Depresión y ansiedad asociados a estados de agorafobia y estados de pánico
Buenas noches.
Mi problema es el siguiente:LLevo alrededor de 10 años padeciendo depresión en diferentes niveles y ansiedad todo esto asociado a estados de agorafobia y estados de pánico.
Más o menos lo llevo como puedo, unas veces bien, otras mal, tomando Alprazolam y Seroxat, pero después de mucho tiempo veo que esto no avanza.
He dejado muy de lado muchas de las aficiones a las cual era asiduo, y todo eso por que sacarme de la rutina en la que he caído me resulta imposible, produciéndome en la mayoría de los casos los antes mencionados casos de agorafobia y pánico.
Ir al dentista no puedo, a cursillos, a sitios donde hay mucha gente, alejarme de mi casa etc, etc.
Lo peor de todo es que en estos próximos días tengo una comunión muy allegada y me he quedado totalmente bloqueado, solo pensar que tengo que desplazarme 80km y asistir a la iglesia y banquete me pone muy mal, ya no digo el tema de coger el coche.
Agradecería cualquier consejo por pequeño que sea o si hay algún tipo de medicamento para hacer como a M.A(Equipo A)cuando tenían que subirlo a un helicóptero, ja ja.
Gracias.
Mi problema es el siguiente:LLevo alrededor de 10 años padeciendo depresión en diferentes niveles y ansiedad todo esto asociado a estados de agorafobia y estados de pánico.
Más o menos lo llevo como puedo, unas veces bien, otras mal, tomando Alprazolam y Seroxat, pero después de mucho tiempo veo que esto no avanza.
He dejado muy de lado muchas de las aficiones a las cual era asiduo, y todo eso por que sacarme de la rutina en la que he caído me resulta imposible, produciéndome en la mayoría de los casos los antes mencionados casos de agorafobia y pánico.
Ir al dentista no puedo, a cursillos, a sitios donde hay mucha gente, alejarme de mi casa etc, etc.
Lo peor de todo es que en estos próximos días tengo una comunión muy allegada y me he quedado totalmente bloqueado, solo pensar que tengo que desplazarme 80km y asistir a la iglesia y banquete me pone muy mal, ya no digo el tema de coger el coche.
Agradecería cualquier consejo por pequeño que sea o si hay algún tipo de medicamento para hacer como a M.A(Equipo A)cuando tenían que subirlo a un helicóptero, ja ja.
Gracias.
1 Respuesta
Respuesta de Manuel Miguel Hernández Pujadas
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Manuel Miguel Hernández Pujadas, Espiritualidad, Relaciones Humanas, Dirección de Empresas,...
Si tienes una depresión, lo mejor es tener un plan de vida que ilusione y tener confianza en uno mismo, haciendo vida saludable, deporte etc. y descansando 8 horas de sueño al día por lo menos.
Bueno si deseas volver a disfrutar de las cosas: HAZLO. No depende más que de ti. Si tú sabes que son las cosas que te hacen disfrutar y cómo hacerlo: HAZLO. Eso sí, no quieras arreglar tu vida toda de una vez. Ponte pequeñas metas de mejora personal
No va a venir ningún "Superman" a salvarnos. Nosotros somos "Superman". Ayúdate a ti mismo. Respétate, trátate bien. No te eches en cara que querrías ser como fulanita o menganita, o como eras antes, a los que todo les va bien. NO. Cada uno tiene sus problemas y sus dificultades. No hay nadie en el mundo libre de preocupaciones, malestares, fallos, enfermedades, etc.
También intenta ayudar a los demás y te acabarás ayudando a ti mismo. Observa las personas que aparecen en tu vida. Piensa que quizá se sienten peor de lo que te sientes tú ahora. Intenta ayudarlas. Si consigues ayudar de verdad a otra persona, te habrás ayudado mucho a ti mismo.
Tener depresión puede ser un poco grave, medio grave o grave del todo. Depende de la intensidad de la misma y de otros factores. Por desgracia en nuestro mundo, en que todo lo queremos hacer a contra reloj y con prisa, el número de depresiones es altísimo, pero por suerte la naturaleza humana es muy fuerte. También influye, como en tu caso el tener un modelo de comportamiento para sí mismo y para los demás y desesperarnos porque los demás y nosotros mismos no cumplimos con el modelo que nos hemos impuesto.
No tomes productos químicos ni farmacéuticos, no te ayudaran a curar la causa de la depresión, que es interna de tu forma de pensar y de afrontar la vida. Los medicamentos sólo pueden aliviar los síntomas, aletargando, haciendo dormir, etc., pero no curan.
Hazte un plan de vida, un horario, y cúmplelo, por ejemplo:
7. 00 Levantarse y aseo
7. 45 Lectura, meditación o paseo
8. 15 Desayuno
9 a 13 trabajo
13 a 14 almuerzo
14 a 18 trabajo
18 a 20 tiempo libre
20 a 21 cena
21 a 22 Formación, lectura
22 a 23 aseo.
23 Descanso.
No quieras hacer muchas cosas a la vez para arreglar tu vida. Ves haciendo las que puedas, pero cuando cojas una cosa entre manos intenta hacerla perfectamente, como si fuera la única cosa que pudieras hacer en tu vida. Sé útil a los demás no te encierres en ti mismo, ayuda a la gente que te rodea en tu familia, en tu trabajo en tus ratos con amigos. Hazles la vida sencilla, que no se tengan que preocupar por ti. Que después de estar contigo "noten" que han recibido energía, que se sienten mejor. Esa tendría que ser la motivación principal de tu vida, lo demás es relativo y menos importante.
Procura también alimentarte correctamente, tomar alimentos sanos y que sabes que te convienen, cuida a tu cuerpo y a tu persona. Respeta las necesidades del sueño. No tomes drogas, ni fumes ni alcohol ni nada de eso. Procura aprender a respirar bien, capta la energía de lo que te rodea, deja que te lleguen los rayos del sol, las partículas de aire que te dan la vida que necesitas para respirar. Haz buenas obras de las que tú sabes que puedes hacer. Si algo sale mal, ten paciencia contigo mismo, no te martirices, amate a ti mismo.
Es un éxito que hayas detectado el problema. El primer paso del triunfo pasa por aceptarte a ti misma. Si no tienes un plan para tu vida, si vives como una hoja de árbol caída en medio del viento, que va sin rumbo por la vida, haciendo, diciendo y pensando según las modas que le dictan los mass media, realmente no has desarrollado tu potencial como persona. Has de meditar que eres un ser libre, único, irrepetible en el universo, que sólo tienes por encima de ti a Dios.
Libre quiere decir que eres capaz de buscar la verdad, aceptarla y actuar en consecuencia. No es libertad la idea de que cada uno puede hacer lo que quiera, y que todos tengan derecho a hacer lo que les dé la gana. Eso va contra la razón. Si todos las posibilidades son igualmente buenas o valiosas, es que el concepto bueno o valioso no tiene sentido porque algo no puede ser a la vez valioso en comparación con otras opciones y a la vez valer lo mismo que las otras opciones.
Te falta beber más en las fuentes de la verdad. La verdad no esta en lo moderno ni en lo antiguo. Son ignorantes los que dicen que lo progre y lo moderno o lo del siglo XXI es lo que vale y lo antiguo es carca, superado, etc. Si eres lista, no te dejes engañar. Busca la verdad, búscala toda tu vida. En cada acontecimiento que te ocurra en la vida busca el sentido, busca la justicia, busca la belleza, busca el amor. Medita. Piensa. Sé valiente. Analiza la mierda de mensajes que emite nuestra sociedad enferma, asesina, cruel, mentirosa, desamorada, egoísta, etc.
Tú eres libre, elige. Vive como una persona o como un ser que renuncia a su dignidad que le corresponde. Puedes visitar www.interrogantes.net y encontrarás cosas que te harán mucho bien.
Te transcribo parte de lo que trae sobre Carácter y mejora personal.
Un cordial saludo con mis mejores deseos para tu felicidad.
El carácter y la mejora personal
La puerta del cambio
Un nuevo modo de ver las cosas
Saber usar los propios recursos
Dos modos de plantear las cosas
El atractivo de la virtud y del bien
El riesgo de la lentitud
La fuerza de la educación
La puerta del cambio
Aquel chico tenía catorce años y se puede decir que era un auténtico desastre. Tenía un carácter muy difícil y una apatía impresionante. Apenas atendía en clase, y luego en su casa estudiaba menos aún. Parecía no tener ilusión por nada, suspendía habitualmente un montón de asignaturas, y sus padres estaban desesperados.
Recuerdo que sus profesores comentábamos con preocupación el caso, sin duda el más problemático del curso: apenas escuchaba los consejos que se le daban, nadie sabía bien qué hacer con él. Todo parecía indicar que aquel chico estaba destinado al más negro de los futuros.
El caso es que acabó el curso, y las vueltas de la vida hicieron que durante mucho tiempo apenas volviéramos a tener noticias el uno del otro, hasta que siete años después coincidimos una lluviosa tarde de septiembre en una cafetería.
Me alegró verle sonriente, con sus flamantes veintiún años recién cumplidos y sus casi dos palmos más de altura. Fue una coincidencia casual y, como procuro hacer siempre con quienes fueron mis alumnos en aquellos años que dediqué a la enseñanza, quedamos después para charlar un rato. Cuando nos sentamos, le pregunté cómo iba su vida.
Mi primera sorpresa fue que estaba en cuarto curso de una carrera bastante difícil. Además, no sólo no había perdido ningún año, sino que llevaba esos estudios con unos resultados brillantes. Mientras me lo contaba, venían a mi memoria aquellas reuniones de profesores, cuando analizábamos la marcha del curso, donde varias veces se llegó a decir -quizá alguna vez yo mismo- que aquel chico, salvo un milagro, no llegaría a terminar el bachillerato.
El caso es que el milagro se había producido. Su vida había cambiado. No es que hubiera cambiado un poco, podía decirse que había cambiado por completo y en casi todo. Es como si fuera otra persona. Como si de aquellos viejos tiempos conservara poco más que su nombre y sus apellidos.
Yo estaba intrigado por el cambio. «Oye -le dije-, tienes que explicarme qué ha pasado contigo para que hayas cambiado de esa manera. Me tienes asombrado.»
La pregunta le sorprendió un poco. Calló por unos instantes, como queriendo ordenar sus ideas, se puso un poco más serio, y finalmente empezó su relato, despacio pero con soltura:
«Mira. Fue un día concreto. A lo mejor te parece un poco raro, y quizá lo sea, pero fue un día concreto, un día por la mañana. Llevaba unas semanas fatal. Mejor dicho, unos años. Llevaba años oyendo siempre lo mismo. De mis padres, de mis profesores, de todos. Siempre lo mismo. Que yo era un desastre, que estaba hipotecando mi vida, que iba a ser un desgraciado si seguía por ese camino, que me estaba buscando la ruina, que nunca sería un hombre de provecho, y todo eso que dicen las personas mayores.»
Le interrumpí un instante, con un poco de curiosidad, para preguntarle qué pensaba él entonces, cuando escuchaba esas cosas.
«Bueno, no sé cómo decirte, todo aquello me entraba por un oído y me salía inmediatamente por el otro. Me parecía que era el rollo de siempre, y estaba cansado de escuchar todos los días los mismos consejos.
»No es que no entendiera las razones que me daban, es que ni siquiera les prestaba atención. Me habían dicho ya mil veces lo mismo, y cuando veía que me venían con ésas, desconectaba y ya está. Tenía como echada una barrera mental sobre todas esas cosas, prefería no pensar, y todos esos sabios consejos me resbalaban por completo.
»Bueno, lo que te decía, fue un día concreto, me acuerdo perfectamente. Estaba en plena época de exámenes, y esos días no teníamos clase, para poder estudiar. Pero estudiar no me apetecía absolutamente nada. Estaba con la angustia de los exámenes, y al tiempo con la angustia de que no había dado ni golpe y me iban a suspender otra vez.
»Tenía un sueño tremendo, y estaba tentado de volverme sin más de nuevo a dormir, pero llevaba mal el curso, como siempre. Si me volvía a la cama, iba a ser muy difícil que aprobara, y las cosas se iban a poner más feas que de costumbre.
»Me había despertado temprano, y desde ese momento no había parado de darle vueltas en la cabeza a una idea: Oye, tío..., ¿qué es esto? ¿Voy a estar toda la vida así? ¿Cincuenta o sesenta años más así? Esto no funciona. Algo tiene que cambiar. No puedo seguir así el resto de mis días.
»Debí tener un momento de especial lucidez, supongo, porque vi como algo angustioso continuar el resto de mi vida con el mismo plan que llevaba hasta entonces. Y me aventuré a pensar en cosas serias, en cosas que hasta entonces casi nunca me había planteado.
»No encontraba ilusión en casi nada. Me veía dominado por la pereza de una forma terrible. Es algo bastante angustioso, de verdad. No sabía a qué podía conducirme todo aquello. Era como estar deslizándose por una pendiente oscura, cada vez más rápido y con más descontrol, y te das cuenta de que no sabes dónde puedes acabar.
»Pensaba en el fracaso de mi vida, en todo eso que me había dicho tantas veces tanta gente. Pero aquella vez fue distinto. No me dijo nada nadie. Aquella vez me lo dije todo yo a mí mismo. Y cambié. Eso es todo.
Levantó la mirada, como dudando si hacer o no una glosa personal de todo aquello, y finalmente concluyó:
»Desde entonces, tengo una idea bien clara: los buenos consejos te dan oportunidades de mejorar, pero nada más. Si no los asumes, si no te los propones seriamente, como cosa tuya, no sirven de nada, por muy buenos que sean; es más, para lo único que sirven entonces es para que cada vez los valores menos, para que se produzca una especie de inflación de los consejos que recibes.
»Oír una cosa es muy distinto de hacerla propia. Y para mejorar realmente, la única manera es ser capaz de decirse a uno mismo las cosas, ser capaz de cantarte las cuarenta a ti mismo.»
Mientras le escuchaba, me acordaba de otros casos en cierto modo parecidos. Pensé en esos chicos y chicas jóvenes que a veces vemos ir como arrastrándose por la vida, y les hablamos de tantas cosas que deberían hacer, de tantas cosas que habrían de cumplir, y nos desespera ver su apatía y su indolencia, y sin embargo quizá no hemos advertido la raíz de su verdadero problema, que es algo mucho más de fondo: aún no se han decidido a tomar realmente las riendas de su vida.
Las causas de esa actitud pueden ser muy diversas: quizá han recibido una educación muy pasiva, o hiperprotectora, que no les ha ayudado a madurar; o tienen una fuerte tendencia a alejarse de la realidad, consecuencia de una vida muy cómoda, o demasiado sentimental; o no han aprendido a alzar un poco la mirada y aspirar a valores e ideales más altos; o, por los motivos que sean, apenas sienten responsabilidad sobre sí mismos, y olvidan, en la práctica, que son fundamentalmente ellos quienes se están jugando -y no es poco- su acierto en el vivir.
Aquel antiguo alumno mío había espabilado gracias a una sana inquietud por su futuro. Me recordó algo que había leído tiempo antes a Zubiri, que aseguraba con gran fuerza que la pregunta ¿Qué va a ser de mí? Resulta siempre decisiva en la vida ética de cualquier persona.
Me parecía muy interesante su relato, pero le interrumpí de nuevo un momento. Quería preguntarle si le había costado mucho cambiar después de aquella decisión de esa mañana tan provechosa.
«¿Qué si me costó? Una barbaridad. Me costó muchísimo, como es natural. Pero lo había visto bien claro, y eso es lo importante. Ya estaba harto de seguir deslizándome por la cuesta abajo de la vida, y además, como estaba ya muy abajo, no podía perder ni un minuto más. Así que acabé por cambiar. Y me costó muchísimo, pero aquello fue como entrar en una nueva dimensión de la vida.
»Parece mentira, pero es tremendo lo que se puede sufrir cuando uno opta por la vida fácil. Cuando estás en ella, lo otro te parece insufrible, pero en realidad es al revés. Ahora veo con claridad meridiana que aquella vida era un infierno. Lo que pasa es que entonces no conocía otra, y no encontraba sentido a esforzarme más. Tengo la impresión de que para encontrar sentido a las cosas, antes hay que luchar un poco por ellas. Pero, desde luego, lo peor es dejarse llevar, porque vas como dando bandazos, pegándote golpes con todo, como cuando pierdes el equilibrio y no sabes bien dónde puedes acabar estrellándote.»
Aquella narración, tan sincera y tan cargada de realidad, me hizo pensar bastante en el fenómeno del cambio. Pensaba en que hay decisiones que son fundamentales en la vida, y no siempre están unidas a acontecimientos externos señalados, sino que son fruto simplemente de la lucidez de un pensamiento, y a veces tiene día y hora concretos.
Salvando las distancias, me recordó aquella otra reflexión de Víctor Frankl en el minúsculo calabozo del lager nazi: en nuestra vida podemos realmente elevarnos bastante por encima de esos condicionamientos en que estamos inmersos y que a veces parecen marcarnos un destino inexorable.
Cada persona custodia en su intimidad una puerta del cambio, una puerta que sólo puede abrirse desde dentro. Cambiar es algo asequible a todos. Lo decisivo es tratarlo seriamente con uno mismo. El consejo viene de Epíteto: nadie tiene tanto poder para persuadirte a ti como el que tienes tú mismo.
Un nuevo modo de ver las cosas
Hasta que se llegó a conocer con suficiente profundidad la acción patógena de los microbios, allá por la segunda mitad del siglo XIX, había entre los investigadores médicos una enorme preocupación ante el serio problema planteado por las frecuentes infecciones hospitalarias.
Las complicaciones sépticas tras cualquier tipo de intervención quirúrgica eran casi inevitables y de consecuencias muy graves. También era habitual que tras pequeñas heridas se produjeran importantes supuraciones o septicemias, y un elevado porcentaje de mujeres morían como consecuencia de infecciones originadas por la asistencia al parto. Pero nadie entendía bien por qué sucedía todo aquello.
Tras sus importantes descubrimientos bacteriológicos en el campo de la fermentación, Louis Pasteur anuncia en 1859 su idea de que los procesos infecciosos son consecuencia de la acción de un germen. Pero, ¿de dónde vienen esos microorganismos? Hasta entonces, quienes se habían planteado en esa posibilidad pensaban que surgían por generación espontánea. Sin embargo, Pasteur va hallando microbios específicos de diferentes enfermedades, y observa que son seres vivos que van pasando de un cuerpo a otro.
Poco después, el cirujano inglés Jospeh Lister descubre que aplicando enérgicas medidas antisépticas se frenan drásticamente las infecciones: por ejemplo, en el caso de las fracturas abiertas, logra reducir la mortalidad desde el 50% a cifras inferiores al 15%, gracias al empleo de fenoles como producto antiséptico.
Más adelante, Pasteur descubre que esos gérmenes causantes de la enfermedad pueden ser aislados y cultivados, y que si se amortiguan y se inoculan en pequeñas dosis en cuerpos sanos -a ese hallazgo se le puso el nombre de vacuna-, tienen un efecto inmunizador.
En cuanto se desarrolló la teoría microbiana, se implantó un nuevo modo de entender la atención hospitalaria, y en general de toda la medicina. Comprender mejor lo que sucedía hizo posible un avance extraordinario. Un pequeño cambio de enfoque hizo ver las cosas muy distintas y generó poderosas transformaciones.
De manera análoga, muchas personas experimentan un notable cambio en su pensamiento en determinados momentos de su vida. Descubren una nueva faceta de la realidad, y esto provoca un cambio en las claves con las que estaban interpretando esa realidad: un descubrimiento nos hace sustituir viejas claves por otras más acertadas.
Sucede, por ejemplo, cuando una persona sufre un accidente grave, o afronta una crisis que amenaza cambiar seriamente su vida, o pasa por la prueba de la enfermedad y del dolor, y de pronto ve sus prioridades bajo una luz diferente. O cuando comienza a ejercer determinadas responsabilidades, o asume un nuevo papel en su vida, como el de esposo o esposa, padre o madre, y entonces se produce un cambio de su modo de ver las cosas.
Si en nuestra vida queremos realizar pequeños cambios, puede que nos baste con esforzarnos un poco más en mejorar nuestra conducta y luchar contra nuestros defectos, pero si aspiramos a un cambio importante, es preciso cambiar nuestro modo de ver las cosas.
Un ejemplo. Piensa por un momento -recomienda Stephen Covey- en tus bodas de plata, o en tus bodas de oro. Piensa en la despedida en tu trabajo cuando llegue tu jubilación. Visualízalo con riqueza de detalles. Piensa en los sentimientos y emociones que te embargarán en ese momento. ¿Cuál será tu balance de todos esos años de matrimonio o de trabajo? ¿Cuál quieres ahora que sea el balance que hagas entonces?
Otro ejemplo. Piensa en que te enteras ahora mismo de que te quedan sólo tres meses de vida. Visualiza mentalmente qué harías. Es probable que, de pronto, todo aparezca con una perspectiva diferente. Es probable que afloren a la superficie ciertos valores que quizá antes apenas habías tenido en cuenta.
Quizá veas entonces de modo distinto la relación con tus padres o con tus hijos, o plantees de modo distinto el matrimonio, o la relación con tus compañeros de trabajo. Quizá te parezcan fútiles cosas que hace un momento considerabas muy importantes.
Está claro que la vida no puede plantearse cada día como si te quedaran tres meses de vida, por supuesto. Pero ese ejercicio mental nos puede ayudar a pensar en cosas en las que habitualmente no pensamos, a reflexionar sobre los principios que rigen nuestra vida, a identificar mejor lo que realmente importa.
La vida nos va cargando día a día de rutinas, de adherencias que van entorpeciendo nuestra marcha. A veces hay que pararse y ver qué es lo que queremos, no dar por bueno sin más nuestro status quo, no seguir sumisamente la inercia de todo lo que hemos hecho hasta entonces, repensar las cosas a fondo. No podemos olvidar que esos valores y principios son la trama que da consistencia al tejido de nuestra vida y, por tanto, son nuestro mayor tesoro (además, casi lo único que tenemos a salvo de robos, incendios, quiebras o descensos bursátiles).
Saber usar los propios recursos
Hay personas que achacan sus defectos a razones de tipo genético. Son los que con un qué le vamos a hacer, he nacido así, alejan rápidamente de su cabeza la posibilidad de esforzarse en serio por erradicar un determinado defecto.
Algunos llegan incluso a hablar del mal genio de su abuelo (o de toda una rama de la familia) para justificar, por ejemplo, que tienen un carácter violento o imprevisible. Están convencidos de que su herencia de irascibilidad viene inexorablemente determinada en su carga genética y que, por tanto, nada pueden hacer por luchar contra su propio ADN.
Otros parecen tranquilizarse echando las culpas a la educación que recibieron de sus padres. Son los que con un cortés y lacónico me han educado así, dejan también de lado cualquier pensamiento sobre su mejora personal.
Otros cifran casi todo en cuestiones del ambiente en que han vivido, de su condición social, del modo de ser propio de su región o su país de origen, del estilo educativo del lugar donde estudiaron, o de lo que sea..., pero siempre hay algo o alguien fuera de él que es el verdadero responsable de que él sea así. Siempre piensan que el problema está fuera de ellos, y precisamente ese pensamiento es su gran problema.
Este peligroso planteamiento de la vida admite, como es lógico, diversos grados. En algunos casos, por ejemplo, admiten humildemente que quizá la solución está en ellos mismos, y se muestran teóricamente dispuestos a afrontarlo positivamente, pero luego no llegan a tomar la iniciativa o no dan los pasos necesarios para llevar a la práctica esas soluciones. Veamos unos ejemplos, tristemente frecuentes, tomados del ámbito escolar:
«En casa no hay quien estudie. Tendría que ir a una biblioteca, pero la de mi barrio está llena desde primera hora de la mañana y no tengo ni la menor idea de dónde habrá otra...» (Ni se plantea madrugar un poco más, ni espabilar un poco para enterarse de donde hay otra biblioteca).
«No sé qué carrera estudiar. Tendría que enterarme bien, pero no sé a quién preguntar para informarme de esto. Nadie quiere ayudarme.» (No ha preguntado a nadie, y ya piensa que nadie le quiere ayudar; desde luego, será difícil que alguien se brinde espontáneamente a orientarle sobre un problema que él ni ha manifestado).
«Sé que no tengo un buen método de estudio. Intento aprenderme todo de memoria, y veo que eso no es solución, pero no sé hacerlo de otra manera.» (Está claro que con un afán investigador como el suyo, la ciencia estaría aún como en el neolítico).
Otros tienen un talante que queda bien retratado en aquellas famosas 6 normas para no prosperar que se difundieron tanto hace unos años:
1. Espere sentado su oportunidad.
2. Comente su mala suerte con los demás.
3. No se esfuerce por mejorar su preparación.
4. Laméntese de que los tiempos están muy difíciles.
5. Obstínese en que sin recomendaciones no se logra nada.
6. Confíe y aguarde a que vengan tiempos mejores.
Son personas pasivas, que siempre están como esperando a que suceda algo exterior que les fuerce a cambiar; o a que alguien se haga cargo de ellas y las empuje a decidirse a afrontar y resolver sus problemas. Su principal problema son ellas mismas, no tienen una actitud ante la vida que les lleve a usar sus recursos y su iniciativa. Tienen como entumecidos los músculos de la responsabilidad. Pero esos músculos siguen siendo suyos y están ahí: lo que tienen que hacer es ejercitarlos.
Dos modos de plantear las cosas
Podríamos dividir nuestros pensamientos y preocupaciones habituales en dos grandes grupos: los que están centrados en cuestiones sobre las que no tenemos ninguna o casi ninguna posibilidad de influencia, y los que, por el contrario, se refieren a cuestiones sobre las que sí podemos influir.
Quienes centran su cabeza sobre ese primer conjunto de pensamientos, es decir, sobre cuestiones que les vienen ya dadas y sobre las que no pueden hacer nada o casi nada, suelen ser personas pasivas, negativas e ineficaces. Dedican gran cantidad de tiempo y energías a pensar en los defectos de los demás (casi nunca en los propios, ni en ayudar a los demás a corregirse) y a lamentarse de las injusticias que la sociedad tiene con ellos (nunca en cómo ellos pueden contribuir a mejorarla). Se quejan continuamente de los males que la salud, el clima o la situación política traen a su desgraciada existencia. Piensan en muchas cosas, pero todas tienen en común que ellos poco o nada pueden hacer por cambiarlas.
Por el contrario, las personas sensatas procuran centrarse en el segundo conjunto de pensamientos a que nos referíamos, es decir, se dedican fundamentalmente a cuestiones con respecto a las cuales pueden hacer algo, aunque no sea de modo inmediato. Y gracias a que hacen algo, logran que con el tiempo ese conjunto de ocupaciones -podríamos llamarlo círculo de influencia- vaya creciendo, pues cada vez son más eficaces, avanzan más e influyen sobre más cosas.
¿Y reducirse a pensar solamente en lo que uno tiene al alcance de su influencia, no supone un cierto empequeñecimiento mental? Es cierto que hay muchas cosas -por ejemplo, la información sobre la actualidad nacional e internacional, la historia, etc.- sobre las que poco o nada podemos influir, y sin embargo resulta importante y positivo conocerlas, e ir formando una opinión sobre ellas.
Por eso, cuando hablo de centrarse en el propio círculo de influencia me refiero fundamentalmente a la actitud general que uno toma ante los problemas que tiene: si los sitúa dentro de su alcance y los acomete, o si, por el contrario, tiende a despejarlos fuera para luego lamentarse de no poder resolverlos.
Lo sensato es saber centrar nuestros esfuerzos en lo que está a nuestro alcance, no perder nuestras energías en lamentaciones utópicas. De lo contrario, caeríamos en una especie de absurda auto frustración, un estilo de vida por el que las personas se auto castigan al pesimismo, la queja y el enterramiento de sus propios talentos. Recordando aquella vieja sentencia, podríamos decir que se trata de tener:
Coraje para cambiar lo que se puede cambiar,
serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar,
y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro.
Hay quizá demasiadas ocasiones en que ponemos tontamente en cosas ajenas a nosotros la capacidad de decidir sobre nuestra vida. Por ejemplo, si uno se lamenta de no tener una casa o un coche mejor, o de no haber llegado a una determinada posición profesional, o de no haber tenido una familia distinta a la que tiene, puede plantearlo básicamente de dos maneras.
La primera es quejarse de que los condicionantes de su vida le impiden lograrlo, y que sólo cuando cambien podrá salir de su triste situación.
La segunda es radicalmente distinta: ver qué es lo que podría cambiar en él, en su actitud, en su conducta, para que esos condicionantes externos a su vez cambien: cómo puede mejorar él, cómo puede ser más ingenioso y más diligente para facilitar así que las cosas vayan cambiando. La diferencia es sencilla: acometer resueltamente los problemas, en vez de limitarse a protestar.
Como se cuenta de aquella multinacional del calzado que envió un delegado comercial a un país subdesarrollado que aún vivía en régimen tribal. Al poco de llegar, el delegado envió un telegrama a la Dirección General de la empresa diciendo: «Negocio imposible, todos van descalzos». Lo cesaron y enviaron a otro, más resolutivo, y a los pocos días recibieron otro telegrama, bien diferente: «Negocio redondo, todos van descalzos. Envíen una remesa de quince mil pares.»
Se trata de cambiar el enfoque con el que se ven los problemas. Es algo que resulta de vital importancia para aquellas personas que se han habituado a refugiarse en actitudes de continua queja, de culpar de sus problemas siempre a otros, o de responsabilizar de sus frustraciones a la sociedad.
Por ejemplo, si tu matrimonio no va bien, o no te llevas bien con tu hijo, o con tu padre, o con tu jefe, poco puedes arreglar repitiendo una vez y otra sus defectos, considerándote una víctima impotente de su pésima actitud. Piensa en qué cosas son las que te enfadan y examínalas con objetividad: seguro que bastantes responden en buena parte a tu susceptibilidad, o a que te has obsesionado un poco con una serie de detalles que valoras excesivamente; o quizá es que eres bastante menos tolerante con los defectos de los demás que con los tuyos; o a lo mejor estás dentro de una espiral de agravios mutuos que difícilmente se romperá si tú no tomas la iniciativa. En cualquier caso, si de verdad quieres mejorar la situación, debes empezar por actuar sobre lo que tienes más control, que eres tú mismo: actuar primero sobre tus propios defectos, centrarte en tu esfuerzo por ser un mejor esposo o esposa, mejor hijo o mejor padre, mejor jefe o mejor empleado, mejor amigo. De este modo, es más probable que la otra persona capte tu buena disposición y te responda de la misma manera.
¿Y si la otra persona no respondiera así, sino que siguiera con su actitud negativa, como antes? Puede suceder, claro está, y de hecho sucede. Pero en cualquier caso, el modo de actuar más positivo que tienes (no el único) sigue siendo ése. Actuando así, mejorarás como persona, y de la otra manera sólo conseguirás reducir tu capacidad de recomponer la situación y aumentar seriamente las posibilidades de amargarte la existencia.
El atractivo de la virtud y del bien
A veces uno tiende equivocadamente en su interior a etiquetar como desagradables, por ejemplo, determinadas personas, o determinadas tareas, o determinados aspectos relacionados con la mejora del carácter, y no se da cuenta de hasta qué punto le perjudican esos vínculos mentales que se han ido estableciendo en su mente, de manera más o menos consciente.
Ante posibles puntos concretos de mejora personal que advertimos en nuestra vida (vemos, por ejemplo, que deberíamos ser más pacientes, o menos egoístas, más ordenados, menos irascibles, o lo que sea), es frecuente que tendamos a ver esos objetivos como metas muy lejanas, o como algo poco asequible a nuestras fuerzas. Lo vemos quizá como avances apetecibles, sí, pero que alcanzarlos requeriría tal esfuerzo que sólo pensarlo nos produce ya un notable rechazo. Lo percibimos como algo fatigoso y agotador, o que nos llevaría a un estilo de vida de demasiada tensión.
Sin embargo, la mejora personal no supone ni exige eso. Al menos, de modo ordinario no tiene por qué plantearse así. El avance en el camino de la mejora personal ha de entenderse y abordarse más bien como un proceso de liberación. Un progreso gradual en el que vamos soltando día a día el lastre de nuestros defectos. No una extenuante subida a un puerto de montaña, sino un progresivo alivio de la carga de nuestros errores, un desahogo paulatino de la causa de nuestros principales problemas. Por eso, aunque siempre habrá también retrocesos, pequeños o grandes, si logramos en conjunto mejorar, nos encontraremos cada vez con más autonomía, avanzaremos con más soltura y sentiremos más satisfacción. Cada hombre debe adquirir el dominio de sí mismo, y ése es el camino de lo que Aristóteles empezó a llamar virtud: la alegría y la felicidad vendrán como fruto de una vida conforme a la virtud.
Si nos fijamos más, por ejemplo, en lo positivo de una determinada persona, o en el reto que supone tener ordenado el armario o el despacho, o incluso en lo apasionante que puede llegar a ser, tanto para un hombre como para una mujer, cocinar, mantener limpia la casa, o educar a los hijos..., si nos esforzamos por verlo así, el camino se hace mucho más andadero.
Podría objetarse que eso no es difícil de hacer... durante unos minutos, o unos días. Pero, ¿cómo impedir que al poco tiempo se vuelva a lo de antes? Puedo esforzarme, por ejemplo, por variar mi humor durante un rato, que no es poco, pero... ¿cómo mantenerme así y llegar a ser una persona bienhumorada?
Un camino es esforzarse en cambiar la imagen que se nos presenta en la mente al pensar en esas cosas. Por ejemplo, en vez de representar en la imaginación lo apetitoso que resulta lo que no deberías comer o beber o hacer, procura pensar en lo atractivo y liberador que resulta ser una persona sana y honesta, y logra que esas representaciones tomen en tu interior una mayor cuota de pantalla.
O si te invaden pensamientos relacionados con el egoísmo, la pereza o el la mentira, procura suscitar la imagen de ser una persona generosa, diligente, sincera y leal, y recréate en la contemplación de esos valores y esas virtudes que has de desear ver en tu vida. Incluso, si quieres, recréate también en lo desagradable que resultaría convertirse poco a poco en una persona egoísta, perezosa o desleal, y compara una imagen con otra.
¿Es importante esto? Pienso que sí. Si una persona logra formarse una idea atractiva de las virtudes que desea adquirir, y procura tener esas ideas bien presentes, es mucho más fácil que llegue a poseer esas virtudes. Así logrará, además, que ese camino sea menos penoso y más satisfactorio. Por el contrario, si piensa constantemente en el atractivo de los vicios que desea evitar (un atractivo pobre y rastrero, pero que siempre existe, y cuya fuerza nunca debe menospreciarse), lo más probable es que el innegable encanto que siempre tienen esos errores haga que difícilmente logre despegarse de ellos.
Por eso, profundizar en el atractivo del bien, representarlo en nuestro interior como algo atractivo, alegre y motivador, es algo mucho más importante de lo que parece. Muchas veces, los procesos de mejora se malogran simplemente porque la imagen de lo que uno se ha propuesto llegar no es lo bastante sugestiva o deseable.
El riesgo de la lentitud
Hay gente que un día le salen diez cosas bien y sólo una mal, y llega a su casa en estado de desánimo total. ¿Por qué? Porque permite que esa pequeña cosa que resultó mal deje flotando en su memoria una imagen negativa que llena casi por completo la "pantalla" de su mente. Ha pasado ese día por muchas cosas positivas, pero tiene la habilidad -la desgracia- de no considerarlo apenas. Es como si todo lo positivo quedara de inmediato arrinconado en su memoria. Sólo lo negativo queda bien grabado. Lo demás, pasa sin pena ni gloria, y en poco tiempo queda reducido a imágenes borrosas, grises, lejanas, como viejas fotos desvaídas.
A veces, por ejemplo, se deteriora una amistad, o un matrimonio, o una relación profesional, simplemente porque uno tiende a recordar y almacenar experiencias desagradables sufridas en la relación con esa persona, mientras que las agradables enseguida pierden relieve en la memoria.
¿Cómo sucede esto? Quizá hay algo que produce un desagrado muy vivo, aunque sea una tontería. Por ejemplo, la forma que tiene de comer, o que deja desordenado lo que usa, o pierde las cosas, o habla en un tono que nos resulta desagradable. O que a lo mejor ha dejado de tener determinada deferencia con nosotros. O nos repite algo que dijimos en un momento de enfado y estamos hartos de que nos lo recuerden otra vez más. O quizá sucede al revés, y somos nosotros los que recordamos una y otra vez aquella ocasión en la que nos sentimos tan molestos y ofendidos.
La lista de ejemplos podría ser interminable. Pero aunque todas esas cosas negativas sean ciertas y objetivas -que no suelen serlo demasiado-, ese modo de recordarlas y tenerlas presentes no ayuda en nada a resolver las cosas. Además, sabemos que también podría hacerse otra lista muy larga de ejemplos positivos, de tantas cosas agradables que suelen quedar en el olvido. Todo sería muy distinto si ambos se esforzaran en traerlas a la memoria, y procurar generar las circunstancias necesarias para que se repitan.
Por eso es bueno preguntarse de vez en cuando: "Si continúo dando vueltas a estas ideas de esta manera..., ¿a dónde me lleva esto? ¿qué voy a conseguir? ¿hacia dónde me conduce? ¿hacia dónde quiero ir?" Una persona ha de ser capaz de tomar de vez en cuando un poco de distancia sobre sí misma, y analizar sus sentimientos como si estuviera contemplando a otra persona, para así actuar sobre ellos. De lo contrario, resultará enormemente vulnerable ante los vaivenes de sus estados emocionales.
"De acuerdo -podría objetarse-, es preciso no encenagarse en los malos recuerdos, sí... ¿pero cómo?, porque no es tan sencillo, no es fácil cambiar el modo de ser, se necesita mucho tiempo y esfuerzo..." Es verdad, no voy a negarlo. Pero tampoco tiene por qué ser siempre así. Se puede cambiar en poco tiempo. Muchas veces se comprende mejor una cosa en un relámpago de claridad que en años de pedaleo.
A veces los procesos de mejora personal fracasan porque van tan lentos y perezosos que el cambio apenas se ve llegar, y entonces uno se cansa enseguida. Es como si quisiéramos ver una película contemplando un fotograma ahora, otro dentro de un rato, y un tercero otro rato después.
De esa manera, es difícil sacar nada en claro. Pero la culpa no sería de la película, porque con ese modo de verla no podemos saber si es buena o mala. Hay que tomarla con su ritmo, y entonces te haces una idea del argumento, y de los personajes, de las emociones que suscita, y entonces capta nuestra atención, y viéndola disfrutamos al tiempo que notamos que nos enriquece. De la misma manera, si en la mejora personal logras un ritmo más rápido, entonces te haces una idea de lo que ganas, y de lo que aún puedes ganar, y te gozas con ello, y eso mismo te anima a seguir adelante en ese empeño.
La fuerza de la educación
"El señor de las moscas" es una magnífica novela de William Golding. Cuenta la historia de una treintena de chicos ingleses que son los únicos supervivientes de un accidente aéreo. Deben organizar su vida ellos solos en una pequeña isla desierta, sin ayuda de ningún adulto. Agrupados en torno a dos jefes, Ralph y Jack, pronto comprueban que convivir no es tarea sencilla. Aparecen los primeros conflictos, difíciles de resolver en aquella situación, y finalmente estalla la violencia, que desemboca en una guerra abierta entre ellos, con trágicas consecuencias.
La historia de la difícil convivencia de estos jóvenes náufragos está salpicada de multitud detalles que muestran la importancia fundamental de ese aprendizaje y esos valores que el hombre ha acumulado durante siglos y que transmite de una generación a otra mediante la educación. Frente a otras visiones más ingenuas sobre la bondad de los niños, Golding muestra la maldad que anida en el corazón humano, y apunta que la única posibilidad de rescate del hombre ha de venirle desde fuera. Sin ayuda, sin formación, el hombre se encuentra muy indefenso ante el empuje de sus malas tendencias. Es cierto que busca por naturaleza el bien, pero también es cierto que esa naturaleza está herida y que necesita muchos cuidados para funcionar correctamente.
Cualquier persona con un poco de experiencia de la vida sabe lo que es la maldad del hombre, ha visto ya muchas veces su feo rostro de inhumanidad. Golding desenmascara la simpleza roussoniana de la bondad natural del hombre y su progresiva degradación por la maldad radical de la sociedad y de la cultura. Y cuestiona también el racionalismo arrogante del siglo XIX, que hizo a muchos confiar en que el progreso científico y económico traería consigo un progreso moral igual de veloz. Los que alimentaban ese ideal pensaban haber dado de una vez por todas con la fórmula definitiva de la eficacia y el bienestar, pero pronto vieron que aquel optimismo era precipitado, que ese avance no significa que los hombres se entiendan mejor entre ellos, ni que haya más respeto mutuo, ni que vivan en paz. Y es que, en definitiva, por mucho progreso económico o científico que se alcance, nunca será fácil educar moralmente al hombre.
La historia muestra numerosos testimonios bien elocuentes de hasta dónde puede llegar la maldad del hombre. Ni siquiera en sus noches más negras podía soñar hasta qué punto iba a degradarse y envilecerse. Pero tampoco sabía quizá cuánta fuerza permanece escondida en su interior para vencer peligros y superar pruebas.
Todo hombre, para ser bueno, o para mantenerse en el bien, necesita ayuda para hacer rendir esos talentos latentes que encierra. Es cierto que al final es siempre la propia libertad quien tiene la última palabra, pero sería bastante ingenuo minusvalorar la influencia enorme que tiene la formación. Por eso, educar bien a los hijos en la familia, a los alumnos en la escuela o la universidad, o cualquier otra tarea relacionada con la formación de las nuevas generaciones debería considerarse como uno de los empeños de más trascendencia y responsabilidad en cualquier sociedad que realmente piense en su futuro.
Transmitir el progreso científico o económico es relativamente fácil, pero transmitir los progresos morales siempre será difícil, pues requieren su asimilación personal y su empleo práctico. Como ha escrito Leonardo Polo, sin hábitos no hay educación, sólo se ilustra. Es imprescindible el esfuerzo personal por adquirir esos hábitos. Y eso resultará costoso siempre, en cualquier lugar o época. Es un progreso personal que nos lleva la vida entera y del que depende en gran parte el acierto en el vivir. Bien merece, por tanto, nuestra atención.
Hola caronte42:
Si tienes una depresión, lo mejor es tener un plan de vida que ilusione y tener confianza en uno mismo, haciendo vida saludable, deporte etc. y descansando 8 horas de sueño al día por lo menos.
Bueno si deseas volver a disfrutar de las cosas: HAZLO. No depende más que de ti. Si tú sabes que son las cosas que te hacen disfrutar y cómo hacerlo: HAZLO. Eso sí, no quieras arreglar tu vida toda de una vez. Ponte pequeñas metas de mejora personal
No va a venir ningún "Superman" a salvarnos. Nosotros somos "Superman". Ayúdate a ti mismo. Respétate, trátate bien. No te eches en cara que querrías ser como fulanita o menganita, o como eras antes, a los que todo les va bien. NO. Cada uno tiene sus problemas y sus dificultades. No hay nadie en el mundo libre de preocupaciones, malestares, fallos, enfermedades, etc.
También intenta ayudar a los demás y te acabarás ayudando a ti mismo. Observa las personas que aparecen en tu vida. Piensa que quizá se sienten peor de lo que te sientes tú ahora. Intenta ayudarlas. Si consigues ayudar de verdad a otra persona, te habrás ayudado mucho a ti mismo.
Tener depresión puede ser un poco grave, medio grave o grave del todo. Depende de la intensidad de la misma y de otros factores. Por desgracia en nuestro mundo, en que todo lo queremos hacer a contra reloj y con prisa, el número de depresiones es altísimo, pero por suerte la naturaleza humana es muy fuerte. También influye, como en tu caso el tener un modelo de comportamiento para sí mismo y para los demás y desesperarnos porque los demás y nosotros mismos no cumplimos con el modelo que nos hemos impuesto.
No tomes productos químicos ni farmacéuticos, no te ayudaran a curar la causa de la depresión, que es interna de tu forma de pensar y de afrontar la vida. Los medicamentos sólo pueden aliviar los síntomas, aletargando, haciendo dormir, etc., pero no curan.
Hazte un plan de vida, un horario, y cúmplelo, por ejemplo: 7. 00 Levantarse y aseo 7. 45 Lectura, meditación o paseo 8. 15 Desayuno 9 a 13 trabajo 13 a 14 almuerzo 14 a 18 trabajo 18 a 20 tiempo libre 20 a 21 cena 21 a 22 Formación, lectura 22 a 23 aseo. 23 Descanso.
No quieras hacer muchas cosas a la vez para arreglar tu vida. Ves haciendo las que puedas, pero cuando cojas una cosa entre manos intenta hacerla perfectamente, como si fuera la única cosa que pudieras hacer en tu vida. Sé útil a los demás no te encierres en ti mismo, ayuda a la gente que te rodea en tu familia, en tu trabajo en tus ratos con amigos. Hazles la vida sencilla, que no se tengan que preocupar por ti. Que después de estar contigo "noten" que han recibido energía, que se sienten mejor. Esa tendría que ser la motivación principal de tu vida, lo demás es relativo y menos importante. Procura también alimentarte correctamente, tomar alimentos sanos y que sabes que te convienen, cuida a tu cuerpo y a tu persona. Respeta las necesidades del sueño. No tomes drogas, ni fumes ni alcohol ni nada de eso. Procura aprender a respirar bien, capta la energía de lo que te rodea, deja que te lleguen los rayos del sol, las partículas de aire que te dan la vida que necesitas para respirar. Haz buenas obras de las que tú sabes que puedes hacer. Si algo sale mal, ten paciencia contigo mismo, no te martirices, amate a ti mismo.
Es un éxito que hayas detectado el problema. El primer paso del triunfo pasa por aceptarte a ti misma. Si no tienes un plan para tu vida, si vives como una hoja de árbol caída en medio del viento, que va sin rumbo por la vida, haciendo, diciendo y pensando según las modas que le dictan los mass media, realmente no has desarrollado tu potencial como persona. Has de meditar que eres un ser libre, único, irrepetible en el universo, que sólo tienes por encima de ti a Dios.
Libre quiere decir que eres capaz de buscar la verdad, aceptarla y actuar en consecuencia. No es libertad la idea de que cada uno puede hacer lo que quiera, y que todos tengan derecho a hacer lo que les dé la gana. Eso va contra la razón. Si todos las posibilidades son igualmente buenas o valiosas, es que el concepto bueno o valioso no tiene sentido porque algo no puede ser a la vez valioso en comparación con otras opciones y a la vez valer lo mismo que las otras opciones.
Te falta beber más en las fuentes de la verdad. La verdad no esta en lo moderno ni en lo antiguo. Son ignorantes los que dicen que lo progre y lo moderno o lo del siglo XXI es lo que vale y lo antiguo es carca, superado, etc. Si eres lista, no te dejes engañar. Busca la verdad, búscala toda tu vida. En cada acontecimiento que te ocurra en la vida busca el sentido, busca la justicia, busca la belleza, busca el amor. Medita. Piensa. Sé valiente. Analiza la mierda de mensajes que emite nuestra sociedad enferma, asesina, cruel, mentirosa, desamorada, egoísta, etc.
Tú eres libre, elige. Vive como una persona o como un ser que renuncia a su dignidad que le corresponde. Puedes visitar www.interrogantes.net y encontrarás cosas que te harán mucho bien.
Te transcribo parte de lo que trae sobre Carácter y mejora personal.
El carácter y la mejora personal
La puerta del cambio
Un nuevo modo de ver las cosas
Saber usar los propios recursos
Dos modos de plantear las cosas
El atractivo de la virtud y del bien
El riesgo de la lentitud
La fuerza de la educación
La puerta del cambio
Aquel chico tenía catorce años y se puede decir que era un auténtico desastre. Tenía un carácter muy difícil y una apatía impresionante. Apenas atendía en clase, y luego en su casa estudiaba menos aún. Parecía no tener ilusión por nada, suspendía habitualmente un montón de asignaturas, y sus padres estaban desesperados.
Recuerdo que sus profesores comentábamos con preocupación el caso, sin duda el más problemático del curso: apenas escuchaba los consejos que se le daban, nadie sabía bien qué hacer con él. Todo parecía indicar que aquel chico estaba destinado al más negro de los futuros.
El caso es que acabó el curso, y las vueltas de la vida hicieron que durante mucho tiempo apenas volviéramos a tener noticias el uno del otro, hasta que siete años después coincidimos una lluviosa tarde de septiembre en una cafetería.
Me alegró verle sonriente, con sus flamantes veintiún años recién cumplidos y sus casi dos palmos más de altura. Fue una coincidencia casual y, como procuro hacer siempre con quienes fueron mis alumnos en aquellos años que dediqué a la enseñanza, quedamos después para charlar un rato. Cuando nos sentamos, le pregunté cómo iba su vida.
Mi primera sorpresa fue que estaba en cuarto curso de una carrera bastante difícil. Además, no sólo no había perdido ningún año, sino que llevaba esos estudios con unos resultados brillantes. Mientras me lo contaba, venían a mi memoria aquellas reuniones de profesores, cuando analizábamos la marcha del curso, donde varias veces se llegó a decir -quizá alguna vez yo mismo- que aquel chico, salvo un milagro, no llegaría a terminar el bachillerato.
El caso es que el milagro se había producido. Su vida había cambiado. No es que hubiera cambiado un poco, podía decirse que había cambiado por completo y en casi todo. Es como si fuera otra persona. Como si de aquellos viejos tiempos conservara poco más que su nombre y sus apellidos.
Yo estaba intrigado por el cambio. «Oye -le dije-, tienes que explicarme qué ha pasado contigo para que hayas cambiado de esa manera. Me tienes asombrado.»
La pregunta le sorprendió un poco. Calló por unos instantes, como queriendo ordenar sus ideas, se puso un poco más serio, y finalmente empezó su relato, despacio pero con soltura:
«Mira. Fue un día concreto. A lo mejor te parece un poco raro, y quizá lo sea, pero fue un día concreto, un día por la mañana. Llevaba unas semanas fatal. Mejor dicho, unos años. Llevaba años oyendo siempre lo mismo. De mis padres, de mis profesores, de todos. Siempre lo mismo. Que yo era un desastre, que estaba hipotecando mi vida, que iba a ser un desgraciado si seguía por ese camino, que me estaba buscando la ruina, que nunca sería un hombre de provecho, y todo eso que dicen las personas mayores.»
Le interrumpí un instante, con un poco de curiosidad, para preguntarle qué pensaba él entonces, cuando escuchaba esas cosas.
«Bueno, no sé cómo decirte, todo aquello me entraba por un oído y me salía inmediatamente por el otro. Me parecía que era el rollo de siempre, y estaba cansado de escuchar todos los días los mismos consejos.
»No es que no entendiera las razones que me daban, es que ni siquiera les prestaba atención. Me habían dicho ya mil veces lo mismo, y cuando veía que me venían con ésas, desconectaba y ya está. Tenía como echada una barrera mental sobre todas esas cosas, prefería no pensar, y todos esos sabios consejos me resbalaban por completo.
»Bueno, lo que te decía, fue un día concreto, me acuerdo perfectamente. Estaba en plena época de exámenes, y esos días no teníamos clase, para poder estudiar. Pero estudiar no me apetecía absolutamente nada. Estaba con la angustia de los exámenes, y al tiempo con la angustia de que no había dado ni golpe y me iban a suspender otra vez.
»Tenía un sueño tremendo, y estaba tentado de volverme sin más de nuevo a dormir, pero llevaba mal el curso, como siempre. Si me volvía a la cama, iba a ser muy difícil que aprobara, y las cosas se iban a poner más feas que de costumbre.
»Me había despertado temprano, y desde ese momento no había parado de darle vueltas en la cabeza a una idea: Oye, tío..., ¿qué es esto? ¿Voy a estar toda la vida así? ¿Cincuenta o sesenta años más así? Esto no funciona. Algo tiene que cambiar. No puedo seguir así el resto de mis días.
»Debí tener un momento de especial lucidez, supongo, porque vi como algo angustioso continuar el resto de mi vida con el mismo plan que llevaba hasta entonces. Y me aventuré a pensar en cosas serias, en cosas que hasta entonces casi nunca me había planteado.
»No encontraba ilusión en casi nada. Me veía dominado por la pereza de una forma terrible. Es algo bastante angustioso, de verdad. No sabía a qué podía conducirme todo aquello. Era como estar deslizándose por una pendiente oscura, cada vez más rápido y con más descontrol, y te das cuenta de que no sabes dónde puedes acabar.
»Pensaba en el fracaso de mi vida, en todo eso que me había dicho tantas veces tanta gente. Pero aquella vez fue distinto. No me dijo nada nadie. Aquella vez me lo dije todo yo a mí mismo. Y cambié. Eso es todo.
Levantó la mirada, como dudando si hacer o no una glosa personal de todo aquello, y finalmente concluyó:
»Desde entonces, tengo una idea bien clara: los buenos consejos te dan oportunidades de mejorar, pero nada más. Si no los asumes, si no te los propones seriamente, como cosa tuya, no sirven de nada, por muy buenos que sean; es más, para lo único que sirven entonces es para que cada vez los valores menos, para que se produzca una especie de inflación de los consejos que recibes.
»Oír una cosa es muy distinto de hacerla propia. Y para mejorar realmente, la única manera es ser capaz de decirse a uno mismo las cosas, ser capaz de cantarte las cuarenta a ti mismo.»
Mientras le escuchaba, me acordaba de otros casos en cierto modo parecidos. Pensé en esos chicos y chicas jóvenes que a veces vemos ir como arrastrándose por la vida, y les hablamos de tantas cosas que deberían hacer, de tantas cosas que habrían de cumplir, y nos desespera ver su apatía y su indolencia, y sin embargo quizá no hemos advertido la raíz de su verdadero problema, que es algo mucho más de fondo: aún no se han decidido a tomar realmente las riendas de su vida.
Las causas de esa actitud pueden ser muy diversas: quizá han recibido una educación muy pasiva, o hiperprotectora, que no les ha ayudado a madurar; o tienen una fuerte tendencia a alejarse de la realidad, consecuencia de una vida muy cómoda, o demasiado sentimental; o no han aprendido a alzar un poco la mirada y aspirar a valores e ideales más altos; o, por los motivos que sean, apenas sienten responsabilidad sobre sí mismos, y olvidan, en la práctica, que son fundamentalmente ellos quienes se están jugando -y no es poco- su acierto en el vivir.
Aquel antiguo alumno mío había espabilado gracias a una sana inquietud por su futuro. Me recordó algo que había leído tiempo antes a Zubiri, que aseguraba con gran fuerza que la pregunta ¿Qué va a ser de mí? Resulta siempre decisiva en la vida ética de cualquier persona.
Me parecía muy interesante su relato, pero le interrumpí de nuevo un momento. Quería preguntarle si le había costado mucho cambiar después de aquella decisión de esa mañana tan provechosa.
«¿Qué si me costó? Una barbaridad. Me costó muchísimo, como es natural. Pero lo había visto bien claro, y eso es lo importante. Ya estaba harto de seguir deslizándome por la cuesta abajo de la vida, y además, como estaba ya muy abajo, no podía perder ni un minuto más. Así que acabé por cambiar. Y me costó muchísimo, pero aquello fue como entrar en una nueva dimensión de la vida.
»Parece mentira, pero es tremendo lo que se puede sufrir cuando uno opta por la vida fácil. Cuando estás en ella, lo otro te parece insufrible, pero en realidad es al revés. Ahora veo con claridad meridiana que aquella vida era un infierno. Lo que pasa es que entonces no conocía otra, y no encontraba sentido a esforzarme más. Tengo la impresión de que para encontrar sentido a las cosas, antes hay que luchar un poco por ellas...
Bueno si deseas volver a disfrutar de las cosas: HAZLO. No depende más que de ti. Si tú sabes que son las cosas que te hacen disfrutar y cómo hacerlo: HAZLO. Eso sí, no quieras arreglar tu vida toda de una vez. Ponte pequeñas metas de mejora personal
No va a venir ningún "Superman" a salvarnos. Nosotros somos "Superman". Ayúdate a ti mismo. Respétate, trátate bien. No te eches en cara que querrías ser como fulanita o menganita, o como eras antes, a los que todo les va bien. NO. Cada uno tiene sus problemas y sus dificultades. No hay nadie en el mundo libre de preocupaciones, malestares, fallos, enfermedades, etc.
También intenta ayudar a los demás y te acabarás ayudando a ti mismo. Observa las personas que aparecen en tu vida. Piensa que quizá se sienten peor de lo que te sientes tú ahora. Intenta ayudarlas. Si consigues ayudar de verdad a otra persona, te habrás ayudado mucho a ti mismo.
Tener depresión puede ser un poco grave, medio grave o grave del todo. Depende de la intensidad de la misma y de otros factores. Por desgracia en nuestro mundo, en que todo lo queremos hacer a contra reloj y con prisa, el número de depresiones es altísimo, pero por suerte la naturaleza humana es muy fuerte. También influye, como en tu caso el tener un modelo de comportamiento para sí mismo y para los demás y desesperarnos porque los demás y nosotros mismos no cumplimos con el modelo que nos hemos impuesto.
No tomes productos químicos ni farmacéuticos, no te ayudaran a curar la causa de la depresión, que es interna de tu forma de pensar y de afrontar la vida. Los medicamentos sólo pueden aliviar los síntomas, aletargando, haciendo dormir, etc., pero no curan.
Hazte un plan de vida, un horario, y cúmplelo, por ejemplo:
7. 00 Levantarse y aseo
7. 45 Lectura, meditación o paseo
8. 15 Desayuno
9 a 13 trabajo
13 a 14 almuerzo
14 a 18 trabajo
18 a 20 tiempo libre
20 a 21 cena
21 a 22 Formación, lectura
22 a 23 aseo.
23 Descanso.
No quieras hacer muchas cosas a la vez para arreglar tu vida. Ves haciendo las que puedas, pero cuando cojas una cosa entre manos intenta hacerla perfectamente, como si fuera la única cosa que pudieras hacer en tu vida. Sé útil a los demás no te encierres en ti mismo, ayuda a la gente que te rodea en tu familia, en tu trabajo en tus ratos con amigos. Hazles la vida sencilla, que no se tengan que preocupar por ti. Que después de estar contigo "noten" que han recibido energía, que se sienten mejor. Esa tendría que ser la motivación principal de tu vida, lo demás es relativo y menos importante.
Procura también alimentarte correctamente, tomar alimentos sanos y que sabes que te convienen, cuida a tu cuerpo y a tu persona. Respeta las necesidades del sueño. No tomes drogas, ni fumes ni alcohol ni nada de eso. Procura aprender a respirar bien, capta la energía de lo que te rodea, deja que te lleguen los rayos del sol, las partículas de aire que te dan la vida que necesitas para respirar. Haz buenas obras de las que tú sabes que puedes hacer. Si algo sale mal, ten paciencia contigo mismo, no te martirices, amate a ti mismo.
Es un éxito que hayas detectado el problema. El primer paso del triunfo pasa por aceptarte a ti misma. Si no tienes un plan para tu vida, si vives como una hoja de árbol caída en medio del viento, que va sin rumbo por la vida, haciendo, diciendo y pensando según las modas que le dictan los mass media, realmente no has desarrollado tu potencial como persona. Has de meditar que eres un ser libre, único, irrepetible en el universo, que sólo tienes por encima de ti a Dios.
Libre quiere decir que eres capaz de buscar la verdad, aceptarla y actuar en consecuencia. No es libertad la idea de que cada uno puede hacer lo que quiera, y que todos tengan derecho a hacer lo que les dé la gana. Eso va contra la razón. Si todos las posibilidades son igualmente buenas o valiosas, es que el concepto bueno o valioso no tiene sentido porque algo no puede ser a la vez valioso en comparación con otras opciones y a la vez valer lo mismo que las otras opciones.
Te falta beber más en las fuentes de la verdad. La verdad no esta en lo moderno ni en lo antiguo. Son ignorantes los que dicen que lo progre y lo moderno o lo del siglo XXI es lo que vale y lo antiguo es carca, superado, etc. Si eres lista, no te dejes engañar. Busca la verdad, búscala toda tu vida. En cada acontecimiento que te ocurra en la vida busca el sentido, busca la justicia, busca la belleza, busca el amor. Medita. Piensa. Sé valiente. Analiza la mierda de mensajes que emite nuestra sociedad enferma, asesina, cruel, mentirosa, desamorada, egoísta, etc.
Tú eres libre, elige. Vive como una persona o como un ser que renuncia a su dignidad que le corresponde. Puedes visitar www.interrogantes.net y encontrarás cosas que te harán mucho bien.
Te transcribo parte de lo que trae sobre Carácter y mejora personal.
Un cordial saludo con mis mejores deseos para tu felicidad.
El carácter y la mejora personal
La puerta del cambio
Un nuevo modo de ver las cosas
Saber usar los propios recursos
Dos modos de plantear las cosas
El atractivo de la virtud y del bien
El riesgo de la lentitud
La fuerza de la educación
La puerta del cambio
Aquel chico tenía catorce años y se puede decir que era un auténtico desastre. Tenía un carácter muy difícil y una apatía impresionante. Apenas atendía en clase, y luego en su casa estudiaba menos aún. Parecía no tener ilusión por nada, suspendía habitualmente un montón de asignaturas, y sus padres estaban desesperados.
Recuerdo que sus profesores comentábamos con preocupación el caso, sin duda el más problemático del curso: apenas escuchaba los consejos que se le daban, nadie sabía bien qué hacer con él. Todo parecía indicar que aquel chico estaba destinado al más negro de los futuros.
El caso es que acabó el curso, y las vueltas de la vida hicieron que durante mucho tiempo apenas volviéramos a tener noticias el uno del otro, hasta que siete años después coincidimos una lluviosa tarde de septiembre en una cafetería.
Me alegró verle sonriente, con sus flamantes veintiún años recién cumplidos y sus casi dos palmos más de altura. Fue una coincidencia casual y, como procuro hacer siempre con quienes fueron mis alumnos en aquellos años que dediqué a la enseñanza, quedamos después para charlar un rato. Cuando nos sentamos, le pregunté cómo iba su vida.
Mi primera sorpresa fue que estaba en cuarto curso de una carrera bastante difícil. Además, no sólo no había perdido ningún año, sino que llevaba esos estudios con unos resultados brillantes. Mientras me lo contaba, venían a mi memoria aquellas reuniones de profesores, cuando analizábamos la marcha del curso, donde varias veces se llegó a decir -quizá alguna vez yo mismo- que aquel chico, salvo un milagro, no llegaría a terminar el bachillerato.
El caso es que el milagro se había producido. Su vida había cambiado. No es que hubiera cambiado un poco, podía decirse que había cambiado por completo y en casi todo. Es como si fuera otra persona. Como si de aquellos viejos tiempos conservara poco más que su nombre y sus apellidos.
Yo estaba intrigado por el cambio. «Oye -le dije-, tienes que explicarme qué ha pasado contigo para que hayas cambiado de esa manera. Me tienes asombrado.»
La pregunta le sorprendió un poco. Calló por unos instantes, como queriendo ordenar sus ideas, se puso un poco más serio, y finalmente empezó su relato, despacio pero con soltura:
«Mira. Fue un día concreto. A lo mejor te parece un poco raro, y quizá lo sea, pero fue un día concreto, un día por la mañana. Llevaba unas semanas fatal. Mejor dicho, unos años. Llevaba años oyendo siempre lo mismo. De mis padres, de mis profesores, de todos. Siempre lo mismo. Que yo era un desastre, que estaba hipotecando mi vida, que iba a ser un desgraciado si seguía por ese camino, que me estaba buscando la ruina, que nunca sería un hombre de provecho, y todo eso que dicen las personas mayores.»
Le interrumpí un instante, con un poco de curiosidad, para preguntarle qué pensaba él entonces, cuando escuchaba esas cosas.
«Bueno, no sé cómo decirte, todo aquello me entraba por un oído y me salía inmediatamente por el otro. Me parecía que era el rollo de siempre, y estaba cansado de escuchar todos los días los mismos consejos.
»No es que no entendiera las razones que me daban, es que ni siquiera les prestaba atención. Me habían dicho ya mil veces lo mismo, y cuando veía que me venían con ésas, desconectaba y ya está. Tenía como echada una barrera mental sobre todas esas cosas, prefería no pensar, y todos esos sabios consejos me resbalaban por completo.
»Bueno, lo que te decía, fue un día concreto, me acuerdo perfectamente. Estaba en plena época de exámenes, y esos días no teníamos clase, para poder estudiar. Pero estudiar no me apetecía absolutamente nada. Estaba con la angustia de los exámenes, y al tiempo con la angustia de que no había dado ni golpe y me iban a suspender otra vez.
»Tenía un sueño tremendo, y estaba tentado de volverme sin más de nuevo a dormir, pero llevaba mal el curso, como siempre. Si me volvía a la cama, iba a ser muy difícil que aprobara, y las cosas se iban a poner más feas que de costumbre.
»Me había despertado temprano, y desde ese momento no había parado de darle vueltas en la cabeza a una idea: Oye, tío..., ¿qué es esto? ¿Voy a estar toda la vida así? ¿Cincuenta o sesenta años más así? Esto no funciona. Algo tiene que cambiar. No puedo seguir así el resto de mis días.
»Debí tener un momento de especial lucidez, supongo, porque vi como algo angustioso continuar el resto de mi vida con el mismo plan que llevaba hasta entonces. Y me aventuré a pensar en cosas serias, en cosas que hasta entonces casi nunca me había planteado.
»No encontraba ilusión en casi nada. Me veía dominado por la pereza de una forma terrible. Es algo bastante angustioso, de verdad. No sabía a qué podía conducirme todo aquello. Era como estar deslizándose por una pendiente oscura, cada vez más rápido y con más descontrol, y te das cuenta de que no sabes dónde puedes acabar.
»Pensaba en el fracaso de mi vida, en todo eso que me había dicho tantas veces tanta gente. Pero aquella vez fue distinto. No me dijo nada nadie. Aquella vez me lo dije todo yo a mí mismo. Y cambié. Eso es todo.
Levantó la mirada, como dudando si hacer o no una glosa personal de todo aquello, y finalmente concluyó:
»Desde entonces, tengo una idea bien clara: los buenos consejos te dan oportunidades de mejorar, pero nada más. Si no los asumes, si no te los propones seriamente, como cosa tuya, no sirven de nada, por muy buenos que sean; es más, para lo único que sirven entonces es para que cada vez los valores menos, para que se produzca una especie de inflación de los consejos que recibes.
»Oír una cosa es muy distinto de hacerla propia. Y para mejorar realmente, la única manera es ser capaz de decirse a uno mismo las cosas, ser capaz de cantarte las cuarenta a ti mismo.»
Mientras le escuchaba, me acordaba de otros casos en cierto modo parecidos. Pensé en esos chicos y chicas jóvenes que a veces vemos ir como arrastrándose por la vida, y les hablamos de tantas cosas que deberían hacer, de tantas cosas que habrían de cumplir, y nos desespera ver su apatía y su indolencia, y sin embargo quizá no hemos advertido la raíz de su verdadero problema, que es algo mucho más de fondo: aún no se han decidido a tomar realmente las riendas de su vida.
Las causas de esa actitud pueden ser muy diversas: quizá han recibido una educación muy pasiva, o hiperprotectora, que no les ha ayudado a madurar; o tienen una fuerte tendencia a alejarse de la realidad, consecuencia de una vida muy cómoda, o demasiado sentimental; o no han aprendido a alzar un poco la mirada y aspirar a valores e ideales más altos; o, por los motivos que sean, apenas sienten responsabilidad sobre sí mismos, y olvidan, en la práctica, que son fundamentalmente ellos quienes se están jugando -y no es poco- su acierto en el vivir.
Aquel antiguo alumno mío había espabilado gracias a una sana inquietud por su futuro. Me recordó algo que había leído tiempo antes a Zubiri, que aseguraba con gran fuerza que la pregunta ¿Qué va a ser de mí? Resulta siempre decisiva en la vida ética de cualquier persona.
Me parecía muy interesante su relato, pero le interrumpí de nuevo un momento. Quería preguntarle si le había costado mucho cambiar después de aquella decisión de esa mañana tan provechosa.
«¿Qué si me costó? Una barbaridad. Me costó muchísimo, como es natural. Pero lo había visto bien claro, y eso es lo importante. Ya estaba harto de seguir deslizándome por la cuesta abajo de la vida, y además, como estaba ya muy abajo, no podía perder ni un minuto más. Así que acabé por cambiar. Y me costó muchísimo, pero aquello fue como entrar en una nueva dimensión de la vida.
»Parece mentira, pero es tremendo lo que se puede sufrir cuando uno opta por la vida fácil. Cuando estás en ella, lo otro te parece insufrible, pero en realidad es al revés. Ahora veo con claridad meridiana que aquella vida era un infierno. Lo que pasa es que entonces no conocía otra, y no encontraba sentido a esforzarme más. Tengo la impresión de que para encontrar sentido a las cosas, antes hay que luchar un poco por ellas. Pero, desde luego, lo peor es dejarse llevar, porque vas como dando bandazos, pegándote golpes con todo, como cuando pierdes el equilibrio y no sabes bien dónde puedes acabar estrellándote.»
Aquella narración, tan sincera y tan cargada de realidad, me hizo pensar bastante en el fenómeno del cambio. Pensaba en que hay decisiones que son fundamentales en la vida, y no siempre están unidas a acontecimientos externos señalados, sino que son fruto simplemente de la lucidez de un pensamiento, y a veces tiene día y hora concretos.
Salvando las distancias, me recordó aquella otra reflexión de Víctor Frankl en el minúsculo calabozo del lager nazi: en nuestra vida podemos realmente elevarnos bastante por encima de esos condicionamientos en que estamos inmersos y que a veces parecen marcarnos un destino inexorable.
Cada persona custodia en su intimidad una puerta del cambio, una puerta que sólo puede abrirse desde dentro. Cambiar es algo asequible a todos. Lo decisivo es tratarlo seriamente con uno mismo. El consejo viene de Epíteto: nadie tiene tanto poder para persuadirte a ti como el que tienes tú mismo.
Un nuevo modo de ver las cosas
Hasta que se llegó a conocer con suficiente profundidad la acción patógena de los microbios, allá por la segunda mitad del siglo XIX, había entre los investigadores médicos una enorme preocupación ante el serio problema planteado por las frecuentes infecciones hospitalarias.
Las complicaciones sépticas tras cualquier tipo de intervención quirúrgica eran casi inevitables y de consecuencias muy graves. También era habitual que tras pequeñas heridas se produjeran importantes supuraciones o septicemias, y un elevado porcentaje de mujeres morían como consecuencia de infecciones originadas por la asistencia al parto. Pero nadie entendía bien por qué sucedía todo aquello.
Tras sus importantes descubrimientos bacteriológicos en el campo de la fermentación, Louis Pasteur anuncia en 1859 su idea de que los procesos infecciosos son consecuencia de la acción de un germen. Pero, ¿de dónde vienen esos microorganismos? Hasta entonces, quienes se habían planteado en esa posibilidad pensaban que surgían por generación espontánea. Sin embargo, Pasteur va hallando microbios específicos de diferentes enfermedades, y observa que son seres vivos que van pasando de un cuerpo a otro.
Poco después, el cirujano inglés Jospeh Lister descubre que aplicando enérgicas medidas antisépticas se frenan drásticamente las infecciones: por ejemplo, en el caso de las fracturas abiertas, logra reducir la mortalidad desde el 50% a cifras inferiores al 15%, gracias al empleo de fenoles como producto antiséptico.
Más adelante, Pasteur descubre que esos gérmenes causantes de la enfermedad pueden ser aislados y cultivados, y que si se amortiguan y se inoculan en pequeñas dosis en cuerpos sanos -a ese hallazgo se le puso el nombre de vacuna-, tienen un efecto inmunizador.
En cuanto se desarrolló la teoría microbiana, se implantó un nuevo modo de entender la atención hospitalaria, y en general de toda la medicina. Comprender mejor lo que sucedía hizo posible un avance extraordinario. Un pequeño cambio de enfoque hizo ver las cosas muy distintas y generó poderosas transformaciones.
De manera análoga, muchas personas experimentan un notable cambio en su pensamiento en determinados momentos de su vida. Descubren una nueva faceta de la realidad, y esto provoca un cambio en las claves con las que estaban interpretando esa realidad: un descubrimiento nos hace sustituir viejas claves por otras más acertadas.
Sucede, por ejemplo, cuando una persona sufre un accidente grave, o afronta una crisis que amenaza cambiar seriamente su vida, o pasa por la prueba de la enfermedad y del dolor, y de pronto ve sus prioridades bajo una luz diferente. O cuando comienza a ejercer determinadas responsabilidades, o asume un nuevo papel en su vida, como el de esposo o esposa, padre o madre, y entonces se produce un cambio de su modo de ver las cosas.
Si en nuestra vida queremos realizar pequeños cambios, puede que nos baste con esforzarnos un poco más en mejorar nuestra conducta y luchar contra nuestros defectos, pero si aspiramos a un cambio importante, es preciso cambiar nuestro modo de ver las cosas.
Un ejemplo. Piensa por un momento -recomienda Stephen Covey- en tus bodas de plata, o en tus bodas de oro. Piensa en la despedida en tu trabajo cuando llegue tu jubilación. Visualízalo con riqueza de detalles. Piensa en los sentimientos y emociones que te embargarán en ese momento. ¿Cuál será tu balance de todos esos años de matrimonio o de trabajo? ¿Cuál quieres ahora que sea el balance que hagas entonces?
Otro ejemplo. Piensa en que te enteras ahora mismo de que te quedan sólo tres meses de vida. Visualiza mentalmente qué harías. Es probable que, de pronto, todo aparezca con una perspectiva diferente. Es probable que afloren a la superficie ciertos valores que quizá antes apenas habías tenido en cuenta.
Quizá veas entonces de modo distinto la relación con tus padres o con tus hijos, o plantees de modo distinto el matrimonio, o la relación con tus compañeros de trabajo. Quizá te parezcan fútiles cosas que hace un momento considerabas muy importantes.
Está claro que la vida no puede plantearse cada día como si te quedaran tres meses de vida, por supuesto. Pero ese ejercicio mental nos puede ayudar a pensar en cosas en las que habitualmente no pensamos, a reflexionar sobre los principios que rigen nuestra vida, a identificar mejor lo que realmente importa.
La vida nos va cargando día a día de rutinas, de adherencias que van entorpeciendo nuestra marcha. A veces hay que pararse y ver qué es lo que queremos, no dar por bueno sin más nuestro status quo, no seguir sumisamente la inercia de todo lo que hemos hecho hasta entonces, repensar las cosas a fondo. No podemos olvidar que esos valores y principios son la trama que da consistencia al tejido de nuestra vida y, por tanto, son nuestro mayor tesoro (además, casi lo único que tenemos a salvo de robos, incendios, quiebras o descensos bursátiles).
Saber usar los propios recursos
Hay personas que achacan sus defectos a razones de tipo genético. Son los que con un qué le vamos a hacer, he nacido así, alejan rápidamente de su cabeza la posibilidad de esforzarse en serio por erradicar un determinado defecto.
Algunos llegan incluso a hablar del mal genio de su abuelo (o de toda una rama de la familia) para justificar, por ejemplo, que tienen un carácter violento o imprevisible. Están convencidos de que su herencia de irascibilidad viene inexorablemente determinada en su carga genética y que, por tanto, nada pueden hacer por luchar contra su propio ADN.
Otros parecen tranquilizarse echando las culpas a la educación que recibieron de sus padres. Son los que con un cortés y lacónico me han educado así, dejan también de lado cualquier pensamiento sobre su mejora personal.
Otros cifran casi todo en cuestiones del ambiente en que han vivido, de su condición social, del modo de ser propio de su región o su país de origen, del estilo educativo del lugar donde estudiaron, o de lo que sea..., pero siempre hay algo o alguien fuera de él que es el verdadero responsable de que él sea así. Siempre piensan que el problema está fuera de ellos, y precisamente ese pensamiento es su gran problema.
Este peligroso planteamiento de la vida admite, como es lógico, diversos grados. En algunos casos, por ejemplo, admiten humildemente que quizá la solución está en ellos mismos, y se muestran teóricamente dispuestos a afrontarlo positivamente, pero luego no llegan a tomar la iniciativa o no dan los pasos necesarios para llevar a la práctica esas soluciones. Veamos unos ejemplos, tristemente frecuentes, tomados del ámbito escolar:
«En casa no hay quien estudie. Tendría que ir a una biblioteca, pero la de mi barrio está llena desde primera hora de la mañana y no tengo ni la menor idea de dónde habrá otra...» (Ni se plantea madrugar un poco más, ni espabilar un poco para enterarse de donde hay otra biblioteca).
«No sé qué carrera estudiar. Tendría que enterarme bien, pero no sé a quién preguntar para informarme de esto. Nadie quiere ayudarme.» (No ha preguntado a nadie, y ya piensa que nadie le quiere ayudar; desde luego, será difícil que alguien se brinde espontáneamente a orientarle sobre un problema que él ni ha manifestado).
«Sé que no tengo un buen método de estudio. Intento aprenderme todo de memoria, y veo que eso no es solución, pero no sé hacerlo de otra manera.» (Está claro que con un afán investigador como el suyo, la ciencia estaría aún como en el neolítico).
Otros tienen un talante que queda bien retratado en aquellas famosas 6 normas para no prosperar que se difundieron tanto hace unos años:
1. Espere sentado su oportunidad.
2. Comente su mala suerte con los demás.
3. No se esfuerce por mejorar su preparación.
4. Laméntese de que los tiempos están muy difíciles.
5. Obstínese en que sin recomendaciones no se logra nada.
6. Confíe y aguarde a que vengan tiempos mejores.
Son personas pasivas, que siempre están como esperando a que suceda algo exterior que les fuerce a cambiar; o a que alguien se haga cargo de ellas y las empuje a decidirse a afrontar y resolver sus problemas. Su principal problema son ellas mismas, no tienen una actitud ante la vida que les lleve a usar sus recursos y su iniciativa. Tienen como entumecidos los músculos de la responsabilidad. Pero esos músculos siguen siendo suyos y están ahí: lo que tienen que hacer es ejercitarlos.
Dos modos de plantear las cosas
Podríamos dividir nuestros pensamientos y preocupaciones habituales en dos grandes grupos: los que están centrados en cuestiones sobre las que no tenemos ninguna o casi ninguna posibilidad de influencia, y los que, por el contrario, se refieren a cuestiones sobre las que sí podemos influir.
Quienes centran su cabeza sobre ese primer conjunto de pensamientos, es decir, sobre cuestiones que les vienen ya dadas y sobre las que no pueden hacer nada o casi nada, suelen ser personas pasivas, negativas e ineficaces. Dedican gran cantidad de tiempo y energías a pensar en los defectos de los demás (casi nunca en los propios, ni en ayudar a los demás a corregirse) y a lamentarse de las injusticias que la sociedad tiene con ellos (nunca en cómo ellos pueden contribuir a mejorarla). Se quejan continuamente de los males que la salud, el clima o la situación política traen a su desgraciada existencia. Piensan en muchas cosas, pero todas tienen en común que ellos poco o nada pueden hacer por cambiarlas.
Por el contrario, las personas sensatas procuran centrarse en el segundo conjunto de pensamientos a que nos referíamos, es decir, se dedican fundamentalmente a cuestiones con respecto a las cuales pueden hacer algo, aunque no sea de modo inmediato. Y gracias a que hacen algo, logran que con el tiempo ese conjunto de ocupaciones -podríamos llamarlo círculo de influencia- vaya creciendo, pues cada vez son más eficaces, avanzan más e influyen sobre más cosas.
¿Y reducirse a pensar solamente en lo que uno tiene al alcance de su influencia, no supone un cierto empequeñecimiento mental? Es cierto que hay muchas cosas -por ejemplo, la información sobre la actualidad nacional e internacional, la historia, etc.- sobre las que poco o nada podemos influir, y sin embargo resulta importante y positivo conocerlas, e ir formando una opinión sobre ellas.
Por eso, cuando hablo de centrarse en el propio círculo de influencia me refiero fundamentalmente a la actitud general que uno toma ante los problemas que tiene: si los sitúa dentro de su alcance y los acomete, o si, por el contrario, tiende a despejarlos fuera para luego lamentarse de no poder resolverlos.
Lo sensato es saber centrar nuestros esfuerzos en lo que está a nuestro alcance, no perder nuestras energías en lamentaciones utópicas. De lo contrario, caeríamos en una especie de absurda auto frustración, un estilo de vida por el que las personas se auto castigan al pesimismo, la queja y el enterramiento de sus propios talentos. Recordando aquella vieja sentencia, podríamos decir que se trata de tener:
Coraje para cambiar lo que se puede cambiar,
serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar,
y sabiduría para distinguir lo uno de lo otro.
Hay quizá demasiadas ocasiones en que ponemos tontamente en cosas ajenas a nosotros la capacidad de decidir sobre nuestra vida. Por ejemplo, si uno se lamenta de no tener una casa o un coche mejor, o de no haber llegado a una determinada posición profesional, o de no haber tenido una familia distinta a la que tiene, puede plantearlo básicamente de dos maneras.
La primera es quejarse de que los condicionantes de su vida le impiden lograrlo, y que sólo cuando cambien podrá salir de su triste situación.
La segunda es radicalmente distinta: ver qué es lo que podría cambiar en él, en su actitud, en su conducta, para que esos condicionantes externos a su vez cambien: cómo puede mejorar él, cómo puede ser más ingenioso y más diligente para facilitar así que las cosas vayan cambiando. La diferencia es sencilla: acometer resueltamente los problemas, en vez de limitarse a protestar.
Como se cuenta de aquella multinacional del calzado que envió un delegado comercial a un país subdesarrollado que aún vivía en régimen tribal. Al poco de llegar, el delegado envió un telegrama a la Dirección General de la empresa diciendo: «Negocio imposible, todos van descalzos». Lo cesaron y enviaron a otro, más resolutivo, y a los pocos días recibieron otro telegrama, bien diferente: «Negocio redondo, todos van descalzos. Envíen una remesa de quince mil pares.»
Se trata de cambiar el enfoque con el que se ven los problemas. Es algo que resulta de vital importancia para aquellas personas que se han habituado a refugiarse en actitudes de continua queja, de culpar de sus problemas siempre a otros, o de responsabilizar de sus frustraciones a la sociedad.
Por ejemplo, si tu matrimonio no va bien, o no te llevas bien con tu hijo, o con tu padre, o con tu jefe, poco puedes arreglar repitiendo una vez y otra sus defectos, considerándote una víctima impotente de su pésima actitud. Piensa en qué cosas son las que te enfadan y examínalas con objetividad: seguro que bastantes responden en buena parte a tu susceptibilidad, o a que te has obsesionado un poco con una serie de detalles que valoras excesivamente; o quizá es que eres bastante menos tolerante con los defectos de los demás que con los tuyos; o a lo mejor estás dentro de una espiral de agravios mutuos que difícilmente se romperá si tú no tomas la iniciativa. En cualquier caso, si de verdad quieres mejorar la situación, debes empezar por actuar sobre lo que tienes más control, que eres tú mismo: actuar primero sobre tus propios defectos, centrarte en tu esfuerzo por ser un mejor esposo o esposa, mejor hijo o mejor padre, mejor jefe o mejor empleado, mejor amigo. De este modo, es más probable que la otra persona capte tu buena disposición y te responda de la misma manera.
¿Y si la otra persona no respondiera así, sino que siguiera con su actitud negativa, como antes? Puede suceder, claro está, y de hecho sucede. Pero en cualquier caso, el modo de actuar más positivo que tienes (no el único) sigue siendo ése. Actuando así, mejorarás como persona, y de la otra manera sólo conseguirás reducir tu capacidad de recomponer la situación y aumentar seriamente las posibilidades de amargarte la existencia.
El atractivo de la virtud y del bien
A veces uno tiende equivocadamente en su interior a etiquetar como desagradables, por ejemplo, determinadas personas, o determinadas tareas, o determinados aspectos relacionados con la mejora del carácter, y no se da cuenta de hasta qué punto le perjudican esos vínculos mentales que se han ido estableciendo en su mente, de manera más o menos consciente.
Ante posibles puntos concretos de mejora personal que advertimos en nuestra vida (vemos, por ejemplo, que deberíamos ser más pacientes, o menos egoístas, más ordenados, menos irascibles, o lo que sea), es frecuente que tendamos a ver esos objetivos como metas muy lejanas, o como algo poco asequible a nuestras fuerzas. Lo vemos quizá como avances apetecibles, sí, pero que alcanzarlos requeriría tal esfuerzo que sólo pensarlo nos produce ya un notable rechazo. Lo percibimos como algo fatigoso y agotador, o que nos llevaría a un estilo de vida de demasiada tensión.
Sin embargo, la mejora personal no supone ni exige eso. Al menos, de modo ordinario no tiene por qué plantearse así. El avance en el camino de la mejora personal ha de entenderse y abordarse más bien como un proceso de liberación. Un progreso gradual en el que vamos soltando día a día el lastre de nuestros defectos. No una extenuante subida a un puerto de montaña, sino un progresivo alivio de la carga de nuestros errores, un desahogo paulatino de la causa de nuestros principales problemas. Por eso, aunque siempre habrá también retrocesos, pequeños o grandes, si logramos en conjunto mejorar, nos encontraremos cada vez con más autonomía, avanzaremos con más soltura y sentiremos más satisfacción. Cada hombre debe adquirir el dominio de sí mismo, y ése es el camino de lo que Aristóteles empezó a llamar virtud: la alegría y la felicidad vendrán como fruto de una vida conforme a la virtud.
Si nos fijamos más, por ejemplo, en lo positivo de una determinada persona, o en el reto que supone tener ordenado el armario o el despacho, o incluso en lo apasionante que puede llegar a ser, tanto para un hombre como para una mujer, cocinar, mantener limpia la casa, o educar a los hijos..., si nos esforzamos por verlo así, el camino se hace mucho más andadero.
Podría objetarse que eso no es difícil de hacer... durante unos minutos, o unos días. Pero, ¿cómo impedir que al poco tiempo se vuelva a lo de antes? Puedo esforzarme, por ejemplo, por variar mi humor durante un rato, que no es poco, pero... ¿cómo mantenerme así y llegar a ser una persona bienhumorada?
Un camino es esforzarse en cambiar la imagen que se nos presenta en la mente al pensar en esas cosas. Por ejemplo, en vez de representar en la imaginación lo apetitoso que resulta lo que no deberías comer o beber o hacer, procura pensar en lo atractivo y liberador que resulta ser una persona sana y honesta, y logra que esas representaciones tomen en tu interior una mayor cuota de pantalla.
O si te invaden pensamientos relacionados con el egoísmo, la pereza o el la mentira, procura suscitar la imagen de ser una persona generosa, diligente, sincera y leal, y recréate en la contemplación de esos valores y esas virtudes que has de desear ver en tu vida. Incluso, si quieres, recréate también en lo desagradable que resultaría convertirse poco a poco en una persona egoísta, perezosa o desleal, y compara una imagen con otra.
¿Es importante esto? Pienso que sí. Si una persona logra formarse una idea atractiva de las virtudes que desea adquirir, y procura tener esas ideas bien presentes, es mucho más fácil que llegue a poseer esas virtudes. Así logrará, además, que ese camino sea menos penoso y más satisfactorio. Por el contrario, si piensa constantemente en el atractivo de los vicios que desea evitar (un atractivo pobre y rastrero, pero que siempre existe, y cuya fuerza nunca debe menospreciarse), lo más probable es que el innegable encanto que siempre tienen esos errores haga que difícilmente logre despegarse de ellos.
Por eso, profundizar en el atractivo del bien, representarlo en nuestro interior como algo atractivo, alegre y motivador, es algo mucho más importante de lo que parece. Muchas veces, los procesos de mejora se malogran simplemente porque la imagen de lo que uno se ha propuesto llegar no es lo bastante sugestiva o deseable.
El riesgo de la lentitud
Hay gente que un día le salen diez cosas bien y sólo una mal, y llega a su casa en estado de desánimo total. ¿Por qué? Porque permite que esa pequeña cosa que resultó mal deje flotando en su memoria una imagen negativa que llena casi por completo la "pantalla" de su mente. Ha pasado ese día por muchas cosas positivas, pero tiene la habilidad -la desgracia- de no considerarlo apenas. Es como si todo lo positivo quedara de inmediato arrinconado en su memoria. Sólo lo negativo queda bien grabado. Lo demás, pasa sin pena ni gloria, y en poco tiempo queda reducido a imágenes borrosas, grises, lejanas, como viejas fotos desvaídas.
A veces, por ejemplo, se deteriora una amistad, o un matrimonio, o una relación profesional, simplemente porque uno tiende a recordar y almacenar experiencias desagradables sufridas en la relación con esa persona, mientras que las agradables enseguida pierden relieve en la memoria.
¿Cómo sucede esto? Quizá hay algo que produce un desagrado muy vivo, aunque sea una tontería. Por ejemplo, la forma que tiene de comer, o que deja desordenado lo que usa, o pierde las cosas, o habla en un tono que nos resulta desagradable. O que a lo mejor ha dejado de tener determinada deferencia con nosotros. O nos repite algo que dijimos en un momento de enfado y estamos hartos de que nos lo recuerden otra vez más. O quizá sucede al revés, y somos nosotros los que recordamos una y otra vez aquella ocasión en la que nos sentimos tan molestos y ofendidos.
La lista de ejemplos podría ser interminable. Pero aunque todas esas cosas negativas sean ciertas y objetivas -que no suelen serlo demasiado-, ese modo de recordarlas y tenerlas presentes no ayuda en nada a resolver las cosas. Además, sabemos que también podría hacerse otra lista muy larga de ejemplos positivos, de tantas cosas agradables que suelen quedar en el olvido. Todo sería muy distinto si ambos se esforzaran en traerlas a la memoria, y procurar generar las circunstancias necesarias para que se repitan.
Por eso es bueno preguntarse de vez en cuando: "Si continúo dando vueltas a estas ideas de esta manera..., ¿a dónde me lleva esto? ¿qué voy a conseguir? ¿hacia dónde me conduce? ¿hacia dónde quiero ir?" Una persona ha de ser capaz de tomar de vez en cuando un poco de distancia sobre sí misma, y analizar sus sentimientos como si estuviera contemplando a otra persona, para así actuar sobre ellos. De lo contrario, resultará enormemente vulnerable ante los vaivenes de sus estados emocionales.
"De acuerdo -podría objetarse-, es preciso no encenagarse en los malos recuerdos, sí... ¿pero cómo?, porque no es tan sencillo, no es fácil cambiar el modo de ser, se necesita mucho tiempo y esfuerzo..." Es verdad, no voy a negarlo. Pero tampoco tiene por qué ser siempre así. Se puede cambiar en poco tiempo. Muchas veces se comprende mejor una cosa en un relámpago de claridad que en años de pedaleo.
A veces los procesos de mejora personal fracasan porque van tan lentos y perezosos que el cambio apenas se ve llegar, y entonces uno se cansa enseguida. Es como si quisiéramos ver una película contemplando un fotograma ahora, otro dentro de un rato, y un tercero otro rato después.
De esa manera, es difícil sacar nada en claro. Pero la culpa no sería de la película, porque con ese modo de verla no podemos saber si es buena o mala. Hay que tomarla con su ritmo, y entonces te haces una idea del argumento, y de los personajes, de las emociones que suscita, y entonces capta nuestra atención, y viéndola disfrutamos al tiempo que notamos que nos enriquece. De la misma manera, si en la mejora personal logras un ritmo más rápido, entonces te haces una idea de lo que ganas, y de lo que aún puedes ganar, y te gozas con ello, y eso mismo te anima a seguir adelante en ese empeño.
La fuerza de la educación
"El señor de las moscas" es una magnífica novela de William Golding. Cuenta la historia de una treintena de chicos ingleses que son los únicos supervivientes de un accidente aéreo. Deben organizar su vida ellos solos en una pequeña isla desierta, sin ayuda de ningún adulto. Agrupados en torno a dos jefes, Ralph y Jack, pronto comprueban que convivir no es tarea sencilla. Aparecen los primeros conflictos, difíciles de resolver en aquella situación, y finalmente estalla la violencia, que desemboca en una guerra abierta entre ellos, con trágicas consecuencias.
La historia de la difícil convivencia de estos jóvenes náufragos está salpicada de multitud detalles que muestran la importancia fundamental de ese aprendizaje y esos valores que el hombre ha acumulado durante siglos y que transmite de una generación a otra mediante la educación. Frente a otras visiones más ingenuas sobre la bondad de los niños, Golding muestra la maldad que anida en el corazón humano, y apunta que la única posibilidad de rescate del hombre ha de venirle desde fuera. Sin ayuda, sin formación, el hombre se encuentra muy indefenso ante el empuje de sus malas tendencias. Es cierto que busca por naturaleza el bien, pero también es cierto que esa naturaleza está herida y que necesita muchos cuidados para funcionar correctamente.
Cualquier persona con un poco de experiencia de la vida sabe lo que es la maldad del hombre, ha visto ya muchas veces su feo rostro de inhumanidad. Golding desenmascara la simpleza roussoniana de la bondad natural del hombre y su progresiva degradación por la maldad radical de la sociedad y de la cultura. Y cuestiona también el racionalismo arrogante del siglo XIX, que hizo a muchos confiar en que el progreso científico y económico traería consigo un progreso moral igual de veloz. Los que alimentaban ese ideal pensaban haber dado de una vez por todas con la fórmula definitiva de la eficacia y el bienestar, pero pronto vieron que aquel optimismo era precipitado, que ese avance no significa que los hombres se entiendan mejor entre ellos, ni que haya más respeto mutuo, ni que vivan en paz. Y es que, en definitiva, por mucho progreso económico o científico que se alcance, nunca será fácil educar moralmente al hombre.
La historia muestra numerosos testimonios bien elocuentes de hasta dónde puede llegar la maldad del hombre. Ni siquiera en sus noches más negras podía soñar hasta qué punto iba a degradarse y envilecerse. Pero tampoco sabía quizá cuánta fuerza permanece escondida en su interior para vencer peligros y superar pruebas.
Todo hombre, para ser bueno, o para mantenerse en el bien, necesita ayuda para hacer rendir esos talentos latentes que encierra. Es cierto que al final es siempre la propia libertad quien tiene la última palabra, pero sería bastante ingenuo minusvalorar la influencia enorme que tiene la formación. Por eso, educar bien a los hijos en la familia, a los alumnos en la escuela o la universidad, o cualquier otra tarea relacionada con la formación de las nuevas generaciones debería considerarse como uno de los empeños de más trascendencia y responsabilidad en cualquier sociedad que realmente piense en su futuro.
Transmitir el progreso científico o económico es relativamente fácil, pero transmitir los progresos morales siempre será difícil, pues requieren su asimilación personal y su empleo práctico. Como ha escrito Leonardo Polo, sin hábitos no hay educación, sólo se ilustra. Es imprescindible el esfuerzo personal por adquirir esos hábitos. Y eso resultará costoso siempre, en cualquier lugar o época. Es un progreso personal que nos lleva la vida entera y del que depende en gran parte el acierto en el vivir. Bien merece, por tanto, nuestra atención.
Hola caronte42:
Si tienes una depresión, lo mejor es tener un plan de vida que ilusione y tener confianza en uno mismo, haciendo vida saludable, deporte etc. y descansando 8 horas de sueño al día por lo menos.
Bueno si deseas volver a disfrutar de las cosas: HAZLO. No depende más que de ti. Si tú sabes que son las cosas que te hacen disfrutar y cómo hacerlo: HAZLO. Eso sí, no quieras arreglar tu vida toda de una vez. Ponte pequeñas metas de mejora personal
No va a venir ningún "Superman" a salvarnos. Nosotros somos "Superman". Ayúdate a ti mismo. Respétate, trátate bien. No te eches en cara que querrías ser como fulanita o menganita, o como eras antes, a los que todo les va bien. NO. Cada uno tiene sus problemas y sus dificultades. No hay nadie en el mundo libre de preocupaciones, malestares, fallos, enfermedades, etc.
También intenta ayudar a los demás y te acabarás ayudando a ti mismo. Observa las personas que aparecen en tu vida. Piensa que quizá se sienten peor de lo que te sientes tú ahora. Intenta ayudarlas. Si consigues ayudar de verdad a otra persona, te habrás ayudado mucho a ti mismo.
Tener depresión puede ser un poco grave, medio grave o grave del todo. Depende de la intensidad de la misma y de otros factores. Por desgracia en nuestro mundo, en que todo lo queremos hacer a contra reloj y con prisa, el número de depresiones es altísimo, pero por suerte la naturaleza humana es muy fuerte. También influye, como en tu caso el tener un modelo de comportamiento para sí mismo y para los demás y desesperarnos porque los demás y nosotros mismos no cumplimos con el modelo que nos hemos impuesto.
No tomes productos químicos ni farmacéuticos, no te ayudaran a curar la causa de la depresión, que es interna de tu forma de pensar y de afrontar la vida. Los medicamentos sólo pueden aliviar los síntomas, aletargando, haciendo dormir, etc., pero no curan.
Hazte un plan de vida, un horario, y cúmplelo, por ejemplo: 7. 00 Levantarse y aseo 7. 45 Lectura, meditación o paseo 8. 15 Desayuno 9 a 13 trabajo 13 a 14 almuerzo 14 a 18 trabajo 18 a 20 tiempo libre 20 a 21 cena 21 a 22 Formación, lectura 22 a 23 aseo. 23 Descanso.
No quieras hacer muchas cosas a la vez para arreglar tu vida. Ves haciendo las que puedas, pero cuando cojas una cosa entre manos intenta hacerla perfectamente, como si fuera la única cosa que pudieras hacer en tu vida. Sé útil a los demás no te encierres en ti mismo, ayuda a la gente que te rodea en tu familia, en tu trabajo en tus ratos con amigos. Hazles la vida sencilla, que no se tengan que preocupar por ti. Que después de estar contigo "noten" que han recibido energía, que se sienten mejor. Esa tendría que ser la motivación principal de tu vida, lo demás es relativo y menos importante. Procura también alimentarte correctamente, tomar alimentos sanos y que sabes que te convienen, cuida a tu cuerpo y a tu persona. Respeta las necesidades del sueño. No tomes drogas, ni fumes ni alcohol ni nada de eso. Procura aprender a respirar bien, capta la energía de lo que te rodea, deja que te lleguen los rayos del sol, las partículas de aire que te dan la vida que necesitas para respirar. Haz buenas obras de las que tú sabes que puedes hacer. Si algo sale mal, ten paciencia contigo mismo, no te martirices, amate a ti mismo.
Es un éxito que hayas detectado el problema. El primer paso del triunfo pasa por aceptarte a ti misma. Si no tienes un plan para tu vida, si vives como una hoja de árbol caída en medio del viento, que va sin rumbo por la vida, haciendo, diciendo y pensando según las modas que le dictan los mass media, realmente no has desarrollado tu potencial como persona. Has de meditar que eres un ser libre, único, irrepetible en el universo, que sólo tienes por encima de ti a Dios.
Libre quiere decir que eres capaz de buscar la verdad, aceptarla y actuar en consecuencia. No es libertad la idea de que cada uno puede hacer lo que quiera, y que todos tengan derecho a hacer lo que les dé la gana. Eso va contra la razón. Si todos las posibilidades son igualmente buenas o valiosas, es que el concepto bueno o valioso no tiene sentido porque algo no puede ser a la vez valioso en comparación con otras opciones y a la vez valer lo mismo que las otras opciones.
Te falta beber más en las fuentes de la verdad. La verdad no esta en lo moderno ni en lo antiguo. Son ignorantes los que dicen que lo progre y lo moderno o lo del siglo XXI es lo que vale y lo antiguo es carca, superado, etc. Si eres lista, no te dejes engañar. Busca la verdad, búscala toda tu vida. En cada acontecimiento que te ocurra en la vida busca el sentido, busca la justicia, busca la belleza, busca el amor. Medita. Piensa. Sé valiente. Analiza la mierda de mensajes que emite nuestra sociedad enferma, asesina, cruel, mentirosa, desamorada, egoísta, etc.
Tú eres libre, elige. Vive como una persona o como un ser que renuncia a su dignidad que le corresponde. Puedes visitar www.interrogantes.net y encontrarás cosas que te harán mucho bien.
Te transcribo parte de lo que trae sobre Carácter y mejora personal.
El carácter y la mejora personal
La puerta del cambio
Un nuevo modo de ver las cosas
Saber usar los propios recursos
Dos modos de plantear las cosas
El atractivo de la virtud y del bien
El riesgo de la lentitud
La fuerza de la educación
La puerta del cambio
Aquel chico tenía catorce años y se puede decir que era un auténtico desastre. Tenía un carácter muy difícil y una apatía impresionante. Apenas atendía en clase, y luego en su casa estudiaba menos aún. Parecía no tener ilusión por nada, suspendía habitualmente un montón de asignaturas, y sus padres estaban desesperados.
Recuerdo que sus profesores comentábamos con preocupación el caso, sin duda el más problemático del curso: apenas escuchaba los consejos que se le daban, nadie sabía bien qué hacer con él. Todo parecía indicar que aquel chico estaba destinado al más negro de los futuros.
El caso es que acabó el curso, y las vueltas de la vida hicieron que durante mucho tiempo apenas volviéramos a tener noticias el uno del otro, hasta que siete años después coincidimos una lluviosa tarde de septiembre en una cafetería.
Me alegró verle sonriente, con sus flamantes veintiún años recién cumplidos y sus casi dos palmos más de altura. Fue una coincidencia casual y, como procuro hacer siempre con quienes fueron mis alumnos en aquellos años que dediqué a la enseñanza, quedamos después para charlar un rato. Cuando nos sentamos, le pregunté cómo iba su vida.
Mi primera sorpresa fue que estaba en cuarto curso de una carrera bastante difícil. Además, no sólo no había perdido ningún año, sino que llevaba esos estudios con unos resultados brillantes. Mientras me lo contaba, venían a mi memoria aquellas reuniones de profesores, cuando analizábamos la marcha del curso, donde varias veces se llegó a decir -quizá alguna vez yo mismo- que aquel chico, salvo un milagro, no llegaría a terminar el bachillerato.
El caso es que el milagro se había producido. Su vida había cambiado. No es que hubiera cambiado un poco, podía decirse que había cambiado por completo y en casi todo. Es como si fuera otra persona. Como si de aquellos viejos tiempos conservara poco más que su nombre y sus apellidos.
Yo estaba intrigado por el cambio. «Oye -le dije-, tienes que explicarme qué ha pasado contigo para que hayas cambiado de esa manera. Me tienes asombrado.»
La pregunta le sorprendió un poco. Calló por unos instantes, como queriendo ordenar sus ideas, se puso un poco más serio, y finalmente empezó su relato, despacio pero con soltura:
«Mira. Fue un día concreto. A lo mejor te parece un poco raro, y quizá lo sea, pero fue un día concreto, un día por la mañana. Llevaba unas semanas fatal. Mejor dicho, unos años. Llevaba años oyendo siempre lo mismo. De mis padres, de mis profesores, de todos. Siempre lo mismo. Que yo era un desastre, que estaba hipotecando mi vida, que iba a ser un desgraciado si seguía por ese camino, que me estaba buscando la ruina, que nunca sería un hombre de provecho, y todo eso que dicen las personas mayores.»
Le interrumpí un instante, con un poco de curiosidad, para preguntarle qué pensaba él entonces, cuando escuchaba esas cosas.
«Bueno, no sé cómo decirte, todo aquello me entraba por un oído y me salía inmediatamente por el otro. Me parecía que era el rollo de siempre, y estaba cansado de escuchar todos los días los mismos consejos.
»No es que no entendiera las razones que me daban, es que ni siquiera les prestaba atención. Me habían dicho ya mil veces lo mismo, y cuando veía que me venían con ésas, desconectaba y ya está. Tenía como echada una barrera mental sobre todas esas cosas, prefería no pensar, y todos esos sabios consejos me resbalaban por completo.
»Bueno, lo que te decía, fue un día concreto, me acuerdo perfectamente. Estaba en plena época de exámenes, y esos días no teníamos clase, para poder estudiar. Pero estudiar no me apetecía absolutamente nada. Estaba con la angustia de los exámenes, y al tiempo con la angustia de que no había dado ni golpe y me iban a suspender otra vez.
»Tenía un sueño tremendo, y estaba tentado de volverme sin más de nuevo a dormir, pero llevaba mal el curso, como siempre. Si me volvía a la cama, iba a ser muy difícil que aprobara, y las cosas se iban a poner más feas que de costumbre.
»Me había despertado temprano, y desde ese momento no había parado de darle vueltas en la cabeza a una idea: Oye, tío..., ¿qué es esto? ¿Voy a estar toda la vida así? ¿Cincuenta o sesenta años más así? Esto no funciona. Algo tiene que cambiar. No puedo seguir así el resto de mis días.
»Debí tener un momento de especial lucidez, supongo, porque vi como algo angustioso continuar el resto de mi vida con el mismo plan que llevaba hasta entonces. Y me aventuré a pensar en cosas serias, en cosas que hasta entonces casi nunca me había planteado.
»No encontraba ilusión en casi nada. Me veía dominado por la pereza de una forma terrible. Es algo bastante angustioso, de verdad. No sabía a qué podía conducirme todo aquello. Era como estar deslizándose por una pendiente oscura, cada vez más rápido y con más descontrol, y te das cuenta de que no sabes dónde puedes acabar.
»Pensaba en el fracaso de mi vida, en todo eso que me había dicho tantas veces tanta gente. Pero aquella vez fue distinto. No me dijo nada nadie. Aquella vez me lo dije todo yo a mí mismo. Y cambié. Eso es todo.
Levantó la mirada, como dudando si hacer o no una glosa personal de todo aquello, y finalmente concluyó:
»Desde entonces, tengo una idea bien clara: los buenos consejos te dan oportunidades de mejorar, pero nada más. Si no los asumes, si no te los propones seriamente, como cosa tuya, no sirven de nada, por muy buenos que sean; es más, para lo único que sirven entonces es para que cada vez los valores menos, para que se produzca una especie de inflación de los consejos que recibes.
»Oír una cosa es muy distinto de hacerla propia. Y para mejorar realmente, la única manera es ser capaz de decirse a uno mismo las cosas, ser capaz de cantarte las cuarenta a ti mismo.»
Mientras le escuchaba, me acordaba de otros casos en cierto modo parecidos. Pensé en esos chicos y chicas jóvenes que a veces vemos ir como arrastrándose por la vida, y les hablamos de tantas cosas que deberían hacer, de tantas cosas que habrían de cumplir, y nos desespera ver su apatía y su indolencia, y sin embargo quizá no hemos advertido la raíz de su verdadero problema, que es algo mucho más de fondo: aún no se han decidido a tomar realmente las riendas de su vida.
Las causas de esa actitud pueden ser muy diversas: quizá han recibido una educación muy pasiva, o hiperprotectora, que no les ha ayudado a madurar; o tienen una fuerte tendencia a alejarse de la realidad, consecuencia de una vida muy cómoda, o demasiado sentimental; o no han aprendido a alzar un poco la mirada y aspirar a valores e ideales más altos; o, por los motivos que sean, apenas sienten responsabilidad sobre sí mismos, y olvidan, en la práctica, que son fundamentalmente ellos quienes se están jugando -y no es poco- su acierto en el vivir.
Aquel antiguo alumno mío había espabilado gracias a una sana inquietud por su futuro. Me recordó algo que había leído tiempo antes a Zubiri, que aseguraba con gran fuerza que la pregunta ¿Qué va a ser de mí? Resulta siempre decisiva en la vida ética de cualquier persona.
Me parecía muy interesante su relato, pero le interrumpí de nuevo un momento. Quería preguntarle si le había costado mucho cambiar después de aquella decisión de esa mañana tan provechosa.
«¿Qué si me costó? Una barbaridad. Me costó muchísimo, como es natural. Pero lo había visto bien claro, y eso es lo importante. Ya estaba harto de seguir deslizándome por la cuesta abajo de la vida, y además, como estaba ya muy abajo, no podía perder ni un minuto más. Así que acabé por cambiar. Y me costó muchísimo, pero aquello fue como entrar en una nueva dimensión de la vida.
»Parece mentira, pero es tremendo lo que se puede sufrir cuando uno opta por la vida fácil. Cuando estás en ella, lo otro te parece insufrible, pero en realidad es al revés. Ahora veo con claridad meridiana que aquella vida era un infierno. Lo que pasa es que entonces no conocía otra, y no encontraba sentido a esforzarme más. Tengo la impresión de que para encontrar sentido a las cosas, antes hay que luchar un poco por ellas...
Muy interesante tu exposición, lo tendré en cuenta.
En cuanto a un plan de vida y horarios lo veo harto difícil y eso creo que es parte de mi situación.
Trabajo en la seguridad privada, una semana(lunes-viernes)de 6 a 14, salgo, como, siesta de una hora, me dan como mínimo las 17, hago unos recados, enseguida se hecha la noche y como muy tarde a las 23 hay que estar en la cama por que a las 5 hay que levantarse.
Siguiente semana, de lunes a domingo turno de noche de 22 a 6, salgo a esa hora, duermo como mínimo hasta las 12, hasta las 15 vegeto ¿qué voy ha hacer?, 15 comida, de 16:30 a 17:30 siesta, y desde esta hora y hasta las 22 con el cansancio de una noche y otra la verdad es que quedan pocas ganas de hacer nada, salvo dar una vuelta por el campo y poco más.
Gracias
En cuanto a un plan de vida y horarios lo veo harto difícil y eso creo que es parte de mi situación.
Trabajo en la seguridad privada, una semana(lunes-viernes)de 6 a 14, salgo, como, siesta de una hora, me dan como mínimo las 17, hago unos recados, enseguida se hecha la noche y como muy tarde a las 23 hay que estar en la cama por que a las 5 hay que levantarse.
Siguiente semana, de lunes a domingo turno de noche de 22 a 6, salgo a esa hora, duermo como mínimo hasta las 12, hasta las 15 vegeto ¿qué voy ha hacer?, 15 comida, de 16:30 a 17:30 siesta, y desde esta hora y hasta las 22 con el cansancio de una noche y otra la verdad es que quedan pocas ganas de hacer nada, salvo dar una vuelta por el campo y poco más.
Gracias
Eso se puede arreglar fácilmente. Lo importante es el plan de trabajo y descanso que tu te hagas de cada jornada. Ten en cuenta los horarios y hazte un plan mental de los tiempos de trabajo y descanso que necesitas para recobrar las energías. El resto de lo que te dije en la respuesta es perfectamente válido para ti.
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- Anónimo
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