamente, me hice introvertido casi no hablaba con nadie e incluso en la nueva escuela era victima de bullying.
Me sentí deprimido durante años,con el tiempo se me fue quitando el dolor y la depresión pero mi personalidad siguió igual (introvertido, reservado) .
actualmente y solo con personas de confianza tomo una actitud extrovertida, solo con mis amigos,, cambia mi forma de ser a cuando era niño, de echo con personas que no les tengo confianza siempre estoy callado y no hablo mas de lo necesario, y ese tipo de personas me dicen que si soy mudo o algo así.
mi duda es ¿esta actitud se debe al trauma que recibí de niño o es consecuencia de otra cosa?
si es así cómo le hago para superarlo?

Respuesta
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Una etapa dura en la infancia, como la que relatas, puede dejar secuelas, especialmente si sufriste la burla de compañeros de clase. Aunque sientas esa desconfianza, introversión, etc, tu identidad es otra, ya que originariamente te muestras extrovertido y sociable. Después puedes existir otros factores que se hayan ido añadiendo al porque de tu situación actual.

Te pego un artículo que tengo en mi web relacionado con los miedos, para que te hagas una idea de cómo superar estas situaciones:

Tenemos dos tipos diferenciados de vivir nuestro interior: el racional (verbal) y el emocional (no verbal). Son como dos cerebros separados, pero supuestamente intercomunicados. Nuestro cerebro emocional es el guardián de nuestra integridad, por lo que a través del miedo instintivo intenta resguardarnos de los peligros que nos rodean. Nuestro cerebro racional elabora las sensaciones que proceden de la otra parte, la emocional y le construye un sentido, le da forma y color, y el medio que usa es la palabra (conversación interna). Gracias a esta parte verbal, somos capaces de anticipar situaciones de peligro y por tanto de prevenir sus posibles consecuencias.
Si no tuviéramos la capacidad de temer, moriríamos a muy corta edad, ya que sin nuestro “guardián” llamado miedo emprenderíamos acciones muy arriesgadas, incluso suicidas. El problema es cuando, desde nuestra zona verbal o racional nos enseñan a temer a cuestiones que nada tienen que ver con la integridad física, es decir, a lo psicológico: “me ofendió lo que me dijo”, “atiende tú a ese cliente, que yo no puedo con él”, “ahí no entro que me agobia tanta gente junta”, “me da pánico hablar en público”, etc.
Por lo tanto, cuando llevamos a cabo acciones destinadas a evitar estas situaciones, el cerebro emocional “cree” que esas acciones son peligrosas y comienza entonces a emitir señales de alarma cuando prevé que va toparse con este tipo de situaciones. La huida o evitación es un gesto interpretado por esa parte no racional, y se establece el temor. Cuando esas situaciones son habituales y nos tenemos que enfrentar a ellas por cuestiones de trabajo, o del día a día, entonces el miedo que surge es incompetente, ya que limita nuestra vida y nos invita constantemente a evitar situaciones, que con el tiempo se van generalizando a otras similares. Así, la limitación puede verse ampliada en alcance por la acción de evitar o huir.
Cuando nos hacemos conscientes de los inconvenientes que estos miedos nos producen, intentamos en primer lugar poner remedio de la forma que sabemos, o sea, nos decimos a nosotros mismos con ciertas autoinstrucciones, que no debemos temer a ello, y esto hace que intentemos abordar la situación, pero que en cuanto percibimos las señales de peligro, nos vuelven a provocar la huida o evitación. En ocasiones, y sobre todo cuando no nos queda más remedio, nos terminamos enfrentando al objeto de nuestro temor, y si en los primeros intentos no salimos muy mal parados, terminamos por reducir la ansiedad y por superar el miedo. Sin embargo, si obtenemos sensaciones muy desagradables, podemos estar exponiendonos con cierta frecuencia sin llegar a superar el temor.
Entonces, si afrontamos y seguimos sintiendo miedo ¿qué está ocurriendo realmente?. Pues simplemente que entre el interior racional y el emocional no está habiendo una comunicación fluida. Para superar una fobia hay que usar el lenguaje emocional (no verbal), es decir, hay que hacer una traducción de lo que sabemos con palabras “no pasa nada por estar en un lugar con mucha gente” al idioma emocional (con gestos). Por lo tanto, no se trata solo de “cuánto” me expongo, si no también del “cómo” me expongo. Y aquí es donde entran en escena los pequeños detalles, que normalmente pasamos por alto.
Si ponemos el ejemplo del miedo a permanecer en lugares muy concurridos, y queremos superar este temor, tendremos que desplegar un repertorio de detalles gestuales. Debemos identificar los gestos de <no afrontamiento> que usamos durante la exposición, para informar a la zona emocional, la que reacciona, de la no peligrosidad del lugar.
En el ejemplo que nos ocupa, pueden ser varios los gestos no apropiados: comprobar visualmente las salidas del local, comerse las uñas, aislarse de conversaciones del grupo, mantener una rigidez muscular, chatear compulsivamente por el whatsapp, permanecer cerca de la salida, etc.También hacemos pequeñas escapadas dentro de la situación, como por ejemplo salir a fumar o a tomar el aire. Cada persona tiene un repertorio y cuando es detectado y precisado, se intentan cambiar por los opuestos en la medida de lo posible. Además se incorpora una actitud de aceptación a las sensaciones, se intenta que la persona adopte un papel de observador ante lo que nota, que no intente sentirse mejor, pero que a la vez no huya de lo que siente, y se alterna esta actitud con técnicas de concentración en lo inmediato, es decir, se trata de ESTAR y de abstraerse lo menos posible.
Cuando la persona no está dispuesta a exponerse a una situación fóbica, se plantea la exposición a situaciones menos angustiantes, con lo que al ir superando éstas, poco a poco se va disponiendo a afrontar otras de nivel superior, hasta que al cabo de un tiempo se da cuenta del avance en la superación de la fobia.

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