I. Apreciado amigo, puedo entender muy bien tu preocupación y de verdad que ser adicto a los videojuegos es algo que hace tanto daño al que lo hace como a todo los que rodean al jugador. Sin embargo, todo no está perdido. Entre las primeras cosas que puedo aconsejar es asegurarse de si tu hijo quiere ayuda, ya es adulto y debe reconocer que tiene un problema.
Trata de invitarlo a salir a caminar a un parque para que tenga una conversación tranquila donde por medio de preguntas bien pensadas puedas saber cómo se siente y qué desea hacer al respecto. Te comparto una información útil sobre lo que implican los videojuegos.
¿Tienen algo de malo los videojuegos?
“LOS videojuegos son lo máximo —dice Brian—. Puedes hacer cosas que nunca harías en la vida real sin meterte en problemas.” A Deborah también le gustan, aunque reconoce que “quitan mucho tiempo y pueden causar adicción”.
Hay quienes opinan que los videojuegos son tan solo un vistoso producto de la alta tecnología. Pero seguramente para ti sean más que eso. Además de combatir el aburrimiento y poner a prueba tus destrezas, algunos mejoran tus reflejos, e incluso te ayudan con las matemáticas y la lectura. Y si has probado el último que ha salido al mercado, también tendrás de qué conversar con tus compañeros, que probablemente no hablan de otra cosa.
Entre todos estos juegos, seguro que encuentras alguno divertido y, al mismo tiempo, apropiado para un cristiano. Eso sí, tienes que buscar con cuidado. ¿Sabes por qué?
El lado oscuro
Desgraciadamente, no todos los videojuegos son inofensivos. Muchos de ellos promueven abiertamente lo que la Biblia llama “obras de la carne”, es decir, prácticas que Dios condena (Gálatas 5:19-21).
Según Adrián, de 18 años, en uno de los juegos más populares hay “peleas de pandilleros, drogas, palabrotas, además de escenas de sexo, violencia extrema y muchísima sangre”. En otros se presenta el espiritismo como algo muy bueno. Y cada nuevo juego es más crudo y violento que el anterior. Muchos pueden jugarse en línea a través de Internet, lo que le da a este tipo de entretenimiento una dimensión totalmente nueva. “Desde tu propia computadora puedes competir con personas del otro lado del mundo”, señala James, de 19 años.
Los juegos de rol en línea también están muy de moda. En estos, cada jugador crea un personaje (o avatar), que puede ser un ser humano, un animal o una combinación de ambos. Miles de avatares viven en un mundo virtual donde hay todo lo que uno pudiera encontrar en la vida real: casas, automóviles, tiendas, discotecas... y hasta burdeles. Además, los jugadores pueden enviarse mensajes instantáneos mientras sus personajes interactúan.
En estos mundos virtuales hay mafiosos, prostitutas, extorsionistas, falsificadores, asesinos y otros personajes sin escrúpulos. Los jugadores hacen cosas que nunca harían en la vida real. Con tan solo unos clics, un jugador puede ordenarle a su personaje que tenga relaciones sexuales, a la vez que intercambia mensajes eróticos con el otro jugador. Algunos incluso hacen que sus avatares realicen actos sexuales con otros avatares con aspecto de niño. No es de extrañar que haya quienes pongan el grito en el cielo al ver cómo hay gente capaz de convertir ese tipo de perversiones en un simple juego.
¿Qué puedo hacer si mi hijo vive pegado al celular, la computadora o el MP3?
¿Pasa su hijo mucho tiempo conectado a Internet? ¿Envía y recibe demasiados mensajes de texto? ¿Le parece que le tiene más cariño al MP3 que a usted? ¿Qué puede hacer?
Una opción sería quitárselos. Pero no piense que todos los aparatos electrónicos de hoy son cosa del Diablo. Lo más probable es que usted mismo use algunos que no existían en tiempos de sus padres. Así que, en vez de sencillamente confiscarle a su hijo los suyos —a no ser que haya una buena razón para hacerlo—, enséñele a emplearlos con sensatez y moderación. ¿Cómo?
En primer lugar, explíquele con calma qué es lo que le preocupa. Luego escuche bien lo que tenga que decir (Proverbios 18:13). Y finalmente, traten de hallar juntos alguna solución práctica. No tema fijarle límites, pero sea razonable. “Cuando tuve un problema con los mensajes de texto —cuenta Ellen—, mis padres no me quitaron el teléfono; lo que hicieron fue ponerme normas. Así me enseñaron a controlarme y a no mandar tantos mensajes; ya no hace falta que ellos estén pendientes.”
¿Y si su hijo se pone a la defensiva? No piense que sus palabras han caído en saco roto. Sea paciente y dele tiempo para pensar. Es muy probable que en el fondo sepa que tiene que cambiar. A muchos adolescentes les pasa lo mismo que a Sandra, quien confiesa: “Me ofendí cuando mis padres me dijeron que me había hecho adicta a la computadora. Pero luego, después de pensarlo un poco, me di cuenta de que tenían razón”.
Espero te ayude lo que he compartico y si necesitas más puedes escribirme a mi correo [email protected] ten mucha paciencia para que mantengas la paz con tu hijo y el resto de la familia.