Ayuda en relación de pareja con una chica con problemas de identidad sexual y falta de amor
Hola adagia!
Lamento la carta extensa que va a resultar de este experimento pero necesito narrar mis experiencias, que creo que van a copar un buen tocho de papel. Te escribo porque llevo ya mucho tiempo confundida y necesito expresar las cosas que me pasan por la cabeza. Quizá objetivándolas deje de sentirme así de desorientada... No sé. Sólo trato de poner un poco de orden en mi cabeza porque se me está haciendo realmente difícil saber qué es lo quiero.
Llevo dos años saliendo con una chica. Tengo 27 años pero esta ha sido mi primera relación de pareja seria pero al mismo tiempo ha sido mi primer escarceo y mi primera relación sexual. Nunca antes había estado con nadie, ni hombres, ni mujeres. Nadie nunca me había interesado y nunca antes había tenido relaciones sexuales.
La cuestión es que las cosas no van bien. No es que tengamos problemas. De hecho, ocurre todo lo contrario. Nuestra cotidianeidad es maravillosa; llena de pequeños detalles, de cuidados y atenciones constantes y nuestra conexión afectiva es tan fuerte que a veces siento que ya soy incapaz de imaginarme la vida sin Maite. Prácticamente desde que comenzamos a salir hemos compartido piso y la convivencia ha sido buena. En realidad, ha sido excelente. Nos entendemos perfectamente, nos compenetramos y nos apoyamos la una en la otra de forma incondicional y el respeto de las dos hacia la otra es tan inmenso que nuestro diálogo y necesidad de entendimiento se ha convertido en uno de los pilares que fundamenta nuestra relación.
Pero para mí se mezclan muchas cosas. El inicio de nuestra relación coincide con muchos factores, especialmente míos, a nivel personal y emocional. Al tiempo que comienzo a salir con ella -tras una etapa de profunda depresión-, estoy viviendo una etapa de transición muy determinante en mi vida, superando dos muertes muy dolorosas, cambiando muchas pautas de comportamiento y de cosmovisión que me hacían mucho daño. Me emancipo, me libero, acepto mi doble condición sexual y comienzo a vivir conforme a ella... Y tengo mi primera relación sexual y sentimental. No es que Maite en aquel tiempo fuera un apoyo indispensable para salir del hoyo pero confieso que mi convivencia con ella ha hecho que me plantee la vida de forma muy diferente y, al final, ella se haya convertido en mucha parte de lo que hoy soy.
Yo a Maite le quiero mucho. Muchísimo. De hecho, como te apunto arriba, la necesito en mi día a día. Siento que no puedo afrontar la vida sin ella, que la necesito para enfrentarla pero en absoluto es éste un sentimiento de dependencia. Más bien al contrario y de ahí vienen mis preocupaciones. Aunque en sentido afectivo y emocional la vida con ella sea maravillosa yo me siento ahogada en muchas ocasiones. Ahogada y reprimida y con una sensación muy apremiante de necesitar se más libre e independiente. Me siento atada, reprimiendo partes de mi carácter que hasta que la conocí eran fundamentales para mi desarrollo vital -como mi intelectualidad y mi carácter algo artista-. Aunque la rutina y la vida doméstica funciona maravillosamente hay algo que me pesa y que no acaba de dejarme ser feliz o, mejor dicho, que haga que sienta que esto que tengo me basta para hacer mi vida plena. He intentado hacerlo siendo su pareja, estando convencida de que un desarrollo personal en esa dirección no estaba reñido con mi tiempo con ella. Pero creo que compartimos demasiadas pocas cosas como para conseguir que eso funcione, especialmente cuando vivimos juntas y cuando las dos tenemos un carácter extremadamente protector (y demandante) la una hacia la otra.
Maite es administrativo y trabaja en una empresa de energía en la que creo que le espera un futuro próspero. Yo estoy haciendo un doctorado, ya en mi último año. Las expectativas de promoción, en mi caso, pasan por estar muy dispuesta a dejarme llevar por las circunstancias laborales y aprovechar la itinerancia que me ofrece una carrera profesional como la de la investigación universitaria. Vistas las cosas desde esa perspectiva, Maite no encaja demasiado bien en mi proyecto de vida. Y tampoco yo en el suyo. Su ideal de estabilidad y de vida próspera es un hogar confortable con una marido -sí, marido- y unos niños adorables, idea que a mí me aterra. Yo estoy pensando en congresos, viajes, escritos, artículos para publicar, una pareja también llena de inquietudes a quien sólo vea una vez al mes. Siempre ha sido mi ideal de relación sentimental.
Sus expectativas de vida y las mías, por tanto, están reñidas. En mi caso, no creo que sea mi momento para tener una vida doméstica y estable. Si algún día la quisiera, Maite sería mi persona SIN DUDA pero en este momento, creo que estamos en etapas muy distintas de nuestras vidas y no buscamos en absoluto lo mismo. Cuando comenzamos la relación yo esto ya lo sabía, supongo que lo sabíamos las dos, pero nos dejamos llevar, era demasiado bello lo que estábamos viviendo. Ella siente que ya ha volado suficiente y tiene ganas de encontrar a alguien con quien reposar su vuelo y yo, sin embargo, a mis 27 años, no he echado todavía a volar. Maite ha vivido muchos años fuera de aquí (su ciudad natal), en un Madrid, una vida bohemia e independiente. Ahora vuelve aquí, cuando yo tenía planes de irme a vivir esa vida bohemia e independiente que no he vivido más que en breves amagos (y que siento que he de vivir), para, como apunto arriba, buscar la estabilidad que le ha dado un trabajo nuevo con promesas de promoción y volver a disfrutar de su familia, que la tenía dejada un poco de lado debido a la distancia.
Con Maite no comparto aficiones; no le gustan los conciertos, no le gusta el cine y si le gusta no es de autor y no podemos verlo subtitulado NUNCA (cuestión que es una de mis pasiones), enciende la tele en el momento en el que cruza el umbral de casa -cuestión que me pone de los nervios porque odio la sensación de la tele encendida, especialmente cuando yo estoy con la música en un espacio relajado y el botón sobre el mando rompe ese instante de paz y de quietud conmigo misma y con lo que me rodea-; no lee, cuando mi vida son los libros y cuando en mi imaginario simbólico una de las situaciones más estrechas con mi pareja sería la de leer en compañía -de hecho, esa escena en la que Julia Roberts y Hugh Grant leen juntos a la sombra de un árbol ha sido siempre mi metáfora del amor verdadero-.. Cuando voy a mi pueblo -ése en el que he nacido, al que está firmemente arraigada mi familia y que apenas cuenta con 600 habitantes- y no puedo ir con ella, porque nos pesa demasiado la sociedad y el que dirán y no estamos dispuestas a ser el blanco de todas las miradas, y veo a mis amigos con sus parejas heterosexuales compartiendo ese tiempo en el pueblo que para mí es un tesoro sin igual, me siento triste. Me encantaría poder ir con alguien con quien compartir esos momentos que para mí son tan valiosos, con alguien sin sentirme cohibida, poder llevarla a mi casa, disfrutar de todo juntos sin cortapisas o no compartirlo tal vez, pero no hacerlo porque decidimos no hacerlo, no porque las circunstancias nos pesan demasiado. Y a ella, a otros niveles le ocurre lo mismo.
Hasta ahora todo...
Lamento la carta extensa que va a resultar de este experimento pero necesito narrar mis experiencias, que creo que van a copar un buen tocho de papel. Te escribo porque llevo ya mucho tiempo confundida y necesito expresar las cosas que me pasan por la cabeza. Quizá objetivándolas deje de sentirme así de desorientada... No sé. Sólo trato de poner un poco de orden en mi cabeza porque se me está haciendo realmente difícil saber qué es lo quiero.
Llevo dos años saliendo con una chica. Tengo 27 años pero esta ha sido mi primera relación de pareja seria pero al mismo tiempo ha sido mi primer escarceo y mi primera relación sexual. Nunca antes había estado con nadie, ni hombres, ni mujeres. Nadie nunca me había interesado y nunca antes había tenido relaciones sexuales.
La cuestión es que las cosas no van bien. No es que tengamos problemas. De hecho, ocurre todo lo contrario. Nuestra cotidianeidad es maravillosa; llena de pequeños detalles, de cuidados y atenciones constantes y nuestra conexión afectiva es tan fuerte que a veces siento que ya soy incapaz de imaginarme la vida sin Maite. Prácticamente desde que comenzamos a salir hemos compartido piso y la convivencia ha sido buena. En realidad, ha sido excelente. Nos entendemos perfectamente, nos compenetramos y nos apoyamos la una en la otra de forma incondicional y el respeto de las dos hacia la otra es tan inmenso que nuestro diálogo y necesidad de entendimiento se ha convertido en uno de los pilares que fundamenta nuestra relación.
Pero para mí se mezclan muchas cosas. El inicio de nuestra relación coincide con muchos factores, especialmente míos, a nivel personal y emocional. Al tiempo que comienzo a salir con ella -tras una etapa de profunda depresión-, estoy viviendo una etapa de transición muy determinante en mi vida, superando dos muertes muy dolorosas, cambiando muchas pautas de comportamiento y de cosmovisión que me hacían mucho daño. Me emancipo, me libero, acepto mi doble condición sexual y comienzo a vivir conforme a ella... Y tengo mi primera relación sexual y sentimental. No es que Maite en aquel tiempo fuera un apoyo indispensable para salir del hoyo pero confieso que mi convivencia con ella ha hecho que me plantee la vida de forma muy diferente y, al final, ella se haya convertido en mucha parte de lo que hoy soy.
Yo a Maite le quiero mucho. Muchísimo. De hecho, como te apunto arriba, la necesito en mi día a día. Siento que no puedo afrontar la vida sin ella, que la necesito para enfrentarla pero en absoluto es éste un sentimiento de dependencia. Más bien al contrario y de ahí vienen mis preocupaciones. Aunque en sentido afectivo y emocional la vida con ella sea maravillosa yo me siento ahogada en muchas ocasiones. Ahogada y reprimida y con una sensación muy apremiante de necesitar se más libre e independiente. Me siento atada, reprimiendo partes de mi carácter que hasta que la conocí eran fundamentales para mi desarrollo vital -como mi intelectualidad y mi carácter algo artista-. Aunque la rutina y la vida doméstica funciona maravillosamente hay algo que me pesa y que no acaba de dejarme ser feliz o, mejor dicho, que haga que sienta que esto que tengo me basta para hacer mi vida plena. He intentado hacerlo siendo su pareja, estando convencida de que un desarrollo personal en esa dirección no estaba reñido con mi tiempo con ella. Pero creo que compartimos demasiadas pocas cosas como para conseguir que eso funcione, especialmente cuando vivimos juntas y cuando las dos tenemos un carácter extremadamente protector (y demandante) la una hacia la otra.
Maite es administrativo y trabaja en una empresa de energía en la que creo que le espera un futuro próspero. Yo estoy haciendo un doctorado, ya en mi último año. Las expectativas de promoción, en mi caso, pasan por estar muy dispuesta a dejarme llevar por las circunstancias laborales y aprovechar la itinerancia que me ofrece una carrera profesional como la de la investigación universitaria. Vistas las cosas desde esa perspectiva, Maite no encaja demasiado bien en mi proyecto de vida. Y tampoco yo en el suyo. Su ideal de estabilidad y de vida próspera es un hogar confortable con una marido -sí, marido- y unos niños adorables, idea que a mí me aterra. Yo estoy pensando en congresos, viajes, escritos, artículos para publicar, una pareja también llena de inquietudes a quien sólo vea una vez al mes. Siempre ha sido mi ideal de relación sentimental.
Sus expectativas de vida y las mías, por tanto, están reñidas. En mi caso, no creo que sea mi momento para tener una vida doméstica y estable. Si algún día la quisiera, Maite sería mi persona SIN DUDA pero en este momento, creo que estamos en etapas muy distintas de nuestras vidas y no buscamos en absoluto lo mismo. Cuando comenzamos la relación yo esto ya lo sabía, supongo que lo sabíamos las dos, pero nos dejamos llevar, era demasiado bello lo que estábamos viviendo. Ella siente que ya ha volado suficiente y tiene ganas de encontrar a alguien con quien reposar su vuelo y yo, sin embargo, a mis 27 años, no he echado todavía a volar. Maite ha vivido muchos años fuera de aquí (su ciudad natal), en un Madrid, una vida bohemia e independiente. Ahora vuelve aquí, cuando yo tenía planes de irme a vivir esa vida bohemia e independiente que no he vivido más que en breves amagos (y que siento que he de vivir), para, como apunto arriba, buscar la estabilidad que le ha dado un trabajo nuevo con promesas de promoción y volver a disfrutar de su familia, que la tenía dejada un poco de lado debido a la distancia.
Con Maite no comparto aficiones; no le gustan los conciertos, no le gusta el cine y si le gusta no es de autor y no podemos verlo subtitulado NUNCA (cuestión que es una de mis pasiones), enciende la tele en el momento en el que cruza el umbral de casa -cuestión que me pone de los nervios porque odio la sensación de la tele encendida, especialmente cuando yo estoy con la música en un espacio relajado y el botón sobre el mando rompe ese instante de paz y de quietud conmigo misma y con lo que me rodea-; no lee, cuando mi vida son los libros y cuando en mi imaginario simbólico una de las situaciones más estrechas con mi pareja sería la de leer en compañía -de hecho, esa escena en la que Julia Roberts y Hugh Grant leen juntos a la sombra de un árbol ha sido siempre mi metáfora del amor verdadero-.. Cuando voy a mi pueblo -ése en el que he nacido, al que está firmemente arraigada mi familia y que apenas cuenta con 600 habitantes- y no puedo ir con ella, porque nos pesa demasiado la sociedad y el que dirán y no estamos dispuestas a ser el blanco de todas las miradas, y veo a mis amigos con sus parejas heterosexuales compartiendo ese tiempo en el pueblo que para mí es un tesoro sin igual, me siento triste. Me encantaría poder ir con alguien con quien compartir esos momentos que para mí son tan valiosos, con alguien sin sentirme cohibida, poder llevarla a mi casa, disfrutar de todo juntos sin cortapisas o no compartirlo tal vez, pero no hacerlo porque decidimos no hacerlo, no porque las circunstancias nos pesan demasiado. Y a ella, a otros niveles le ocurre lo mismo.
Hasta ahora todo...
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